Siempre me han fascinado esas personas que creen en la bondad y la virtud del ser humano, en cierto modo les envidio. Porque yo, a diferencia de estos, soy de los que sostiene que realmente somos idiotas, una panda de idiotas geniales y en ocasiones felices, pero siempre en la idiotez. Como modelo me valgo yo, cada mañana, al mirarme al espejo, esta percepción se ve acrecentada. Uno ya hace tiempo que vive resignado, pero qué le vamos a hacer.
Pero no sólo me valgo de mi convicción, en el día a día suceden cosas que hacen que esta idea de la idiotez generalizada humana vaya corroborándose y sustentándose sobre una base empírica tendiente a la teoría científica. Haciendo la compra -un acto tan placentero como cocinar o comer- me encontré, en la zona refrigerada de la frutería de un supermercado, un envase de plástico que contenía manzana troceada (La etiqueta decía así: “MANZANA NATURAL CORTADA BDJA.250 / 1.25€”), cuyos ingredientes eran: manzana, antioxidante E300, corrector de acidez E-501. Me quedé flipando al verlo, y sólo pude pensar: “¡Pero qué puta mierda es esta!”. Yo iba a por arándanos y setas y descubrí el horror y la inmensa cretinez delante de un lineal cargado de frutas y verduras.
Mi enfado e indignación iba en aumento: lo escribí en Twitter, lo pasé por WhatsApp, lo comenté en casa y a los amigos. Envasar una manzana, con el gasto que conlleva y la contaminación que produce, no tiene sentido en ningún lugar del mundo, pero mucho menos en Asturias. En esta comunidad autónoma que hizo de la manzana y de todos los productos derivados de esta su emblema, su joya y su orgullo y donde cientos de pomaradas languidecen abandonadas a la suerte de la maleza y del olvido: con sus manzanas pudriéndose en las ramas o los pies de los árboles porque nadie las ‘paña’.
Tomar una manzana del manzanal, frotarla contra la camisa y meterle un bocado es sentirse salvaje con cada dentellada, abandonar esa formalidad y moderación del día a día y dejarse llevar por el deseo atávico, tan humano y con un punto de sensualidad que nos condenó y a la vez nos hizo libres.
Entregarme al sabor fresco, dulce y ácido en boca, de una manzana devorada a dentelladas me hace disfrutar tanto. Cómo no voy a estar en contra, y lo estaré siempre, de esa ignominia que hacen al envasarla.