No sex 9: Lo que las rupturas me enseñaron

La línea de la intimidad se moldea y transforma en la frontera de ese último abrazo. Quizá ya sin beso, uno siempre lo busca, el otro lo evita.

Cuelgas el teléfono, sales por la puerta, te levantas de esa silla, te subes al coche, arrancas, bajas las escaleras del metro, te levantas de ese banco de aquel parque, te separas después de aquel abrazo. ¿Ya sin beso? Quizás con un beso final, uno de los dos siempre lo busca, el otro lo evita. Una ruptura tiene múltiples formatos y tiende a verse como un fracaso, es lo que no salió bien, lo que no era. Lo que no. En negativo, en radical. Pero yo no puedo parar de darle vueltas a algo: todas las rupturas que protagonicé me trajeron hasta aquí.

No es que quiera que nadie rompa, pero sí aspiro a que nadie se quede sólo por quedarse. Que las relaciones se terminen es parte de su condición de existencia. Nadie puede exponerse al amor, y darse de verdad, sin exponerse al desamor. No soy la misma que hace diez años, no seré la misma en diez años, encontrar algo que perdure todas esas etapas ni es sencillo ni tiene por qué ser la única opción. Podría serlo, pero hablemos: ¿y si romper significa construir? ¿Dar paso a lo siguiente?

Dice Rosalía en Sakura ‘Y si me rompo con esto / Pues me romperé / Y qué / Solo hay riesgo si hay algo que perder’. Ella habla de la fama pero la metáfora a mí me sirve para hablar del amor. Para amar hay que estar dispuesto a romper y a que te rompan. Fíjate en algo que pensaba: el vino te lo puedes beber en una copa de cristal preciosa y en un vaso de plástico, las dos sirven para beber y cumplen su función. Si te preguntase casi seguro que me dirías que prefieres beberlo en una copa bonita, ¿no? 

Yo te podría decir: —pero ojo que la copa se puede romper más fácilmente.

Y tú me dirías: —bueno voy a cuidarla para que eso no pase. 

Pues lo mismo con el amor: enamorarse de verdad es la copa bonita. Lo de plástico no se puede romper. Los vínculos superficiales no se rompen porque no llegan a ser. Te puedes pasar la vida bebiendo vino en vaso de plástico y nunca se va a estropear. Te sirve, bebes vino igual, pero.. como que el vino sabe distinto. Quizás copas hay menos y las rotas hay que tirarlas. Quizás no se puede hacer nada más con ellas pero cualquier copa implica que disfrutamos mejor del vino así como cualquier ruptura contiene en sí dos cosas fundamentales: que nos atrevimos a ir más allá con algo que sentíamos y que acabamos, o acabaron, con un vínculo que no funcionaba más. 

Hay rupturas espectaculares, finales increíbles dignos de tener una entidad, rechazos incomparables. Señores, hay que saber irse y hay que saber dejar ir. Hay que saber cuando dejar de luchar contra un muro de carga, atravesar la tristeza y llorarla. A veces rendirse es un triunfo y es, también, parte del amor. No voy a quedarme sólo por aguantar —como lanzaba al aire Iván Ferreiro en Turnedo. Y una vez roto, el duelo es personal e intransferible: he visto relaciones cortísimas dejar heridas de años, he visto no-relaciones actuar enganchadas al cuerpo como un collar enredado y, en cambio, he visto relaciones de décadas cortarse sin dolor.

Las rupturas me enseñaron un poquito más de quién era yo y que se puede llorar dos horas seguidas y querer seguir llorando un poquito más. También fueron un cara a cara con lo que no voy a soportar y lo fuerte que puedo llegar a ser. Aprendí sobre la fina línea entre ser desconocidos y la intimidad, y cómo esa línea se moldea y se transforma en cuestión de instantes. En la frontera de ese último abrazo, quizá ya sin beso. Aprendí que me da miedo que me rompan el corazón pero que más miedo me da tenerlo de hielo: ¿a qué he venido a la vida? ¿A que no me atraviese nada? ¿A irme impoluta y helada? Y también a resignificarlo todo: el amor que di era mío, las canciones, las calles y aquellos bares o aquella ciudad que visitamos. Lo que entonces fue nuestro ahora ya forma parte de mí. Y, sorpresa, sobrevivo. Y vuelvo a pedirme una cerveza en esa barra y suena aquella canción y ya me río.

La vida ahí te entrega un certificado: enhorabuena, sentiste algo, salió fatal pero te recuperarás, te lo prometo.

Así que ojalá sepas odiar un rato y olvidar después. Ojalá odies tanto como quisiste y ojalá encuentres la manera de encajar eso que te hicieron o que te hiciste. No hay un único modo de salir de algo: con algunos ex te escribirás para desearte feliz cumpleaños, con otros harás como que no existen. Todas las respuestas son correctas. Tus rupturas son tuyas y tus copas de vidrio se pueden romper pero cuando estás listo para abrir otra vez el armario de la cocina… resulta que habrá más. Sobreviviste.

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No sex 9: Lo que las rupturas me enseñaron

La línea de la intimidad se moldea y transforma en la frontera de ese último abrazo. Quizá ya sin beso, uno siempre lo busca, el otro lo evita.

Cuelgas el teléfono, sales por la puerta, te levantas de esa silla, te subes al coche, arrancas, bajas las escaleras del metro, te levantas de ese banco de aquel parque, te separas después de aquel abrazo. ¿Ya sin beso? Quizás con un beso final, uno de los dos siempre lo busca, el otro lo evita. Una ruptura tiene múltiples formatos y tiende a verse como un fracaso, es lo que no salió bien, lo que no era. Lo que no. En negativo, en radical. Pero yo no puedo parar de darle vueltas a algo: todas las rupturas que protagonicé me trajeron hasta aquí.

No es que quiera que nadie rompa, pero sí aspiro a que nadie se quede sólo por quedarse. Que las relaciones se terminen es parte de su condición de existencia. Nadie puede exponerse al amor, y darse de verdad, sin exponerse al desamor. No soy la misma que hace diez años, no seré la misma en diez años, encontrar algo que perdure todas esas etapas ni es sencillo ni tiene por qué ser la única opción. Podría serlo, pero hablemos: ¿y si romper significa construir? ¿Dar paso a lo siguiente?

Dice Rosalía en Sakura ‘Y si me rompo con esto / Pues me romperé / Y qué / Solo hay riesgo si hay algo que perder’. Ella habla de la fama pero la metáfora a mí me sirve para hablar del amor. Para amar hay que estar dispuesto a romper y a que te rompan. Fíjate en algo que pensaba: el vino te lo puedes beber en una copa de cristal preciosa y en un vaso de plástico, las dos sirven para beber y cumplen su función. Si te preguntase casi seguro que me dirías que prefieres beberlo en una copa bonita, ¿no? 

Yo te podría decir: —pero ojo que la copa se puede romper más fácilmente.

Y tú me dirías: —bueno voy a cuidarla para que eso no pase. 

Pues lo mismo con el amor: enamorarse de verdad es la copa bonita. Lo de plástico no se puede romper. Los vínculos superficiales no se rompen porque no llegan a ser. Te puedes pasar la vida bebiendo vino en vaso de plástico y nunca se va a estropear. Te sirve, bebes vino igual, pero.. como que el vino sabe distinto. Quizás copas hay menos y las rotas hay que tirarlas. Quizás no se puede hacer nada más con ellas pero cualquier copa implica que disfrutamos mejor del vino así como cualquier ruptura contiene en sí dos cosas fundamentales: que nos atrevimos a ir más allá con algo que sentíamos y que acabamos, o acabaron, con un vínculo que no funcionaba más. 

Hay rupturas espectaculares, finales increíbles dignos de tener una entidad, rechazos incomparables. Señores, hay que saber irse y hay que saber dejar ir. Hay que saber cuando dejar de luchar contra un muro de carga, atravesar la tristeza y llorarla. A veces rendirse es un triunfo y es, también, parte del amor. No voy a quedarme sólo por aguantar —como lanzaba al aire Iván Ferreiro en Turnedo. Y una vez roto, el duelo es personal e intransferible: he visto relaciones cortísimas dejar heridas de años, he visto no-relaciones actuar enganchadas al cuerpo como un collar enredado y, en cambio, he visto relaciones de décadas cortarse sin dolor.

Las rupturas me enseñaron un poquito más de quién era yo y que se puede llorar dos horas seguidas y querer seguir llorando un poquito más. También fueron un cara a cara con lo que no voy a soportar y lo fuerte que puedo llegar a ser. Aprendí sobre la fina línea entre ser desconocidos y la intimidad, y cómo esa línea se moldea y se transforma en cuestión de instantes. En la frontera de ese último abrazo, quizá ya sin beso. Aprendí que me da miedo que me rompan el corazón pero que más miedo me da tenerlo de hielo: ¿a qué he venido a la vida? ¿A que no me atraviese nada? ¿A irme impoluta y helada? Y también a resignificarlo todo: el amor que di era mío, las canciones, las calles y aquellos bares o aquella ciudad que visitamos. Lo que entonces fue nuestro ahora ya forma parte de mí. Y, sorpresa, sobrevivo. Y vuelvo a pedirme una cerveza en esa barra y suena aquella canción y ya me río.

La vida ahí te entrega un certificado: enhorabuena, sentiste algo, salió fatal pero te recuperarás, te lo prometo.

Así que ojalá sepas odiar un rato y olvidar después. Ojalá odies tanto como quisiste y ojalá encuentres la manera de encajar eso que te hicieron o que te hiciste. No hay un único modo de salir de algo: con algunos ex te escribirás para desearte feliz cumpleaños, con otros harás como que no existen. Todas las respuestas son correctas. Tus rupturas son tuyas y tus copas de vidrio se pueden romper pero cuando estás listo para abrir otra vez el armario de la cocina… resulta que habrá más. Sobreviviste.

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