Hace un tiempo leí en este artículo de mi colega Claudia que se estaba perdiendo aquello de darse besos como cuando éramos adolescentes. Y es que sí: en esa época besarse con alguien era lo más, el punto álgido, el momento crucial. Te acercabas, te mirabas, calculabas la aproximación y el beso se sentía la pausa del mundo, la diversión, el contacto, la euforia.
Te besabas y no sólo era suficiente, sino que guardabas los besos en los bolsillos para recordarlos tiempo, para volver a ellos en las tardes más nostálgicas. Los narrabas como se narran las finales: ‘se acercó y me agarró de la cintura y los brazos se cruzaron y nos quedamos muy cerca en aquel portal mientras medio llovía’ y todo eso que ya sabéis de los buenos besos.
Lo que creo que ocurre es que cuando crecemos y el sexo se incorpora a las relaciones y a la forma de comunicarnos, el beso puede llegar a interpretarse como un mero preludio, un pase previo a lo que viene después, que se revela como la verdadera ejecución de la intimidad, la pasión o la conexión unida a otros factores como la poca ropa y el piel con piel. Sin embargo, en mi opinión como columnista amateur del amor —que es casi tan válida como la tuya como lector/a amateur del amor—, que el beso sea considerado sólo como una antesala es un error colosal porque implica relacionarse con un único fin válido: el sexo. Es como si sólo fuese valioso besarse si luego te acuestas con esa persona, que para-qué-intercambiar-saliva si luego nada.
¿Cómo que luego nada? Hay cosas que existen por sí solas, no todo son salvoconductos para la siguiente pantallita del videojuego. Hay cosas que suceden porque sí, como beberte una copa de vino recostada en el sofá sólo por bebértela y porque te gusta, llamar a alguien para saber cómo está sin querer pedir nada justo después de la pregunta o que sólo exista una película de Notting Hill y no sepamos si luego cuando Anna Scott tiene al hijo ellos entran en crisis y se destruye una de las historias de amor más bonitas del cine. Es fantástico beber por disfrutar el vino, querer saber de alguien sin un interés particular y que Notting Hill acabe bien y no tenga una segunda parte. Por eso el beso puede y debe existir por sí solo, como entidad, con nombre y apellido, sin ser una baldosa del camino. No digo siempre, sólo digo que no se pierda el arte de besar con todas las letras, con fervor de lo único, sin mirar el reloj, sin la expectativa del después.
Recojo algunas notas de conversaciones que he tenido: gente a la que le han dicho que sí a sexo pero no a los besos, gente que no besa mientras tiene sexo, gente que propone sexo sin haberse besado antes, gente que pregunta ‘pero, ¿sólo hubo besos?’ Como sencillamente esperando a que continuase la historia.
¿Acaso el beso no es parte del sexo? Con la velocidad de la vida apabullándome sin remedio recrearme en un beso me parece toda una revolución anti-productiva y anti-prisas. Un beso sexy o cariñoso, lo que salga, lo que surja. Un beso en público, de los que se dan sin vergüenza, o en privado, con ganas desatadas. Un beso por el mero hecho de besar. Los besos no tienen clímax porque son ellos mismos el clímax, y además muchos llegan a ser más íntimos que cualquier sexo mediocre. A ver a quién le aguantas la mirada a un centímetro un ratito sin provocarte ni medio espasmo.
¿Por qué los ignoramos entonces? ¿De qué tenemos miedo? ¿Se está convirtiendo el beso en un vínculo más fuerte que el propio sexo? ¿Es quizás más íntimo quedarse mirando a alguien a los ojos y acortar la distancia hasta la nada que desnudarse?
El beso, por definición, es inútil e innecesario y por eso nos define como humanos más que muchísimas otras cosas —"si es absolutamente necesario que el arte sirva para alguna cosa, yo diré que debe servir para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya” escribía Nuccio Ordine—. Arte, beso, beso, arte, entiéndeme. Con un beso no puedes reproducir tu especie, pero sí puedes comunicarte, sentirte conectado a la persona que tienes enfrente, reírte y encapsular un presente que es poderoso por sí mismo. En definitiva, puedes hacer del mundo un lugar un poquito más cálido durante lo que dura. Quizás sea eso, el epítome de la conexión entre dos personas, dos bocas teniendo la sensación de que no pueden separarse y rebelándose contra aquellos que sugieren que todo se debe hacer para conseguir otra cosa mejor que vendrá después.
Se les olvida que ese después podría no llegar o podría no ser mejor, quién sabe. Y yo por eso me declaro en huelga de practicidad y abogo por besar como si fuese muy importante, como si fuese lo único. Como si sólo tuviésemos en las manos el beso que estamos dando. Toda una revolución.