Esta mañana he ido a pescar y, un día más, el mar me ha vuelto a dar una lección de vida. Hace unos meses adquirí una caña de carrete para poder lanzar más lejos y compaginarla con mi caña del país. Para quien no esté muy puesto en el tema, la diferencia entre una caña de carrete y una del país o de mano es que con la de carrete puedes pescar más lejos mientras que con la caña del país pescas con una línea de unos seis o siete metros. Supuestamente con una caña de carrete uno aspira a piezas más grandes ya que puede lanzar a aguas más profundas.
No paraba de lanzar lejos buscando algún pescado digno de llevar a casa al hombro como Astérix y Obélix llevaban los jabalíes en aquellas historietas animadas, pero no picaban. Seguía intentándolo aunque cada vez con menos fe al ver que el trozo de langostino volvía a mis manos intacto. Así que decidí lanzar cerca de una roca que había bajo mis pies para probar suerte. Bingo. No paré de sacar pescado desde entonces hasta que me fui. Eran piezas pequeñas pero me daba igual. Disfrutaba peleándome con cada uno de ellos para intentar subirlo a tierra y ganar esa pequeña batalla en cada picada para después devolverlos al mar.
Ahí fue cuando la pesca me puso en mi sitio para darme una nueva lección. Nos pasamos -me paso- la vida queriendo hacer cosas grandes. Soñamos con correr una maratón, tener una casa enorme y encontrarnos con nosotros mismos en el sudeste asiático. De pronto todos quieren un bodorrio, viajar por viajar y tachar cosas de la lista. Como si vivir fuese ir al supermercado. Y todo porque nos quieren hacer creer que si no vives con unas expectativas altas no quieres exprimir la vida al máximo.
Hay un fragmento de La uruguaya de Pedro Mairal que define a la perfección todo lo dicho anteriormente: “ Entendí que prefería tocar bien el ukelele que seguir tocando mal la guitarra, y eso fue como una nueva filosofía personal. Si no podés con la vida, probá con la vidita.”
Personalmente prefiero mil viditas en vez de una de esas grandes vidas que supuestamente tenemos que vivir. La vidita debe ser algo así como comerte un helado al volver de la playa y contemplar lo mucho que se quiere la gente. Rodearte de buenos amigos. Imaginarte paseando con la persona que te gusta de la mano ya sea en Santander o en Marte. Que el frutero del barrio te salude cuando pasas por su puesto. Pasar tiempo con tus padres. Desear que haga calor cuando hace frío para después maldecir agosto y desear que sea enero. Hacer café por la mañana. Cambiar el armario e ilusionarte por la llegada de la primavera. Pagar siempre en efectivo.