Ridículamente normal

A Carla se le ocurrió presentar su libro el mismo día y a la misma hora en la que España debutaba en la Eurocopa. Ideas de bombero, o de escritora, si es que no son las mismas, pensé al principio. Más tarde lo entendí. Con su decisión de solapar horarios estaba inaugurando el verano. Los futboleros sabemos desde pequeños que la estación no empieza con un solsticio sino con el primer partido de un torneo de selecciones. Pero como esto no tiene por qué conocerlo todo el mundo, nuestra altruista amiga se encargó de recordar el acontecimiento para los que aún no se habían puesto con el cambio de armario.  

Días ridículamente normales (La editorial más pequeña del mundo, 2024) es un libro para leer en verano. En una playa mediterránea si puede ser. Como los de Milena Busquets o Bergareche. Me gustan los libros veraniegos como me gustan las personas en cuyo instagram siempre es agosto, que parecen tener algo contra los meses con r. Nada de octubres, noviembres o febreros. Para ellos el calendario empieza en mayo. 

 

Hay gente así, gente temporada primavera verano en El Corte Inglés. Como hay jefes que son invierno y ex novias que definitivamente son otoño. Pues Carla Mouriño es eso, una persona primavera verano. Tanto que cuesta imaginársela con abrigo.

Tiene Carla una cosa muy curiosa. La conozcas o no, al leerla piensas que te está hablando una amiga. Que forma parte de tu vida, que tú estabas en esos veranos y que su pandilla era también la tuya. Que años atrás tuviste un rollete con alguna amiga de esas que nombra de vez en cuando y tú te imaginas guapísima y un poco tontita, en plan qué mona va esta chica siempre. Que ese chico tan majete al que se refiere en varias ocasiones fue íntimo tuyo durante muchos años, y aunque ahora la distancia y el tiempo y sobre todo las prioridades os hayan separado y ya nunca vuelva a ser lo mismo, cada vez que os reencontráis os mirais con la complicidad fraternal de los que un día fueron mejores amigos y se llevarán a la tumba lo que nadie más del otro sabe. En definitiva, Carla tiene la capacidad de meterte en su mundo, aunque el tuyo poco tenga que ver con el suyo y aun menos con ella.

Me gusta Días ridículamente normales porque es un libro de verano y me gusta también porque es un libro en el que hay mucho alcohol. Venga cócteles, venga vinos, venga tabernas. ¿Pero esta muchacha cuando sacará tiempo para escribir? Sospecho que en ese estado mental fronterizo entre la borrachera y la resaca, que es cuando siempre vienen las mejores ideas. Está muy extendida la teoría de que es en la ducha cuando la inspiración llega de golpe. No es así. Hay un momento de la noche, o de la mañana más bien, en el que es demasiado tarde para la cogorza y al mismo tiempo demasiado pronto para la resaca, se encuentra uno flotando ahí en una especie de limbo alcohólico de indefinición. Tenemos que encontrarle un nombre. Es una horita, eh, la genialidad tampoco se puede estirar más de la cuenta. Bueno pues es en ese estado mental difuso donde me imagino a Carla verbalizando sus mejores ideas, mandando notas de voz a un grupo de Whatsapp en el que está ella sola, pariendo un libro sin saberlo.

De repente leo “estoy en Roma, la ciudad más bella del mundo dándome cuenta de que soy una persona con suerte” y siento envidia, que es lo que sentimos a menudo la gente ridículamente normal, gremio en el que no se encuentra la autora. Me es muy complicado leer más de tres páginas y no meterme en Booking. Leyendo uno se pregunta de qué huye esta muchacha. Leyendo uno se reafirma en que lo define a las personas más brillantes, o por lo menos más inteligentes, es su capacidad para pasárselo bien en cualquier sitio, con cualquier compañía y en cualquier situación. 

Lo bueno de Días ridículamente normales es que no es sólo un libro, sino playlist, guía Michelin, agenda de ocio nocturno madrileño o Lonely Planet de bolsillo. También es una ametralladora de metáforas. Un libro cargado de imágenes de gran potencia visual. Tiene Carla un extraño talento para la sensorialidad. Es un libro de colores.

“Al destino le agradezco la total incertidumbre”, se puede leer en una página por ahí perdida. 

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