No sex 15: ¿Por qué nos gustan los malos?

Nos empeñamos en salvar al chico problemático cuando lo que necesitamos es cambiar nuestra propia percepción de lo sexy

Hace algunos años en una mesa con hombres y mujeres. Teníamos, no sé, quizás 25 años, era verano, habíamos bebido unas cuantas cervezas. Estaba haciéndose de noche cuando nos pusimos a debatir airada y apasionadamente: “chicos, ¿vosotros qué pensáis? ¿Entre alguien que es buenísimo y alguien que tiene un toque de ‘malo’ con quién os quedáis?” Hubo debate porque gran parte de la mesa sostenía que “la bondad no es sexy” y otra parte decía que sí debería serlo.

En las películas es el macarra, en las novelas es el misterioso, cuando éramos adolescentes era el que había repetido de curso. Nos fascina lo que roza lo inalcanzable, el que se pasa un poco de listillo, el malo. No sabemos todavía si es porque es nuestro contrapunto, porque tiene cierta gracia lo prohibido o porque incumplir las reglas tiene algo de sexy. Que no te lo den en bandeja, tener que jugar el partido sufriendo un poquito, no ir sobrados. 

¿Sentimos una atracción innegable por lo oscuro? ¿Damos por hecho lo luminoso?

Desgranemos esto para ahondar en conceptos:

  • Qué es ser malo: distingamos, por favor, entre malas personas y personas con picardía, que la saben jugar.
  • Qué es ser sexy: atractivo, totalmente subjetivo, hay quién puede ver muy hot que alguien lea, otro que haga algún deporte, otro cómo huele, cómo habla, que le guste comer, que duerma boca abajo, que mire de refilón.
  • Qué es ser bueno: buena persona, persona que trata bien, no te miente, no está haciendo una estrategia extraña para conseguirte, es directo, te cuida.

Continuó aquello de la conversación: “claro pero es que hay que distinguir entre sexy y entre persona con la que construirías una relación”. Hubo silencio. “Es que yo querría construir una relación con alguien que me parezca sexy y que me trate bien, me acompañe y me cuide: ¿estoy pidiendo una utopía?”. 

Y diré: a cuanta gente he conocido que se ha vinculado con alguien ‘malote’ y que ha pensado que esta vez y con ellos sería distinto, que podrían salvarlo. Es obvio que influimos en la vida de los demás y que vincularnos y relacionarnos de una forma tan íntima marca de alguna forma permea quienes somos y como cuidamos, pero es muy peligroso enarbolarse la bandera de ser salvadores de alguien si ese alguien no quiere salvarse, es muy peligroso asumir que el otro quiere cambiar o pensar que somos nosotros los distintos, los únicos. Sí, eres único pero no tanto. Especial, sí, pero la identidad propia siempre pesa más que la identidad para vincularse.

No pretendo sólo golpear llena de pesimismo, sino tratar de analizar la situación desde un prisma más apegado al suelo. Todos podemos cambiar, claro, pero debemos hacerlo nosotros mismos;  si no, no sirve. 

Por eso quizás me gustaría cambiar un patrón, uno mío, no del otro, y me gustaría poder decir que la bondad es lo bueno, aunque suene simplón, que deberíamos educar a nuestro cuerpo, a nuestro cerebro y a nuestra dopamina para que se active si alguien nos presta atención y no si nos ignora. Que la calma no tiene porque ser casta y poco sensual. Una cosa es tener enfrente a alguien divertido que de vez en cuando incumple las reglas y otra es tener a alguien incontrolable que de vez en cuando nos da la ilusión de un posible cambio, alguien que no nos trata bien —y encima que asumamos eso como parte de un juego. Quizás deberíamos decir que nos gustan los pícaros y librar más batallas en las que nadie pierde. Olvidarnos de aquello de que nos gustan ‘los malos’. Lo bueno no tiene por qué ser aburrido, lo malo no es, definitivamente, divertido. ¿De verdad hay algo más atractivo que ser correspondido?

Te podrás imaginar que aquella noche de verano no llegamos a ninguna conclusión,  pero sí escribimos en un papel que dejamos en aquella mesa: “la bondad es sexy”. Puede que no tanto en un primer golpe de vista, pero a veces es cuestión de usar las gafas adecuadas. 

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Hace algunos años en una mesa con hombres y mujeres. Teníamos, no sé, quizás 25 años, era verano, habíamos bebido unas cuantas cervezas. Estaba haciéndose de noche cuando nos pusimos a debatir airada y apasionadamente: “chicos, ¿vosotros qué pensáis? ¿Entre alguien que es buenísimo y alguien que tiene un toque de ‘malo’ con quién os quedáis?” Hubo debate porque gran parte de la mesa sostenía que “la bondad no es sexy” y otra parte decía que sí debería serlo.

En las películas es el macarra, en las novelas es el misterioso, cuando éramos adolescentes era el que había repetido de curso. Nos fascina lo que roza lo inalcanzable, el que se pasa un poco de listillo, el malo. No sabemos todavía si es porque es nuestro contrapunto, porque tiene cierta gracia lo prohibido o porque incumplir las reglas tiene algo de sexy. Que no te lo den en bandeja, tener que jugar el partido sufriendo un poquito, no ir sobrados. 

¿Sentimos una atracción innegable por lo oscuro? ¿Damos por hecho lo luminoso?

Desgranemos esto para ahondar en conceptos:

  • Qué es ser malo: distingamos, por favor, entre malas personas y personas con picardía, que la saben jugar.
  • Qué es ser sexy: atractivo, totalmente subjetivo, hay quién puede ver muy hot que alguien lea, otro que haga algún deporte, otro cómo huele, cómo habla, que le guste comer, que duerma boca abajo, que mire de refilón.
  • Qué es ser bueno: buena persona, persona que trata bien, no te miente, no está haciendo una estrategia extraña para conseguirte, es directo, te cuida.

Continuó aquello de la conversación: “claro pero es que hay que distinguir entre sexy y entre persona con la que construirías una relación”. Hubo silencio. “Es que yo querría construir una relación con alguien que me parezca sexy y que me trate bien, me acompañe y me cuide: ¿estoy pidiendo una utopía?”. 

Y diré: a cuanta gente he conocido que se ha vinculado con alguien ‘malote’ y que ha pensado que esta vez y con ellos sería distinto, que podrían salvarlo. Es obvio que influimos en la vida de los demás y que vincularnos y relacionarnos de una forma tan íntima marca de alguna forma permea quienes somos y como cuidamos, pero es muy peligroso enarbolarse la bandera de ser salvadores de alguien si ese alguien no quiere salvarse, es muy peligroso asumir que el otro quiere cambiar o pensar que somos nosotros los distintos, los únicos. Sí, eres único pero no tanto. Especial, sí, pero la identidad propia siempre pesa más que la identidad para vincularse.

No pretendo sólo golpear llena de pesimismo, sino tratar de analizar la situación desde un prisma más apegado al suelo. Todos podemos cambiar, claro, pero debemos hacerlo nosotros mismos;  si no, no sirve. 

Por eso quizás me gustaría cambiar un patrón, uno mío, no del otro, y me gustaría poder decir que la bondad es lo bueno, aunque suene simplón, que deberíamos educar a nuestro cuerpo, a nuestro cerebro y a nuestra dopamina para que se active si alguien nos presta atención y no si nos ignora. Que la calma no tiene porque ser casta y poco sensual. Una cosa es tener enfrente a alguien divertido que de vez en cuando incumple las reglas y otra es tener a alguien incontrolable que de vez en cuando nos da la ilusión de un posible cambio, alguien que no nos trata bien —y encima que asumamos eso como parte de un juego. Quizás deberíamos decir que nos gustan los pícaros y librar más batallas en las que nadie pierde. Olvidarnos de aquello de que nos gustan ‘los malos’. Lo bueno no tiene por qué ser aburrido, lo malo no es, definitivamente, divertido. ¿De verdad hay algo más atractivo que ser correspondido?

Te podrás imaginar que aquella noche de verano no llegamos a ninguna conclusión,  pero sí escribimos en un papel que dejamos en aquella mesa: “la bondad es sexy”. Puede que no tanto en un primer golpe de vista, pero a veces es cuestión de usar las gafas adecuadas. 

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