No sex 12: ¿Condenados a aburrirnos?

Nos empeñamos en buscar la grandilocuencia y desechamos opciones en busca de una espectacularidad que quizás no existe

Íbamos caminando por el centro de Madrid para llegar a un bar a bailar. Eran apenas las 00.35hs del día 1 de enero de 2025 y nos rodeaba gente muy feliz y entusiasmada que salía de la Puerta del Sol a montones. Íbamos abrazadas, mis amigas y yo, hablando de mensajes que sí (o que no) habíamos recibido esa noche y entonces pensé en ellos, en los protagonistas de ‘Los años nuevos’, en qué estarían haciendo, justo ahora, justo en ese momento.

Hoy quiero hablar de ellos para hablar de nosotros como generación, lo más grupal y lo más individual, lo de todos y lo mío. Creo que la serie te aniquila porque te pone delante, de una forma sencilla y cruda, sin grandes aspavientos esta gran pregunta: ¿estamos condenados a aburrirnos con alguien? ¿Qué es lo que te aburre? ¿La persona? ¿La falta de proyecto común? 

Vas avanzando cada capítulo y primero son amigos, luego son atravesados por una química inevitable, con un entorno agradable pero que tampoco aporta gran cosa, con cierta diversión (muy contenida en fiestas o en viajes que se mencionan) y con la sensación de que lo que tienen es algo único, de que es muy especial. Algo único que acaba destruido en una discusión en un taxi en Berlín, discusión que sólo es la punta del iceberg de un hartazgo que era palpable y pesado. Una indiferencia que muchos hemos experimentado alguna vez cuando las cosas ya se estaban torciendo y sólo quedaba ya una deriva, una dejación, una sensación de que el vínculo estaba tan estirado que no había ya salida posible que no fuese ruptura y separación.

Por eso me preguntaba todo el tiempo: ¿cuál es la alternativa? ¿Estamos destinados a conformarnos o debemos aspirar a todo? ¿Esa aspiración es nuestra condena? ¿Es el padre o madre de nuestros hijos el amor de nuestra vida? ¿Debería serlo? ¿Debería aspirar a que lo fuese? Tengo un montón de preguntas y poquísimas respuestas. 

La serie me recuerda también algo que para mí atraviesa a los personajes y toda la historia: que la vida es más normal, que la vida se juega un martes, entre conversaciones banales y asuntos que resolver. Dónde vivir, dónde trabajar, si se quiere poner alfombra en casa, qué cenar esta noche, si queremos viajar juntos, cómo nos divertimos, si nos hacemos reír, cómo nos relacionamos con nuestros amigos y familia, qué es la confianza para nosotros. El famosísimo haiku de Luis Alberto de Cuenca: ‘Viajar a Marte o al cuarto de la plancha, pero contigo’. Y creo que ocurre más de lo que debería: nos empeñamos en buscar la grandilocuencia y desechamos opciones en busca de una espectacularidad que quizás no existe. Quizás estamos esperando que venga algo que nos sorprenda en lugar de ponernos manos a la obra y construir nosotros ese momento, como Ana creyó que Óscar no era y se marchó a Lyon a buscarse la vida y fue feliz con el francés hasta que pensó que su vida se volvía normal de nuevo. 

Si siempre buscamos fuera, el bucle se vuelve infinito porque la solución nunca la tendremos en nosotros, en nuestra mano, y en la pareja que tengamos, sino en el aire fresco que se respira y que siempre funciona porque no-hay-nada-que-no-funcione cuando es nuevo. Los vínculos se construyen, por los vínculos se apuesta.

En general—intento resumirlo—, me parece que Ana y Óscar juegan a ponernos en la disyuntiva eterna de idealizar lo que puede llegar a haber sido cuando no ha sido, ahí sí somos valientes, y cuando lo hemos tenido en las manos… no lo hemos querido, nos hemos aburrido, hemos preferido abandonar y no luchar por ese vínculo.

No tengo respuesta, no sé si es mejor irse o quedarse y lucharlo, pero desde luego el camino más peligroso es el de jugar a idealizar y a imaginarnos lo que hubiese sido, cuando la realidad es que no fue porque no tuvimos el valor de quedarnos a ver qué ocurría y a provocar que ocurriese. Entonces corremos el peligro de ser felices hipotéticos o, como dice Martín Caparrós en su libro, felices retroactivos. 

Porque la vida se vuelve normal todo el tiempo, si pagamos las facturas y luego somos capaces de hacernos un chiste o bailar en la cocina, eso sólo depende de nosotros. 

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Íbamos caminando por el centro de Madrid para llegar a un bar a bailar. Eran apenas las 00.35hs del día 1 de enero de 2025 y nos rodeaba gente muy feliz y entusiasmada que salía de la Puerta del Sol a montones. Íbamos abrazadas, mis amigas y yo, hablando de mensajes que sí (o que no) habíamos recibido esa noche y entonces pensé en ellos, en los protagonistas de ‘Los años nuevos’, en qué estarían haciendo, justo ahora, justo en ese momento.

Hoy quiero hablar de ellos para hablar de nosotros como generación, lo más grupal y lo más individual, lo de todos y lo mío. Creo que la serie te aniquila porque te pone delante, de una forma sencilla y cruda, sin grandes aspavientos esta gran pregunta: ¿estamos condenados a aburrirnos con alguien? ¿Qué es lo que te aburre? ¿La persona? ¿La falta de proyecto común? 

Vas avanzando cada capítulo y primero son amigos, luego son atravesados por una química inevitable, con un entorno agradable pero que tampoco aporta gran cosa, con cierta diversión (muy contenida en fiestas o en viajes que se mencionan) y con la sensación de que lo que tienen es algo único, de que es muy especial. Algo único que acaba destruido en una discusión en un taxi en Berlín, discusión que sólo es la punta del iceberg de un hartazgo que era palpable y pesado. Una indiferencia que muchos hemos experimentado alguna vez cuando las cosas ya se estaban torciendo y sólo quedaba ya una deriva, una dejación, una sensación de que el vínculo estaba tan estirado que no había ya salida posible que no fuese ruptura y separación.

Por eso me preguntaba todo el tiempo: ¿cuál es la alternativa? ¿Estamos destinados a conformarnos o debemos aspirar a todo? ¿Esa aspiración es nuestra condena? ¿Es el padre o madre de nuestros hijos el amor de nuestra vida? ¿Debería serlo? ¿Debería aspirar a que lo fuese? Tengo un montón de preguntas y poquísimas respuestas. 

La serie me recuerda también algo que para mí atraviesa a los personajes y toda la historia: que la vida es más normal, que la vida se juega un martes, entre conversaciones banales y asuntos que resolver. Dónde vivir, dónde trabajar, si se quiere poner alfombra en casa, qué cenar esta noche, si queremos viajar juntos, cómo nos divertimos, si nos hacemos reír, cómo nos relacionamos con nuestros amigos y familia, qué es la confianza para nosotros. El famosísimo haiku de Luis Alberto de Cuenca: ‘Viajar a Marte o al cuarto de la plancha, pero contigo’. Y creo que ocurre más de lo que debería: nos empeñamos en buscar la grandilocuencia y desechamos opciones en busca de una espectacularidad que quizás no existe. Quizás estamos esperando que venga algo que nos sorprenda en lugar de ponernos manos a la obra y construir nosotros ese momento, como Ana creyó que Óscar no era y se marchó a Lyon a buscarse la vida y fue feliz con el francés hasta que pensó que su vida se volvía normal de nuevo. 

Si siempre buscamos fuera, el bucle se vuelve infinito porque la solución nunca la tendremos en nosotros, en nuestra mano, y en la pareja que tengamos, sino en el aire fresco que se respira y que siempre funciona porque no-hay-nada-que-no-funcione cuando es nuevo. Los vínculos se construyen, por los vínculos se apuesta.

En general—intento resumirlo—, me parece que Ana y Óscar juegan a ponernos en la disyuntiva eterna de idealizar lo que puede llegar a haber sido cuando no ha sido, ahí sí somos valientes, y cuando lo hemos tenido en las manos… no lo hemos querido, nos hemos aburrido, hemos preferido abandonar y no luchar por ese vínculo.

No tengo respuesta, no sé si es mejor irse o quedarse y lucharlo, pero desde luego el camino más peligroso es el de jugar a idealizar y a imaginarnos lo que hubiese sido, cuando la realidad es que no fue porque no tuvimos el valor de quedarnos a ver qué ocurría y a provocar que ocurriese. Entonces corremos el peligro de ser felices hipotéticos o, como dice Martín Caparrós en su libro, felices retroactivos. 

Porque la vida se vuelve normal todo el tiempo, si pagamos las facturas y luego somos capaces de hacernos un chiste o bailar en la cocina, eso sólo depende de nosotros. 

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