¿Por qué es importante leer a Pérez-Reverte?

O al menos su labor como columnista. En serio, obvia las tonterías que se dicen de él y léelo.

Antes de comenzar este artículo es muy importante realizar una distinción en cuanto a la escritura de este señor ya que, por un lado, ha escrito una ingente cantidad de novelas de calidades dispares pero que le han permitido acceder a la Real Academia Española de la Lengua y, por otro, lleva más de 30 años publicando al menos un artículo semanal, todo esto sin tener en cuenta su extensísima labor como reportero de guerra. En este texto, pese a que mencionaré todas sus facetas, me voy a centrar en la que, desde mi punto de vista, más brilla y más peso tiene, que es su labor como columnista.

Porque, aunque es uno de los columnistas más conocidos del mundo hispano, poca gente le ha leído en profundidad. Este es el único motivo por el que puedo empezar a entender que la opinión generalizada sobre él sea de un tío rancio, conservador, de derechas y que detesta absolutamente todo lo nuevo. Lo que se desprende de sus textos (hay que tener en cuenta además que en nada cumple 73 palos) en relación con los temas “modernos”, o que él desconoce es un profundo respeto y una clara admisión de su propia ignorancia y de su desfase generacional, aunque de vez en cuando suelte algún bufido. En caso de duda ante lo que digo, leed “El padre de Rapunzel”, “La tercera Alejandra” o “Con lengua o sin lengua”, pero hacedlo de verdad, no hay nada más bonito que sacar conclusiones propias y poder llevar la contraria con conocimiento de causa.

Porque le da todo igual. Porque le da todo igual. Hay una gran cantidad de columnistas, de diversos pelajes e inclinaciones, a los cuales se le nota con claridad que tienen un punto tierno o algo que no pueden/quieren/deben criticar, esencialmente por motivos monetarios revestidos de soflamas moralistas y tonterías relativas a la defensa de las instituciones, a la tenue calidad democrática, al avance imparable del nuevo fascismo o comunismo y demás cajones de sastre. Sin embargo, Arturo siempre se ha distinguido por ser irreductible y se ha mantenido en una rabiosa y feroz equidistancia ya que no solo no se casaba con nadie, sino que podría decirse que engañaba, maltrataba y golpeaba absolutamente a todos. El mejor ejemplo de esto es la amplitud de sus insultos al espacio político, desde el brutal regalo de despedida que le hizo a Zapatero en “Sobre imbéciles y malvados”, de la cual cito una frase para que se vea el grado de mala leche y afilamiento de colmillo, aunque en todo el texto le dice de todo menos guapo: “Ha sido un gobernante patético, de asombrosa indigencia cultural, incompetente, traidor y embustero hasta el último minuto; pues hasta en lo de irse o no irse mintió también, como en todo”; las durísimas palabras que le dedicó a Rajoy a lo largo de su investidura; el ametrallamiento colectivo de “Permitidme tutearos, imbéciles” hasta la incómoda radiografía social de “Aquí nadie sabe nada

Porque ha tocado todos los temas polémicos habidos y por haber, desde ETA, la transexualidad, el deslucimiento nacional o su eterna defensa del matrimonio entre personas del mismo sexo (asunto que ahora ya está complemente superado pero que hace no tanto era un tema candente, llegando el PP a votar en contra menos de 20 años atrás) y además, también ha dedicado buena parte de sus columnas a hablar de las cosas que le gustan, como el mar Mediterráneo o las pelis del Oeste, a contar historias que le pasaron de joven y a recomendar libros. Siempre me ha gustado pensar que su grado de cabreo era el que le hacía elegir un tema u otro y poca gente es capaz de insultar con semejante arrogancia y desdén, que entiendo que pueda molestar a cierta gente pero a mi no.

Porque le duele España, siendo uno de los temas en los que más desatadamente agresivo se ha mostrado. Explico con esto con prontitud ante la hostia que se me viene. El bueno de Arturo, además de ser un estudioso de nuestra historia y de haberse leído los libros de lo que habla, rasgo cada vez más infrecuente, no suele ahondar en el mensaje en el que se cae desde una parte de la opinión pública, la cual considera que sin el Imperio Español seguiríamos tirándonos flechas y andando a caballo ni en el malditismo estúpido y traidor en el que cae la otra parte, que alega que hay que pedir perdón por algo que pasó hace 500 años y que renuncia a la memoria de sus héroes. En sus textos acerca de hechos históricos, suele haber una diferencia muy importante en su consideración de gobernantes varios y variados y en su opinión generalizada del pueblo español (y que él suele resumir en el verso del Cantar de Mío Cid que dice “Qué buen vasallo sería si tuviera un buen señor a quien servir”), además de que, al menos a mí, me ha descubierto momentos, detalles y hazañas que han provocado que me sienta orgulloso de haber nacido a este lado de los Pirineos y de compartir cultura, lengua y lugar de nacimiento con hombres duros y valientes, que se pusieron al mundo por montera y a los cuales hemos terminado de traicionar anteayer, con el vergonzoso, cruel e injustificable abandono del Sahara al régimen feudal marroquí.

Porque, pese a que se le critique por hacer gala de ello, sí que estuvo, vio, escuchó y olió, teniendo la autoridad del anciano de la tribu que ha visto la parte desagradable de la realidad y que ha vuelto de la isla de los piratas con la piel intacta pero sabiendo que no es difícil irse de esta vida y que el agua caliente y el café con tostadas no han de darse por sentados. Esa clase de hombres y mujeres se van extinguiendo y mientras sigan aquí, debemos escucharlos, ya que nos salvarán de repetir ciertos errores y nos pueden enseñar algún truco de viejo tahúr.

Finalmente, en su labor como escritor siempre ha publicado libros entretenidísimos y muy bien documentados, contando historias interesantes y muy bien construidas. Sin embargo, me cuesta considerarlos de un nivel literario alto y creo que han de ser calificados como best sellers (sin querer sonar pedante y sin que tenga nada de malo, como ya dije antes es todo un académico) en una inmensa mayoría, con algunas honrosísimas excepciones como “El pintor de batallas”, “La piel del tambor” o “El tango de la guardia vieja”. Pese a esto, publica aproximadamente un libro al año, vende más que nadie y transmite como ningún otro autor el disfrute por la cultura y por el oficio de escribir, realmente se puede apreciar que se lo pasa bien con sus novelas y que ama la literatura con desesperación, haciéndole uno de los alegatos más bonitos posibles en “Un día de felicidad”.

En serio, obvia las tonterías que se dicen de él y léelo. Si después de hacerlo sigues pensando que es un viejo cascarrabias y un anticuado, igual es que no te enteras tanto como creías.

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¿Por qué es importante leer a Pérez-Reverte?

O al menos su labor como columnista. En serio, obvia las tonterías que se dicen de él y léelo.

Antes de comenzar este artículo es muy importante realizar una distinción en cuanto a la escritura de este señor ya que, por un lado, ha escrito una ingente cantidad de novelas de calidades dispares pero que le han permitido acceder a la Real Academia Española de la Lengua y, por otro, lleva más de 30 años publicando al menos un artículo semanal, todo esto sin tener en cuenta su extensísima labor como reportero de guerra. En este texto, pese a que mencionaré todas sus facetas, me voy a centrar en la que, desde mi punto de vista, más brilla y más peso tiene, que es su labor como columnista.

Porque, aunque es uno de los columnistas más conocidos del mundo hispano, poca gente le ha leído en profundidad. Este es el único motivo por el que puedo empezar a entender que la opinión generalizada sobre él sea de un tío rancio, conservador, de derechas y que detesta absolutamente todo lo nuevo. Lo que se desprende de sus textos (hay que tener en cuenta además que en nada cumple 73 palos) en relación con los temas “modernos”, o que él desconoce es un profundo respeto y una clara admisión de su propia ignorancia y de su desfase generacional, aunque de vez en cuando suelte algún bufido. En caso de duda ante lo que digo, leed “El padre de Rapunzel”, “La tercera Alejandra” o “Con lengua o sin lengua”, pero hacedlo de verdad, no hay nada más bonito que sacar conclusiones propias y poder llevar la contraria con conocimiento de causa.

Porque le da todo igual. Porque le da todo igual. Hay una gran cantidad de columnistas, de diversos pelajes e inclinaciones, a los cuales se le nota con claridad que tienen un punto tierno o algo que no pueden/quieren/deben criticar, esencialmente por motivos monetarios revestidos de soflamas moralistas y tonterías relativas a la defensa de las instituciones, a la tenue calidad democrática, al avance imparable del nuevo fascismo o comunismo y demás cajones de sastre. Sin embargo, Arturo siempre se ha distinguido por ser irreductible y se ha mantenido en una rabiosa y feroz equidistancia ya que no solo no se casaba con nadie, sino que podría decirse que engañaba, maltrataba y golpeaba absolutamente a todos. El mejor ejemplo de esto es la amplitud de sus insultos al espacio político, desde el brutal regalo de despedida que le hizo a Zapatero en “Sobre imbéciles y malvados”, de la cual cito una frase para que se vea el grado de mala leche y afilamiento de colmillo, aunque en todo el texto le dice de todo menos guapo: “Ha sido un gobernante patético, de asombrosa indigencia cultural, incompetente, traidor y embustero hasta el último minuto; pues hasta en lo de irse o no irse mintió también, como en todo”; las durísimas palabras que le dedicó a Rajoy a lo largo de su investidura; el ametrallamiento colectivo de “Permitidme tutearos, imbéciles” hasta la incómoda radiografía social de “Aquí nadie sabe nada

Porque ha tocado todos los temas polémicos habidos y por haber, desde ETA, la transexualidad, el deslucimiento nacional o su eterna defensa del matrimonio entre personas del mismo sexo (asunto que ahora ya está complemente superado pero que hace no tanto era un tema candente, llegando el PP a votar en contra menos de 20 años atrás) y además, también ha dedicado buena parte de sus columnas a hablar de las cosas que le gustan, como el mar Mediterráneo o las pelis del Oeste, a contar historias que le pasaron de joven y a recomendar libros. Siempre me ha gustado pensar que su grado de cabreo era el que le hacía elegir un tema u otro y poca gente es capaz de insultar con semejante arrogancia y desdén, que entiendo que pueda molestar a cierta gente pero a mi no.

Porque le duele España, siendo uno de los temas en los que más desatadamente agresivo se ha mostrado. Explico con esto con prontitud ante la hostia que se me viene. El bueno de Arturo, además de ser un estudioso de nuestra historia y de haberse leído los libros de lo que habla, rasgo cada vez más infrecuente, no suele ahondar en el mensaje en el que se cae desde una parte de la opinión pública, la cual considera que sin el Imperio Español seguiríamos tirándonos flechas y andando a caballo ni en el malditismo estúpido y traidor en el que cae la otra parte, que alega que hay que pedir perdón por algo que pasó hace 500 años y que renuncia a la memoria de sus héroes. En sus textos acerca de hechos históricos, suele haber una diferencia muy importante en su consideración de gobernantes varios y variados y en su opinión generalizada del pueblo español (y que él suele resumir en el verso del Cantar de Mío Cid que dice “Qué buen vasallo sería si tuviera un buen señor a quien servir”), además de que, al menos a mí, me ha descubierto momentos, detalles y hazañas que han provocado que me sienta orgulloso de haber nacido a este lado de los Pirineos y de compartir cultura, lengua y lugar de nacimiento con hombres duros y valientes, que se pusieron al mundo por montera y a los cuales hemos terminado de traicionar anteayer, con el vergonzoso, cruel e injustificable abandono del Sahara al régimen feudal marroquí.

Porque, pese a que se le critique por hacer gala de ello, sí que estuvo, vio, escuchó y olió, teniendo la autoridad del anciano de la tribu que ha visto la parte desagradable de la realidad y que ha vuelto de la isla de los piratas con la piel intacta pero sabiendo que no es difícil irse de esta vida y que el agua caliente y el café con tostadas no han de darse por sentados. Esa clase de hombres y mujeres se van extinguiendo y mientras sigan aquí, debemos escucharlos, ya que nos salvarán de repetir ciertos errores y nos pueden enseñar algún truco de viejo tahúr.

Finalmente, en su labor como escritor siempre ha publicado libros entretenidísimos y muy bien documentados, contando historias interesantes y muy bien construidas. Sin embargo, me cuesta considerarlos de un nivel literario alto y creo que han de ser calificados como best sellers (sin querer sonar pedante y sin que tenga nada de malo, como ya dije antes es todo un académico) en una inmensa mayoría, con algunas honrosísimas excepciones como “El pintor de batallas”, “La piel del tambor” o “El tango de la guardia vieja”. Pese a esto, publica aproximadamente un libro al año, vende más que nadie y transmite como ningún otro autor el disfrute por la cultura y por el oficio de escribir, realmente se puede apreciar que se lo pasa bien con sus novelas y que ama la literatura con desesperación, haciéndole uno de los alegatos más bonitos posibles en “Un día de felicidad”.

En serio, obvia las tonterías que se dicen de él y léelo. Si después de hacerlo sigues pensando que es un viejo cascarrabias y un anticuado, igual es que no te enteras tanto como creías.

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