(Pedir) El segundo vino más barato

Una parte de nosotros no busca la opción óptima y racional, sino, de nuevo, la más defendible para no quedar en ridículo más tarde.

Me envía mi amigo Dani (infalible prescriptor de memes) un vídeo en el que una pareja americana se sienta a cenar en un restaurante y entonces él, faro de occidente, solicita con aplomo el “segundo vino más barato de la carta, por favor”.

En Alemania o Reino Unido, el envase de la leche muestra el porcentaje de materia grasa que contiene. Es un rasgo típicamente protestante: “dime la verdad, muéstrame la cifra”; estos pueblos odian sentirse engañados, y tener cortinas en casa les parece una decisión sospechosa1.

Es interesante, por contraposición, fijarse en la fachada de los bricks de leche españoles. Nosotros los categorizamos mediante la consabida estructura de hierro entera-semidesnatada-desnatada, sin desvelar cuánto porcentaje graso implica cada adjetivo del tridente lácteo.

Yo supongo que el rampante idealismo español ocasiona este divertido matiz cultural. Los alemanes, por su parte — y como tremendos empiristas conversos—, creen conocer lo que significan sus porcentajes y se quedan tranquilos con ellos, asumiendo que han tomado una decisión informada. Sin embargo, es evidente que consumir x% de grasa es inútil sin, entre otras cosas, tener en cuenta la cantidad de leche que se va a ingerir más adelante. 

Los españoles y mediterráneos, en cambio, tenemos una concepción de las categorías que sabemos imperfectas, pero cuyo escalafón jerárquico fiamos exclusivamente a la eventual necesidad de una defensa poética de las mismas. Es decir, a la perspectiva de defender tus elecciones en la barra del bar o la mesa navideña. Por ejemplo:

- Yo siempre leche entera, no se puede uno andar con medias tintas

- Nosotros en casa semi, a todos nos parece bien

- Estoy haciendo la operación bikini, por eso compro leche desnatada

La disciplina del behavioural economics estudia los sesgos cognitivos que tenemos las personas a la hora de tomar decisiones lógicas y a la postre económicas. Cuando leí el libro de Daniel Kahneman “Thinking, fast and slow”, siempre me pareció que se le escapaban las raíces de las decisiones digamos más mediterráneas. En particular, el libro habla de un sesgo, el framing, que consistiría en cómo la psicología de la decisión está afectada por la manera en la que se nos presentan las opciones, influidas por el punto de partida o el contexto en general. Por ejemplo, por las categorías disponibles de leche según el porcentaje de grasa2. Lo que omiten, creo, es que una parte de nosotros no busca la opción óptima y racional, sino, de nuevo, la más defendible para no quedar en ridículo más tarde. Comprar la lotería de Navidad en el trabajo no se hace pensando en la perspectiva de éxito, sino en la horripilante posibilidad de que todos ganen menos tú.

En este país, armados con nuestro firme sentido de la dignidad y de la poesía, los españoles tendemos a evaluar nuestras decisiones basándonos casi exclusivamente en el potencial que tienen para hacernos el chulo. Nos imaginamos dos situaciones fundamentales: 

a) duelo contra el bachiller Sansón Carrasco; es decir, contra cualquier rival de entidad.

b) velada con Dulcinea del Toboso; o cualquier otro amante por el que uno suspire.

Me parece este un marco de decisión más fundamentado y más útil –y sobre todo más divertido– que el espejismo consistente en evaluar cifras y porcentajes. Así es como opera la elección del segundo vino más barato, del cual no tenemos ni enóloga idea, pero que tanto nos gusta como concepto defendible. Fijaos cómo aguanta la prueba del rival y la amante:

- Sí macho, el segundo más barato siempre porque, la verdad, no entiendo mucho de vino, pero el de la casa suele ser una trampa para cutres, salvo que el sitio sea muy bueno. Y los caros no son para tanto.

- Cariño, escogemos este vino, ¿te parece bien? Así luego pedimos más si nos apetece, que hoy estamos de celebración, y tampoco es que sepamos mucho de vino, jeje. ¿Qué me estabas contando de esa amiga tuya que últimamente está rara contigo?

1 Excepto quizá los ingleses al utilizar moqueta en todos los suelos expuestos a la fuerza de la gravedad: ahí si que no les importa sentirse engañados y acumular mierda oculta.

2 Aquí la aplicación sería la siguiente: la persona alemana que buscase la moderación siempre elegiría la opción central, independientemente de que en un super hubiese las opciones de 1,2 y 3% y en otro 1, 3 y 6%. Lo que dicen los estudios que hicieron al respecto es que este grupo de personas, buscadoras del punto medio, tiende a elegir 2 y 3% de grasa respectivamente, sin acordarse del número absoluto que supuestamente prefieren.

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(Pedir) El segundo vino más barato

Una parte de nosotros no busca la opción óptima y racional, sino, de nuevo, la más defendible para no quedar en ridículo más tarde.

Me envía mi amigo Dani (infalible prescriptor de memes) un vídeo en el que una pareja americana se sienta a cenar en un restaurante y entonces él, faro de occidente, solicita con aplomo el “segundo vino más barato de la carta, por favor”.

En Alemania o Reino Unido, el envase de la leche muestra el porcentaje de materia grasa que contiene. Es un rasgo típicamente protestante: “dime la verdad, muéstrame la cifra”; estos pueblos odian sentirse engañados, y tener cortinas en casa les parece una decisión sospechosa1.

Es interesante, por contraposición, fijarse en la fachada de los bricks de leche españoles. Nosotros los categorizamos mediante la consabida estructura de hierro entera-semidesnatada-desnatada, sin desvelar cuánto porcentaje graso implica cada adjetivo del tridente lácteo.

Yo supongo que el rampante idealismo español ocasiona este divertido matiz cultural. Los alemanes, por su parte — y como tremendos empiristas conversos—, creen conocer lo que significan sus porcentajes y se quedan tranquilos con ellos, asumiendo que han tomado una decisión informada. Sin embargo, es evidente que consumir x% de grasa es inútil sin, entre otras cosas, tener en cuenta la cantidad de leche que se va a ingerir más adelante. 

Los españoles y mediterráneos, en cambio, tenemos una concepción de las categorías que sabemos imperfectas, pero cuyo escalafón jerárquico fiamos exclusivamente a la eventual necesidad de una defensa poética de las mismas. Es decir, a la perspectiva de defender tus elecciones en la barra del bar o la mesa navideña. Por ejemplo:

- Yo siempre leche entera, no se puede uno andar con medias tintas

- Nosotros en casa semi, a todos nos parece bien

- Estoy haciendo la operación bikini, por eso compro leche desnatada

La disciplina del behavioural economics estudia los sesgos cognitivos que tenemos las personas a la hora de tomar decisiones lógicas y a la postre económicas. Cuando leí el libro de Daniel Kahneman “Thinking, fast and slow”, siempre me pareció que se le escapaban las raíces de las decisiones digamos más mediterráneas. En particular, el libro habla de un sesgo, el framing, que consistiría en cómo la psicología de la decisión está afectada por la manera en la que se nos presentan las opciones, influidas por el punto de partida o el contexto en general. Por ejemplo, por las categorías disponibles de leche según el porcentaje de grasa2. Lo que omiten, creo, es que una parte de nosotros no busca la opción óptima y racional, sino, de nuevo, la más defendible para no quedar en ridículo más tarde. Comprar la lotería de Navidad en el trabajo no se hace pensando en la perspectiva de éxito, sino en la horripilante posibilidad de que todos ganen menos tú.

En este país, armados con nuestro firme sentido de la dignidad y de la poesía, los españoles tendemos a evaluar nuestras decisiones basándonos casi exclusivamente en el potencial que tienen para hacernos el chulo. Nos imaginamos dos situaciones fundamentales: 

a) duelo contra el bachiller Sansón Carrasco; es decir, contra cualquier rival de entidad.

b) velada con Dulcinea del Toboso; o cualquier otro amante por el que uno suspire.

Me parece este un marco de decisión más fundamentado y más útil –y sobre todo más divertido– que el espejismo consistente en evaluar cifras y porcentajes. Así es como opera la elección del segundo vino más barato, del cual no tenemos ni enóloga idea, pero que tanto nos gusta como concepto defendible. Fijaos cómo aguanta la prueba del rival y la amante:

- Sí macho, el segundo más barato siempre porque, la verdad, no entiendo mucho de vino, pero el de la casa suele ser una trampa para cutres, salvo que el sitio sea muy bueno. Y los caros no son para tanto.

- Cariño, escogemos este vino, ¿te parece bien? Así luego pedimos más si nos apetece, que hoy estamos de celebración, y tampoco es que sepamos mucho de vino, jeje. ¿Qué me estabas contando de esa amiga tuya que últimamente está rara contigo?

1 Excepto quizá los ingleses al utilizar moqueta en todos los suelos expuestos a la fuerza de la gravedad: ahí si que no les importa sentirse engañados y acumular mierda oculta.

2 Aquí la aplicación sería la siguiente: la persona alemana que buscase la moderación siempre elegiría la opción central, independientemente de que en un super hubiese las opciones de 1,2 y 3% y en otro 1, 3 y 6%. Lo que dicen los estudios que hicieron al respecto es que este grupo de personas, buscadoras del punto medio, tiende a elegir 2 y 3% de grasa respectivamente, sin acordarse del número absoluto que supuestamente prefieren.

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