Marina quedó con Alberto por primera vez un viernes por la tarde y la cita fue genial. Iban a ser unas cervezas que acabaron convirtiéndose en una cena y en un cóctel que terminó en casa de ella. Se acostaron horas después de conocerse. El día siguiente, cuando se lo contó a sus amigas, les dijo que quizás se había equivocado porque ahora Alberto pensaría que ella se acuesta con cualquiera.
Me voy a poner específica, concreta. Empezaré por la definición técnica, la etimológica. Dícese fácil: que se consigue, realiza o entiende sin mucho esfuerzo o habilidad. Dícese difícil: que no se consigue, realiza o entiende sin mucho esfuerzo o habilidad. Pero, ¿qué pasa cuándo hablamos de amor?
Conozco relaciones maravillosas que lo fueron desde el principio. Conozco chicas increíbles que no se acostarían en la primera noche con alguien para no parecer fáciles. Conozco a hombres que piensan que ‘la mujer de su vida’ tiene que ser algo complicada de conseguir. Conozco personas que sólo saben relacionarse a base de imposibles y que si es demasiado sencillo parecen no gustar tanto de la situación.
Para mí es una cuestión casi existencial: parece que sólo es bueno de verdad lo que nos ha costado trabajo lograr. Pero esta lógica habla mucho más de economía y muy poco de amor: en los sentimientos el precio o la recompensa no debería marcarlo la escasez o la dificultad.
Y no te negaré que a mí me encanta la idea de ‘conseguir’ algo que cuesta, pero creo que viví equivocadísima mucho tiempo. Pensé que lo romántico era lo casi imposible, complicado, inalcanzable. Las películas me enseñaron que había que luchar muchísimo por esa gran relación, que debía sentir nervios casi incontrolables y que nunca debía demostrar muy rápido que alguien me gustaba. Que era mejor sembrar la duda, no ser tan directa, esperar el mensaje y guardarme las palabras, no sea cosa que se asusten y huyan al ver que el premio ya está en la mesa. Siempre creí que si era difícil era que valía la pena, que nunca sucede tan orgánico, que el amor era complejo, arrasador y enrevesado. Que era normal la espera y la duda, que había siempre un puntito de sufrimiento. Que lo contrario era aburrido, que si ya sabías todo: ¿cómo se escribía la historia? No se escribe sobre la estabilidad. La calma no genera fuego. Y todo eso lo pensaba mientras me quemaba y me olvidaba que esa llama debía calentar y no herir.
Tener la sensación de que tienes que trabajar un poco está bien, pero es algo completamente distinto a sentir que sólo sirve estar a punto de morir para que sea esa la mejor relación a la que esperas. Si sólo deseamos lo que sentimos que no podemos tener: ¿lo deseamos de verdad o sólo deseamos el reto de conseguirlo? Algo que puede llegar a ser adictivo, la droga del casi, rozar con la yema de los dedos el cielo y no estar dispuesto a asaltarlo.
Por eso quiero confiar, y digo quiero —todavía no digo confío— en que hay una manera de no volvernos dementes y que cuando nos cruzamos con personas maravillosas somos capaces de quitarnos las corazas y abandonar las estrategias que nos exponen al amor como si estuviéramos hablando de trabajo: con premios y mensajes programados. Aunque te digo esto asumiendo que casi todos llevamos puesta ropa de guerra y unas cuantas heridas de otras batallas.
Deberíamos querer que sea fácil si eso significa que es tranquilo, liviano, claro y sin rodeos. Que fácil no signifique aburrido. Que sea jugando a un juego en el que nadie pierde, que dos personas puedan acostarse en una primera cita si les apetece y que eso no condene una futura relación, deberíamos aspirar a que se deje de hablar en términos de negocios cuando se habla de amor. Que alguien te lo ponga fácil no quiere decir que no sea valioso. Quizá más bien es al revés y nos hicieron creer lo contrario.