Ricos y extravagantes

Un ricachón está moralmente obligado a gastar su dinero de manera excéntrica.

Uno entra en internet -ese mundo ficticio en el que todos sonríen más de lo que realmente lo hacen- y lee críticas insospechadas acerca de los Javis por llevar a Ane Igartiburu para dar las campanadas a en su más que divertida fiesta de Fin de Año (mis amigos y yo todavía nos preguntamos si la invitaron a cenar o si la tenían encerrada en un cuarto hasta la doce). 

De pronto el mundo parecía detenerse porque había cuatro personas a las que le parecía una excentricidad, cuando a mi parecer no era más que un acto de supervivencia y responsabilidad. Primero porque no está nada mal sobrevivir de esa manera, ya que así no ves las campanadas con Lalachus y Broncano ni tienes que opinar acerca del vestido lactante de Cristina Pedroche. Y segundo; parece que ya un milloneti no puede ser extravagante cuando, moralmente, un ricachón debería estar obligado a gastar su dinero en cosas que le hagan ser distinto a los demás. A, precisamente, comportarse de manera excéntrica.

A mí esto de los Javis me llevó directamente a Ambiciones, la finca de Jesulín de Ubrique en la que Currupipi, su tigre, era una de las atracciones principales del lugar. Yo estoy seguro de que Jesulín le tenía mucho cariño a su mascota exótica, al igual que un conocido del padre de dos de mis mejores amigos, que tenía un elefante en su finca de Medina con el que quería hacer El Rocío. Casi nada. ¿Para qué querrán las personas estos animales? Pues para contarlo, ¿no? Para que estemos invirtiendo el tiempo en hablar de ellos. Cosa que entiendo.

Porque tener fundaciones y hacer actos solidarios está muy bien. Es más que aplaudible, faltaría más, pero uno ve el inicio de Babylon y comprende que la vida frenética del Hollywood de los años 20 no es sana para nadie, pero para qué quieres el dinero si no es para pegarte algún caprichito excéntrico de vez en cuando, como meter a un elefante en una fiesta. Está claro que Iker Muniain y yo podemos tener el mismo iphone tope de gama, pero el que se paseaba por la ría de Bilbao con un lambo rosa chillón haciendo ruido era él, que sí que podía. Así que hay que estar a favor de la extravagancia porque así nuestros ilustres son algo más que una portada de revista y gente esperando en la cola del baño. 

Abogo porque nuestros famosos de pantalla vertical, los de ahora, no nos hagan echar de menos a los ídolos que aparecían en los televisores con tapa de culo. Los Gil, Eugenia Martínez de Irujo y compañía que junto a Imperioso, el caballo al que el presidente del Atleti le preguntaba por los fichajes; o aquel cerdo enorme llamado Bacon de la hija de la Duquesa de Alba, viven en nuestra memoria sin olvidarnos tampoco del tigre blanco de Mike Tyson o aquella foto de Dalí paseando su oso hormiguero a la salida de una boca de metro en París. 

Yo, por mi parte, lo más excéntrico que he hecho en mi vida es tomarme un dry martini en pijama, solo en casa (que no es poco), pero claro, nada me habría hecho más ilusión que contratar a Rocío Durcal para que me cantase mientras me duchaba la gata bajo la lluvia.

Ojalá se cumplan todos los deseos de año nuevo que hayan pedido, pero recemos juntos porque nuestros famosos no luzcan todos igual. Ser atrevidos es lo único que nos queda.

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Un ricachón está moralmente obligado a gastar su dinero de manera excéntrica.

Uno entra en internet -ese mundo ficticio en el que todos sonríen más de lo que realmente lo hacen- y lee críticas insospechadas acerca de los Javis por llevar a Ane Igartiburu para dar las campanadas a en su más que divertida fiesta de Fin de Año (mis amigos y yo todavía nos preguntamos si la invitaron a cenar o si la tenían encerrada en un cuarto hasta la doce). 

De pronto el mundo parecía detenerse porque había cuatro personas a las que le parecía una excentricidad, cuando a mi parecer no era más que un acto de supervivencia y responsabilidad. Primero porque no está nada mal sobrevivir de esa manera, ya que así no ves las campanadas con Lalachus y Broncano ni tienes que opinar acerca del vestido lactante de Cristina Pedroche. Y segundo; parece que ya un milloneti no puede ser extravagante cuando, moralmente, un ricachón debería estar obligado a gastar su dinero en cosas que le hagan ser distinto a los demás. A, precisamente, comportarse de manera excéntrica.

A mí esto de los Javis me llevó directamente a Ambiciones, la finca de Jesulín de Ubrique en la que Currupipi, su tigre, era una de las atracciones principales del lugar. Yo estoy seguro de que Jesulín le tenía mucho cariño a su mascota exótica, al igual que un conocido del padre de dos de mis mejores amigos, que tenía un elefante en su finca de Medina con el que quería hacer El Rocío. Casi nada. ¿Para qué querrán las personas estos animales? Pues para contarlo, ¿no? Para que estemos invirtiendo el tiempo en hablar de ellos. Cosa que entiendo.

Porque tener fundaciones y hacer actos solidarios está muy bien. Es más que aplaudible, faltaría más, pero uno ve el inicio de Babylon y comprende que la vida frenética del Hollywood de los años 20 no es sana para nadie, pero para qué quieres el dinero si no es para pegarte algún caprichito excéntrico de vez en cuando, como meter a un elefante en una fiesta. Está claro que Iker Muniain y yo podemos tener el mismo iphone tope de gama, pero el que se paseaba por la ría de Bilbao con un lambo rosa chillón haciendo ruido era él, que sí que podía. Así que hay que estar a favor de la extravagancia porque así nuestros ilustres son algo más que una portada de revista y gente esperando en la cola del baño. 

Abogo porque nuestros famosos de pantalla vertical, los de ahora, no nos hagan echar de menos a los ídolos que aparecían en los televisores con tapa de culo. Los Gil, Eugenia Martínez de Irujo y compañía que junto a Imperioso, el caballo al que el presidente del Atleti le preguntaba por los fichajes; o aquel cerdo enorme llamado Bacon de la hija de la Duquesa de Alba, viven en nuestra memoria sin olvidarnos tampoco del tigre blanco de Mike Tyson o aquella foto de Dalí paseando su oso hormiguero a la salida de una boca de metro en París. 

Yo, por mi parte, lo más excéntrico que he hecho en mi vida es tomarme un dry martini en pijama, solo en casa (que no es poco), pero claro, nada me habría hecho más ilusión que contratar a Rocío Durcal para que me cantase mientras me duchaba la gata bajo la lluvia.

Ojalá se cumplan todos los deseos de año nuevo que hayan pedido, pero recemos juntos porque nuestros famosos no luzcan todos igual. Ser atrevidos es lo único que nos queda.

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