No te vayas dócilmente

Después de más de 20 años siguiendo a Rafael Nadal Parera, al estoico de Manacor, ahora estamos descubriendo una parte decisiva de su carácter, nosotros que creíamos conocerlo tan bien: cómo se enfrenta a los finales.

Negociar epílogos es una parte fundamental de la experiencia humana. Se ve que Platón o Cicerón enseñaban que filosofar es aprender a morir. Existen dos actitudes esenciales ante el final: la aceptación tranquila, la que cabría esperar de un pecho frío, como dirían los argentinos (ya no valgo, soy mayor, me aparto a morir a una esquina); o la rabia, más humana, quizá demasiado humana, del vitalismo furibundo: “Do not go gentle into that good night”, arranca el famoso poema de Dylan Thomas.

El otro día, tras hacer un partido completísimo contra el jugador más en forma del mundo, Alexander Zverev, Rafa abría la puerta a seguir compitiendo, a no retirarse. Pese a haber caído en primera ronda del torneo que lo volvió invencible. Acostumbrado a jugar con dolor, ahora que apenas lo tiene, siente que con quitarse un poco de óxido podría estar de vuelta para pelear, para presentar batalla. “Estoy viajando con mi familia, y me siento competitivo”, reveló.

En su día, insistió Parera en que lo que le motiva a seguir es competir -y no los récords-, en clara alusión a Novak Djokovic. Y eso ha quedado ahora claro: el motor de Federer era alcanzar la belleza o la excelencia, el de Nole la gloria estadística, el de Rafa la pelea misma. Roger es idealista, Novak materialista; Parera, estoico y existencialista, acepta y luego abraza el conflicto.

Como decía el profesor Lupin al comprobar que el boggart de Harry Potter tomaba la forma de un dementor: “tu mayor miedo es el miedo mismo, eso es muy sabio, Potter”. Para Rafa, del mismo modo, el motivo de la lucha es la lucha misma, y eso es muy sabio. Nadal arrastra montaña arriba una gran pelota de tenis, solo para que ruede montaña abajo otra vez. Pero nos tenemos que imaginar a Parera contento, gane o pierda cada torneo, si ha podido ser competitivo.

Se han escuchado críticas a su postura en torno a dos argumentos fundamentales: a) “ya no es el que era, que acabe bien” y b) “no va a ganar nada nunca más”. La primera la esgrimen los idealistas, los Federianos, que aspiran a un ideal imposible, remoto y nostálgico; en todo caso a un final con pompa y fuste. La segunda, blandida por huestes balcánicas, es la del necio que espera que el reconocimiento extrínseco lleve a alguna parte; que la vanidad, ese monstruo, acabe por saciar su hambre. En todo caso, y como en toda discusión seria, la ponderación de los motivos dependerá de la jerarquía de las premisas morales que uno maneje.

Rafa está completando el mosaico de su personalidad y razón vital en esta última etapa. Todo cobra sentido ahora. Aunque no gane nada nunca más, seguirá peleando mientras no exista un dolor insoportable. La recompensa nunca fue ganar siempre - cosa imposible - sino la dignidad de luchar. Porque el absurdo pierde su vértigo en cuanto lo abrazas, como si de un viejo amigo bromista se tratara. Desde esta óptica Nadal, ahora, está siendo más Nadal que nunca.

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