Ir al cine, como comer bien, es una de las cosas que más placer me genera en esta vida. Acciones simples antaño, algo vulgares, ahora elevadas al mayor rango dentro del panorama cultureta. Y puede ser que esté bien, hasta creo que tienen razón los que elevan a tan altas cotas ambas actividades, pero no lo acabo de ver del todo, desconfío de todo aquello que trata de imponerse como dogma. A mí con que me dejen disfrutar: vivir la vida a través del hedonismo es a veces la tarea soñada y otras un duro ejercicio de método.
Comer y el cine, el cine y comer, algo que por separado se me hace la cúspide del gozo y cuando se entremezclan me produce el mayor de los rechazos, la aversión total. Qué coño le pasa a la gente que no es capaz de entrar en una sala a disfrutar de una película sin comprar un enorme cubo de palomitas, chocolatinas, gominolas y un refresco del tamaño de un camión cisterna. Molestando cada vez que se mueven y mastican, emitiendo sonidos guturales a cada dentellada y con cada sorbo, valiéndose de la luz del móvil para localizar el siguiente snack que jalar, llenándolo todo de palomitas, migas y restos. La gente no come en el teatro ni en la ópera, tampoco en los museos, y sólo en ocasiones muy especiales, marcadas por la tradición, en los toros. Los cines permiten esta ignominia porque subsisten gracias a los atracos que meten a estos pobres glotones incautos en el bar: donde un Red Bull está al precio de un Romanée Conti Grand Cru.
Lo de las palomitas con la familia y niños pequeños o en esas primeras citas siendo adolescente, donde el cubo tapa a dónde va la mano, no lo entiendo ni respeto; pero a lo que sí me pongo de manera furibunda es a esos cines que hacen llamarse ‘PREMIUM’ -si algo es prémium de verdad no está en un centro comercial al alcance de todos por unos cuantos ‘cheles’-, ofrecen unas butacas muy parecidas a un sofá tantra y permiten al espectador meterse entre pecho y espalda un solomillo o un pollo a la pepitoria. Hay alguno que irá ahí para creerse Calígula mientras le ponen en la pantalla, porque ver no verá mucho mientras atiende a los cubiertos, una de superhéroes.
Los placeres, queridos lectores, siempre con método, entrega y cierto grado de prudencia. La confluencia de ellos en un mismo acto no tiene porqué resultar una delicia, más bien deviene en el horror.