Una noche más y copas de más
tú no me dejas en paz,
de mi mente no te vas.
—Bad Bunny
Hay gente que se levanta y camina como si el suelo que pisa fuera suyo. Tienen las ideas claras, bromas excéntricas preparadas para cada ocasión y una mirada placentera hacia la vida que me enerva. Su vida es una espiral ascendente que les eleva casi flotando, sin apenas resistencia, hacia el cielo de la existencia. Luego están los otros, seres errantes que pisan un suelo siempre resbaladizo. Se levantan cada mañana sin saber a dónde les llevará ese día el mono caprichoso que habita entre las cuatro paredes de su mente. Estos seres humanos viven su vida intentando no ahogarse en el océano de las penas innecesarias, los golpes de mala suerte y las embestidas del destino, que no se da cuenta de la debilidad patológica de su oponente.
Yo camino sin saber a dónde voy. Aquí inserto, sin venir a cuento, una imagen: la de mi compañero de piso un sábado por la mañana en medio del salón peleándose con el aire y hablando de un sueño inquebrantable. Quiere luchar en el Madison Square Garden y comprarse una fucking penthouse en Miami. Le miro y siento que, quizás, en un plano un poco más surrealista, mi compañero no se pelea con el aire que le rodea, sino con la gente que le dice que ni siquiera va a llegar a ser profesional, aunque entrene cuatro horas al día. Es una batalla metafísica, mental y etérea contra la mediocridad. No hay moratones ni lesiones evidentes, pero quizás esta sea la batalla más dura que va a pelear en su vida.
Yo lucho una batalla contra la desidia. El otro día, por ejemplo, fui a cortarme el pelo. Me dije ya basta, no puedo ir más por ahí con estas greñas, la apariencia importa y hay que cuidar las primeras impresiones. Voy a ir a un buen sitio, me dije, no voy a volver al bazar/peluquería en el que me cobraron ocho euros por cortarme el pelo la última vez. Así que busqué en internet y encontré una barbería/peluquería cerca de Príncipe Pío, me puse una chaqueta y salí de casa. Estaba dispuesto a cambiar, este sería el primer paso de un cambio más grande: cortarme bien el pelo era el preludio de una vida mejor, la antesala de otro yo que está ahí dentro, esperando el momento para salir y deslumbrar al mundo.
Salí de la peluquería triste y decepcionado. Me jodieron el pelo y la vida. Empecé a echar de menos mis greñas de antes y lamenté mucho haber intentado salir del hoyo. Esto es a lo que me refiero. Uno intenta reponerse, elevarse por encima de lo que ha sido hasta ese momento, convertirse en una persona decente, pero en ese camino hacia la cima acaba más abajo de lo que empezó. No puedo más. Me estoy ahogando en el fango de la ignominia (la verdad es que no sé qué significa esta palabra, pero queda bien) y el esperpento (esta tampoco, pero sale de mi mente sin ir a buscarla, así que en algún lugar profundo debo conocer su significado). Solo me queda, como a los grandes perdedores de la historia, la literatura y el humor. Son mis únicos compañeros de viaje en mi aventura hacia ninguna parte. Es posible (muy posible) que haya escrito este último párrafo bajo la influencia acústica de Bad Bunny.