I believe life is a continuum, and that no one really dies, they just drop their physical body and we'll all meet again, like the song says. It's sad but it's not devastating if you think like that.We're all going to be fine at the end of the story.
–David Lynch
Tenías que irte así, de la única forma en que tú sabías hacer las cosas: sin explicarlas, sin justificarte ante nada ni nadie. Hablar sobre ti sin caer en tópicos es complicado, porque de ti se ha dicho todo cuanto se podía y más. Más, incluso, de lo que tú habrías querido. Definirte es difícil, explicarte es imposible y también un sinsentido. Hoy sólo tenemos la certeza de que se ha ido el más grande de entre los grandes. Nos vamos quedando sin estatuas y ver el derribo de la tuya nos ha dolido como ninguna otra.
Muchos hemos dicho, muchas veces, que «David Lynch nos introdujo en el cine». La primera vez que vi una película tuya fue en un cine de Barcelona, en una sala enorme de un cine que cerró hace poco y en la que sólo estábamos cuatro personas: dos señoras mayores, un chaval en chándal, y yo. Era Mulholland Drive, en un reestreno que hicieron por su vigésimo aniversario. Recuerdo salir de la proyección y caminar hacia el metro, en piloto automático, mientras le escribía a Mónica –que la había visto al mismo tiempo que yo, también en el cine, pero en una sala del Albéniz de Málaga– algo parecido a «no sé qué cojones acabo de ver». También era su primera vez viéndola. No sé explicar qué significó para mí ver esa película; no entendí nada, pero supe que era enorme, y desde entonces el nombre «David Lynch» se me adhirió a la piel como una lapa y se convirtió en algo que era tan parte de mí como mis brazos o mis piernas; algo a lo que volvería –y sigo y seguiré volviendo– cada vez que me haga falta. Me tragué el resto de tu filmografía esa misma semana, en orden cronológico. No sé lo que vi, muchas cosas no las comprendí, de otras saqué conclusiones más o menos acertadas, de algunas películas recuerdo interpretaciones que hoy todavía comparto y otras que me hacen reír al recordarlas. Pero lo más importante, lo que más me impresionó de no haber entendido nada, fue lo poco que me importó. Visto en perspectiva, en vez «David Lynch me introdujo en el cine», tal vez sea más adecuado decir «David Lynch me enseñó lo que es el cine». Y es que tú, David, has sido –creo yo– el único que ha entendido el cine tal y como es, tal y como ha sido en toda su esencia y naturaleza, tal y como debería ser siempre. Tú, que lo único que querías era ver un cuadro en movimiento y descubriste que era posible conseguirlo, diste ese día con la clave de todo: el arte tiene que ser sin querer ser arte. Supiste eso desde el principio y luchaste contra viento y marea por defenderlo, te convertiste en el don Quijote de Hollywood y a fuerza de luchar contra sus gigantes tuvieron que creerte y darte la razón. Y es que tal vez tu mayor éxito, tu mayor reconocimiento, sea que nos has hecho creer a muchos sin haberte comprendido, sin haberte entendido y por tanto sin poder explicar lo que estábamos viendo; sin poder decir –y este es para mí el mayor de tus triunfos– por qué nos gustó aquello que nos gustó. Porque me has visto, has creído; dichosos los que no han visto y sin embargo creen. Tu mayor lección ha sido la de colocar la lógica de los sueños, una lógica ilógica y a su vez coherente, por encima de la razón y el entendimiento. Fuiste la puerta de entrada a cuestionamientos narrativos clave para poder entender qué hacías y por qué lo hacías, conseguiste deshacerte de los porqués innecesarios de toda una obra que no los necesitaba, por mucho que algunos se desviviesen por encontrarlos. Y no cediste nunca, como si en realidad no comprendieses por qué te preguntaban lo que te preguntaban, por qué te pedían explicaciones sobre aquello que tú no considerabas necesario explicar.
Tu cine también nos ha enseñado a muchos a mirar, a mirar por el gusto mismo de hacerlo; a comprender, eso sí, que el arte es en sí mismo incomprensible. Nos enseñaste a mirar el mundo como tú lo hacías. Considerarte un surrealista es ingenuo, definirte como «loco» es de una superficialidad insultante; tu obra –no sólo la artística– está plagada de imágenes perturbadoras que te acompañan desde que las ves, pero al mismo tiempo tu obra no ha sido otra cosa que la mayor expresión de sinceridad, esperanza y amor que el cine haya tenido la oportunidad de ver en sus más de cien años de historia. No hay rastro de ironía o cinismo en aquello cuanto hiciste, sino un precioso destello de honestidad, franqueza, respeto, tacto y delicadeza. Tu mayor legado, Laura Palmer, es el mejor de los ejemplos, y tu forma de tratarla la convierte en uno de los personajes más importantes de la ficción moderna; su grito es el grito de todas las mujeres cuya historia y dolor todavía no han sido resueltos. Yo no sé si el arte nos hace mejores personas, pero sé que el que tú hacías, si no del todo, al menos nos acercaba a algo parecido.
Paradójicamente, muchos no entendemos ya el cine sin tu cine, y entender tu cine dentro del cine es un oxímoron. Aunque llevases sin hacer una película desde 2006, tu presencia, el saber que estabas, que en cualquier momento podrías sorprendernos con la noticia de que presentabas algo nuevo, la esperanza que volverías con algún proyecto de los que te quedaron por hacer, nos animaba a soñar con que aparecerías en las listas de Selección Oficial de algún festival (cuando en abril de 2023 se rumoreó que podías presentar algo en Cannes, recuerdo abrir su página web, en mitad de la calle Colón de Valencia, para comprobar si todavía estaba abierto el plazo de acreditaciones). No volveremos a tener nunca una película de David Lynch, y lo más probable es que no la hubiésemos tenido de todos modos, aunque hubieses vivido 100 años, aunque hubieses sido tan eterno como creíamos que eras. No existirá nunca Ronnie Rocket, y si existe no será la Ronnie Rocket que tú planeaste, porque nunca podrá existir de nuevo algo que lleve tu nombre, algo que por naturaleza sea tuyo. Y eso, más que entristecernos, debería alegrarnos. David Lynch es irrepetible, es inconcebible David Lynch sin David Lynch. Nadie podrá nunca copiarte o reemplazarte; tú, que llegaste donde lo hiciste sin haber querido nunca ser nada, te has ido siéndolo todo. Los que han intentado copiarte se han dado con un canto en los dientes, y ya dijo Oscar Wilde eso de que la imitación es la forma más sincera de admiración con la que puede pagar la mediocridad a la grandeza. Tampoco existirá nunca tu versión de La Metamorfosis de Kafka, y eso, con perdón, sí me jode bastante. Si alguien podía haber adaptado a Kafka eras tú, y si el cine no va a volver a tener a otro como tú, mejor que ese proyecto inacabado quede en tu mente y te lo lleves contigo donde sea que hayas decidido irte. ¿Qué tiene más sentido en este mundo que una obra de Kafka que queda inacabada?
También te llevas a la tumba mil secretos, ya nunca sabremos cómo se hizo el bebé de Eraserhead ni por qué fue tu película más espiritual. Tampoco podremos decir con exactitud qué ocurrió al final de Lost Highway o por qué hay un hombre en Wild at Heart que suena como una mezcla entre una rana y un kazoo; tampoco comprenderemos nunca del todo qué es exactamente la Logia Negra o el significado del brazo de Twin Peaks. «¿Y qué más da?», responderemos a los que sigan queriendo despojar tu obra de su esencia misma. Y algo que tampoco entendemos hoy, pero que con el tiempo sí asimilaremos, es que ya no compartas tiempo y espacio con nosotros. Vivimos en un mundo sin David Lynch y ahora éste es un lugar un poco más triste. El cine también es ya otra cosa y nunca volverá a ser lo que fue gracias a ti, pues sólo tú nos podías ofrecernos eso inexplicable, eso que no habíamos visto nunca.
Quienes no hemos buscado nunca el sentido a tu cine, te buscaremos a ti en él la próxima vez que nos pongamos Blue Velvet o The Straight Story. Por primera vez veremos tus películas sabiéndote en pasado, sabiendo que David Lynch fue y que ya no es. Tal vez descubramos algo que siempre había estado ahí y hasta ahora no habíamos visto. Es irónico, y también muy tuyo, que incluso después de muerto nos sigas ofreciendo nuevas interpretaciones del legado que nos dejas. Será nuestra responsabilidad compartirlo con quienes en un futuro no muy lejano lleguen a tu cine y lo descubran sin ti en el mundo. Un legado que puede describirse como lo hizo La Mujer del Tronco, mucho mejor que cuanto yo podría hacerlo: «Hay tristeza en este mundo, pues ignoramos muchas cosas. Sí, ignoramos muchas cosas preciosas. Cosas como la verdad. Así que la tristeza en nuestra ignorancia es muy real. Las lágrimas son reales. ¿Qué es eso que llamamos “lágrima”? Hay incluso unos conductos –conductos lagrimales– que producen esas lágrimas cuando nos sobreviene la tristeza. Entonces llega el día en el que la tristeza acaece, y nos preguntamos: “¿Terminará alguna vez esta tristeza que me hace llorar, esta tristeza que me hace llorar sin parar?”. La respuesta, por supuesto, es sí. Un día, la tristeza terminará».
Hoy te has ido y contigo se va para siempre una parte de muchos de nosotros, pero para el resto de la eternidad queda cuanto nos diste y nos dejaste; nos queda Fade Into You de Mazzy Star, nos quedan los viernes, los cielos azules, el sol dorado, los árboles y el teatro del absurdo; nos queda Diane, 11:30 a.m., February 24th. Entering the town of Twin Peaks; nos queda también la posibilidad de que el amor no sea suficiente y también Who gives a fucking shit how long a scene is?; nos quedan That's the kind of girl to make you wish you spoke a little French, la conexión con la luna y arreglar nuestros corazones o morir; nos quedan Bob Dylan y su Things Have Changed; nos queda el arte de la vida: la música, la pintura y el cine; nos queda A candy-colored clown they call the sandman / tiptoes to my room every night / just to sprinkle stardust and to whisper / go to sleep, everything is alright y She wore blue velvet / bluer than velvet was the night / softer than satin was the light / from the stars; nos quedan también el silencio y el sueño en el que vivimos, pero, sobre todo, nos queda un futuro muy brillante.