Quiero ser amigo de Garci

Me ha enseñado a través de sus libros -y también de sus películas- que la vida está para disfrutarla.

Hace poco fue el ochenta cumpleaños de José Luis Garci y, haciendo memoria, me he dado cuenta de lo influyente que ha sido en mi vida estos años.

Mi relación con Garci comienza en plena pandemia. Durante el confinamiento, mi madre dijo que eligiéramos un libro porque iba a realizar un pedido a una librería para hacernos algo más ameno el encierro. Por entonces yo estaba obsesionado con el boxeo. Veía combates antiguos de Tyson, intentaba imitar a Sugar Ray Leonard con ese boxeo eléctrico que tanto le caracterizaba y leía sobre leyendas del boxeo patrio como Javier Castillejo o José Legrá. Así que decidí pedirle a mi madre un libro llamado “Campo del gas” escrito por un tal José Luis al que escuchaba en una sección que tenía los viernes en COPE junto a Jaime Ugarte con el mismo nombre. A partir de ese libro cambió todo. Sobre todo yo.

Garci te muestra a través de sus libros cómo es. “Es un vividor (...) disfruta existiendo, cosa que no está al alcance de todos los mortales, porque no ignora vivir, que es bueno y es malo, es un experimento único en la vida” dijo Manuel Alcántara sobre nuestro querido director. Es así, Garci me ha enseñado a través de sus libros -y también de sus películas- que la vida está para disfrutarla. Que la felicidad es una ráfaga y por eso hay que intentar no buscarla en demasía, sólo disfrutarla, recordar lo felices que fuimos con el paso del tiempo. Pero no sólo he aprendido a cómo vivir la vida, también he aprendido de cine, de fútbol y del beber.

Me di cuenta del poso que Garci había dejado en mí cuando, trabajando como chófer en un festival de series, estuve conversando con Joan Álvarez -director del festival y antiguo director de la Academia de Cine en 2017- sobre la última película de Woody Allen y cómo de importante era la fotografía en sus películas para conocer las ciudades a través de sus ojos. “Es la conversación más interesante que he tenido en todo el festival. Sabes mucho” me dijo Joan. “Gracias” le contesté. 

Me hubiese encantado responderle diciendo: A ver, Joan, ¿cómo te explico que lo único que sé de cine se lo debo a escuchar a Garci y compañía en Cowboys de Medianoche? Que meto la botella de ginebra en la nevera antes de preparar un dry martini porque es lo que hacía Alfredo Landa y que le pedí este año a los Reyes Magos una botella de Noilly Prat porque es el vermut que usa José Luis para sus “cuchillos disueltos” que diría Manolo Alcántara. Que soy tan nostálgico como él. Que me fui a Nueva York este noviembre para pasear por allí como hacía y contaba él en sus crónicas del mundial del 94. Que visité la librería Rizzoli y me fascinó. Que me habría quedado a vivir una semana en el MoMA junto a la noche estrellada de van Gogh y que seguramente no habría entrado si no hubiese sido por él.

En resumen, quiero ser amigo de Garci. Hay días en los que fantaseo con vivir en Madrid, jugar al fútbol los domingos con mi amigo Gonzalo, que Luis Agúndez me lleve a algún karaoke sórdido o que mi amigo Santi me lleve al Bernabéu. Encontrarme a Garci paseando por El Retiro, decirle que quiero ser su amigo y pasar con él toda la mañana.

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Quiero ser amigo de Garci

Me ha enseñado a través de sus libros -y también de sus películas- que la vida está para disfrutarla.

Hace poco fue el ochenta cumpleaños de José Luis Garci y, haciendo memoria, me he dado cuenta de lo influyente que ha sido en mi vida estos años.

Mi relación con Garci comienza en plena pandemia. Durante el confinamiento, mi madre dijo que eligiéramos un libro porque iba a realizar un pedido a una librería para hacernos algo más ameno el encierro. Por entonces yo estaba obsesionado con el boxeo. Veía combates antiguos de Tyson, intentaba imitar a Sugar Ray Leonard con ese boxeo eléctrico que tanto le caracterizaba y leía sobre leyendas del boxeo patrio como Javier Castillejo o José Legrá. Así que decidí pedirle a mi madre un libro llamado “Campo del gas” escrito por un tal José Luis al que escuchaba en una sección que tenía los viernes en COPE junto a Jaime Ugarte con el mismo nombre. A partir de ese libro cambió todo. Sobre todo yo.

Garci te muestra a través de sus libros cómo es. “Es un vividor (...) disfruta existiendo, cosa que no está al alcance de todos los mortales, porque no ignora vivir, que es bueno y es malo, es un experimento único en la vida” dijo Manuel Alcántara sobre nuestro querido director. Es así, Garci me ha enseñado a través de sus libros -y también de sus películas- que la vida está para disfrutarla. Que la felicidad es una ráfaga y por eso hay que intentar no buscarla en demasía, sólo disfrutarla, recordar lo felices que fuimos con el paso del tiempo. Pero no sólo he aprendido a cómo vivir la vida, también he aprendido de cine, de fútbol y del beber.

Me di cuenta del poso que Garci había dejado en mí cuando, trabajando como chófer en un festival de series, estuve conversando con Joan Álvarez -director del festival y antiguo director de la Academia de Cine en 2017- sobre la última película de Woody Allen y cómo de importante era la fotografía en sus películas para conocer las ciudades a través de sus ojos. “Es la conversación más interesante que he tenido en todo el festival. Sabes mucho” me dijo Joan. “Gracias” le contesté. 

Me hubiese encantado responderle diciendo: A ver, Joan, ¿cómo te explico que lo único que sé de cine se lo debo a escuchar a Garci y compañía en Cowboys de Medianoche? Que meto la botella de ginebra en la nevera antes de preparar un dry martini porque es lo que hacía Alfredo Landa y que le pedí este año a los Reyes Magos una botella de Noilly Prat porque es el vermut que usa José Luis para sus “cuchillos disueltos” que diría Manolo Alcántara. Que soy tan nostálgico como él. Que me fui a Nueva York este noviembre para pasear por allí como hacía y contaba él en sus crónicas del mundial del 94. Que visité la librería Rizzoli y me fascinó. Que me habría quedado a vivir una semana en el MoMA junto a la noche estrellada de van Gogh y que seguramente no habría entrado si no hubiese sido por él.

En resumen, quiero ser amigo de Garci. Hay días en los que fantaseo con vivir en Madrid, jugar al fútbol los domingos con mi amigo Gonzalo, que Luis Agúndez me lleve a algún karaoke sórdido o que mi amigo Santi me lleve al Bernabéu. Encontrarme a Garci paseando por El Retiro, decirle que quiero ser su amigo y pasar con él toda la mañana.

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