Silvia dejó de hablar con Andrés hace un par de meses y hoy, al entrar a Instagram, ha visto que Andrés le ha puesto ‘me gusta’ en uno de sus stories. No era en el que salía ella posando sosteniendo una copa de vino con los ojos entrecerrados, era en el siguiente en el que salían las patatas bravas en la mesa desordenada de aquel bar en el que bebía con sus amigas. Rápidamente ha hecho ‘screenshot’ y lo ha mandado por el grupo: “atentas a quién ha aparecido hoy”. Respuestas: “y este qué quiere ahora”, “ha hecho el clásico de darle like a la foto siguiente de la que sales guapa”, “tía, pasa”. Ella piensa: “¿habrá vuelto del viaje? ¿querrá verme?”. Ellas siguen hablando: “ya no sabe cómo hacer para llamar la atención”, “pues para mí es que no te ha olvidado, ¿por qué dar me gusta a unas bravas? si era una foto sin más”.
Las redes han ampliado los canales por los cuáles nos podemos comunicar y han mermado la forma en que nos comunicamos: son como una red de autopistas impecables y útiles vacías de coches. Si pensamos que hablar con alguien es likear —poner ‘me gusta’— a un story estamos abriendo la puerta a la decadencia de la conversación. Un ‘me gusta’ en solitario es casi un acto cobarde, tiro la piedra y escondo la mano, pulso el corazón y huyo, pero que esa persona, importante, sepa que estoy, un poquito aunque sea, pero estoy, nunca del todo.
Si el ‘me gusta’ es acompañado de conversación ahí no me meto, ahí hay un juego, un ‘te estoy viendo y me está gustando lo que veo’. Pero desaparecer y likear está mal en concepto y forma. La persona que recibe navega entre cuatro opciones: reaccionar con alegría y esperanza —sigo gustándole, sigue viéndome, sigue manifestando su presencia—, con frustración —si me ve los stories y me pone me gusta, ¿por qué no me habla? ¿Por qué dejó de responder?— con obsesión —empiezo a subir posteos sólo para que le dé me gusta y me dé ese pequeño triunfo: subo una canción que sé que le gusta o un lugar en el que estuve con él, así reaccionará y yo sentiré la dopamina y la falsa ilusión de que le sigo teniendo— o, definitivamente, con enfado —esta persona es idiota y no sabe hablar conmigo?????—. La quinta sería que le dé completamente igual y, créeme, es algo que no pasa casi nunca.
Ninguna de las cuatro trae nada bueno para la salud mental y emocional de alguien que estaba desarrollando una relación con otra persona (del tipo que sea, más casual, más formal, conociéndose…) porque likear un story no es hablar. Para decir ‘hola qué tal’ o ‘esta canción me encanta’ se requiere un poco más de valor y de empuje porque sí implica mostrarse interesado y normalmente cuando se escribe se espera una respuesta.. Iniciar una conversación, por sencilla que sea, es más valiente y sí expone, algo que hoy nadie parece estar dispuesto a hacer del todo. Nos mostramos, en general, desconfiados del otro y andamos protegiéndonos todo el tiempo, reduciendo las veces en las que nos mostramos vulnerables, jugando a apretar botoncitos en el teléfono pero cagados de miedo para hablar las cosas.
¿Dónde ha quedado la valentía de llamar a alguien al fijo de casa y que lo cogiese el padre o la madre y tú tener que preguntar por él o por ella? Y tener que asumir todas las consecuencias de querer hablar con esa persona, sin vuelta atrás, sin escapatoria, sin pantallas protectoras, sin salir y entrar de una app, sin miedo al fracaso ni al éxito. Sin miedo.
El lenguaje de las redes nos ha hecho adictos a estímulos microscópicos que miramos de reojo y casi determinan nuestro humor. Posteamos contenido esperando reacciones y llegamos a olvidarnos de nosotros. Otra vez una historia sin fin: ¿cuánto vivimos hacia los demás? Todos somos víctimas y verdugos en algún punto pero esta columna es un alegato a favor de las palabras y en contra de los meros botones.
Porque deberíamos recordar algo: lo virtual sólo es real si lo real existe. Si no puedes caer en tu propia trampa y seguir dándote ‘me gusta’ con media ciudad mientras te comes un yogur y ves una serie en tu casa todos los días. No se conoce a alguien por las veces que puso corazón a tu foto de aquella canción intensa de Sam Smith, a aquel libro que leíste o al vino que te tomaste en aquel lugar precioso. Sólo le dio a me gusta, no te escribió para pedirte que le lleves. Así que hoy te invito a hacer algo revolucionario, algo loco: ¿y si le escribes directamente? ¿Y si le llamas? ¿Y si le dices de dar un paseo? ¿De tomar un vino? ¿Y si le pasas directamente la canción en lugar de ponerla en ‘stories’?
¿Y si le dices que tienes ganas de verle?