Rubén Gisbert no tiene la culpa

El medio es el mensaje. Marshall McLuhan pronosticó la pillada con las rodillas en el barro al jurista abstencionista.

“El medio es el mensaje” es una de estas frases manidas, comodín, que los individuos petulantes utilizamos para reforzar nuestros argumentos. Son como refranes elitistas. Pero no por ello menos útiles. En este caso, por ejemplo, creo que vale para demostrar que Rubén Gisbert, personaje por el que siento solo desprecio y desinterés, no se merecía el señalamiento que le ha caído. Comunicarse es malentenderse.  


¿Y qué tiene que ver la preclaridad de McLuhan con la pillada a Gisbert arrodillándose en el barro para aparecer como más manchado en directo? Todo. Pero antes hagamos un pequeño repaso de los hechos.

Rubén Gisbert, un jurista que abrió en 2018 un canal de Youtube (cuenta con 641.000 suscriptores) y que alcanzó fama gracias a sus performances abstencionistas, era tertuliano del programa Horizonte, presentado por Iker Jiménez en la cadena Cuatro. Tras la DANA, Jiménez lo convierte en reportero y lo manda a cubrir el desastre sobre el terreno. Nacer en Valencia, saber hablar ante una cámara y haber vivido, según parece, muchos años en Catarroja (uno de los pueblos más afectados por la DANA) suponía currículum suficiente para ejercer dicha labor.


Sus conexiones en directo no desentonan en absoluto ni con la línea editorial ni con el tono del espacio. Sin embargo, minutos o segundos antes de entrar en directo al programa 9 de la temporada 6 (lo especifico por si alguno quiere acudir a comprobarlo), un vecino lo graba desde el balcón y lo caza, infraganti, arrodillándose para embadurnarse los pantalones de barro. Se viraliza. Su justificación, menos retuiteada, es que no podía asegurar la emisión en vivo por problemas de tiempo, cobertura y logística. Por tanto, para no perjudicar a Iker, o para cuidarse de que los espectadores percibieran el fallo de raccord, se manchó las rodillas para ofrecer una imagen consistente. Yo, sinceramente, le creo. Jiménez le ha despedido.

Sin embargo, antes de conocer sus explicaciones y verificar que, efectivamente, entró varias veces en directo en el propio programa desde diferentes localizaciones, ya me parecía un comportamiento coherente. Me explico. ¿Qué es lo que cree Gisbert (y Jiménez, y muchos de los seguidores de ambos) que legitima, acredita y autoriza su papel como reportero? ¿Sus estudios de periodismo? ¿Su solvencia e imparcialidad? Me temo que no. ¿Es entonces su alineamiento con la línea editorial del programa, que podríamos resumir como conspiranoia ecléctica? Sí, pero no es lo más relevante en este caso. La clave de bóveda, el lugar dónde reside la credibilidad de Gisbert, es su presentación como un afectado y una víctima más. Por eso conecta desde una peluquería destrozada que, asegura, frecuentaba de pequeño. Por eso intercala comentarios amarillistas y burradas al borde del delito con loas a su actividad como voluntario. Por eso Iker Jiménez también va de voluntario. Y por eso, tras el despido, Gisbert se parapeta en su heroicidad activista sobre el terreno.


Huelga recordar que debería darnos lo mismo si Gisbert se embarra o se disfraza de bombero torero. Que no deberíamos juzgar a un periodista por la suciedad de sus botas o por su generosidad altruista. Y menos a un personaje que, en teoría, jamás debería pisar un medio de comunicación que se proclame serio. Pero es que Horizonte no es eso. En la misma emisión, el programa dio pábulo sin miramiento a la conspiración, ya por suerte desmentida incluso por Iker Jiménez, del “parking-cementerio” de Bonaire. Entendamos bien la dimensión de este fenómeno. Un programa de televisión generalista presentado por un tipo famosísimo e influyente ha afirmado y propagado sin más fuentes que Times New Roman que el Gobierno esconde 700 muertos. Y una gran cantidad de usuarios de Twitter, sin embargo, se han enfadado casi por igual por que un tipo se ha manchado aposta las rodillas. ¿Por qué? Porque el asunto no va de mentiras. Ni de responsabilidad. Ni de ética. Va de que ninguno es de fiar.

No me hago trampas. Esta relación tensa y conflictiva entre cualquier emisor de un mensaje, su comunidad y su credibilidad es intrínseca a casi cualquier grupo humano y más vieja que la tos. Pero yo propongo, al menos y desde el respeto a quienes lo están pasando mal, intentar pensarla con dos ejemplos de estos días.

La influencer “Emedeamores” se hizo famosa por diseñar alfombras. Estos días, guiada por la buena voluntad (pero a sabiendas de que sus seguidores esperan eso de ella), ha dedicado sus últimas stories a proporcionar información sobre la DANA. También ha viajado como voluntaria. Que sepamos, ha borrado, al menos, una. Es ésta:

Todos entendemos por qué la ha eliminado. Pero vamos a intentar tomar distancia. ¿Por qué ha tenido que suprimirla? ¿Por qué es tan evidente que se ha columpiado y está fuera de lugar? ¿Es acaso mentira que el año pasado viajara por las fallas y éste por la DANA? ¿No tiene permiso para sentir pena hacia ese contraste? No, me apresuro a responder. La clave es que ahora no toca. Que queda mal, que queda raro. Hablar de según qué cosas, de según qué formas y/o en según qué momentos te puede hacer parecer, ante tu comunidad y las redes, un insensible o un egoísta. Y si nadie en general quiere formar parte de esos tres clubes, ahora menos.Se me ocurren mil ejemplos sólo de esta semana para dar vueltas infinitas en torno a este no toca. Pero voy a quedarme con esta otra storie de la influencer Teresa Bass:

Bass, en realidad, se está haciendo la pregunta que yo estoy tratando de plantear en este texto. ¿Qué esperan de ella sus followers, su comunidad? Vive de sus likes y está confusa. No lo quiere hacer mal. El medio es el mensaje. Y comunicarse es malentenderse. Preguntadle a Rubén.

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Rubén Gisbert no tiene la culpa

El medio es el mensaje. Marshall McLuhan pronosticó la pillada con las rodillas en el barro al jurista abstencionista.

“El medio es el mensaje” es una de estas frases manidas, comodín, que los individuos petulantes utilizamos para reforzar nuestros argumentos. Son como refranes elitistas. Pero no por ello menos útiles. En este caso, por ejemplo, creo que vale para demostrar que Rubén Gisbert, personaje por el que siento solo desprecio y desinterés, no se merecía el señalamiento que le ha caído. Comunicarse es malentenderse.  


¿Y qué tiene que ver la preclaridad de McLuhan con la pillada a Gisbert arrodillándose en el barro para aparecer como más manchado en directo? Todo. Pero antes hagamos un pequeño repaso de los hechos.

Rubén Gisbert, un jurista que abrió en 2018 un canal de Youtube (cuenta con 641.000 suscriptores) y que alcanzó fama gracias a sus performances abstencionistas, era tertuliano del programa Horizonte, presentado por Iker Jiménez en la cadena Cuatro. Tras la DANA, Jiménez lo convierte en reportero y lo manda a cubrir el desastre sobre el terreno. Nacer en Valencia, saber hablar ante una cámara y haber vivido, según parece, muchos años en Catarroja (uno de los pueblos más afectados por la DANA) suponía currículum suficiente para ejercer dicha labor.


Sus conexiones en directo no desentonan en absoluto ni con la línea editorial ni con el tono del espacio. Sin embargo, minutos o segundos antes de entrar en directo al programa 9 de la temporada 6 (lo especifico por si alguno quiere acudir a comprobarlo), un vecino lo graba desde el balcón y lo caza, infraganti, arrodillándose para embadurnarse los pantalones de barro. Se viraliza. Su justificación, menos retuiteada, es que no podía asegurar la emisión en vivo por problemas de tiempo, cobertura y logística. Por tanto, para no perjudicar a Iker, o para cuidarse de que los espectadores percibieran el fallo de raccord, se manchó las rodillas para ofrecer una imagen consistente. Yo, sinceramente, le creo. Jiménez le ha despedido.

Sin embargo, antes de conocer sus explicaciones y verificar que, efectivamente, entró varias veces en directo en el propio programa desde diferentes localizaciones, ya me parecía un comportamiento coherente. Me explico. ¿Qué es lo que cree Gisbert (y Jiménez, y muchos de los seguidores de ambos) que legitima, acredita y autoriza su papel como reportero? ¿Sus estudios de periodismo? ¿Su solvencia e imparcialidad? Me temo que no. ¿Es entonces su alineamiento con la línea editorial del programa, que podríamos resumir como conspiranoia ecléctica? Sí, pero no es lo más relevante en este caso. La clave de bóveda, el lugar dónde reside la credibilidad de Gisbert, es su presentación como un afectado y una víctima más. Por eso conecta desde una peluquería destrozada que, asegura, frecuentaba de pequeño. Por eso intercala comentarios amarillistas y burradas al borde del delito con loas a su actividad como voluntario. Por eso Iker Jiménez también va de voluntario. Y por eso, tras el despido, Gisbert se parapeta en su heroicidad activista sobre el terreno.


Huelga recordar que debería darnos lo mismo si Gisbert se embarra o se disfraza de bombero torero. Que no deberíamos juzgar a un periodista por la suciedad de sus botas o por su generosidad altruista. Y menos a un personaje que, en teoría, jamás debería pisar un medio de comunicación que se proclame serio. Pero es que Horizonte no es eso. En la misma emisión, el programa dio pábulo sin miramiento a la conspiración, ya por suerte desmentida incluso por Iker Jiménez, del “parking-cementerio” de Bonaire. Entendamos bien la dimensión de este fenómeno. Un programa de televisión generalista presentado por un tipo famosísimo e influyente ha afirmado y propagado sin más fuentes que Times New Roman que el Gobierno esconde 700 muertos. Y una gran cantidad de usuarios de Twitter, sin embargo, se han enfadado casi por igual por que un tipo se ha manchado aposta las rodillas. ¿Por qué? Porque el asunto no va de mentiras. Ni de responsabilidad. Ni de ética. Va de que ninguno es de fiar.

No me hago trampas. Esta relación tensa y conflictiva entre cualquier emisor de un mensaje, su comunidad y su credibilidad es intrínseca a casi cualquier grupo humano y más vieja que la tos. Pero yo propongo, al menos y desde el respeto a quienes lo están pasando mal, intentar pensarla con dos ejemplos de estos días.

La influencer “Emedeamores” se hizo famosa por diseñar alfombras. Estos días, guiada por la buena voluntad (pero a sabiendas de que sus seguidores esperan eso de ella), ha dedicado sus últimas stories a proporcionar información sobre la DANA. También ha viajado como voluntaria. Que sepamos, ha borrado, al menos, una. Es ésta:

Todos entendemos por qué la ha eliminado. Pero vamos a intentar tomar distancia. ¿Por qué ha tenido que suprimirla? ¿Por qué es tan evidente que se ha columpiado y está fuera de lugar? ¿Es acaso mentira que el año pasado viajara por las fallas y éste por la DANA? ¿No tiene permiso para sentir pena hacia ese contraste? No, me apresuro a responder. La clave es que ahora no toca. Que queda mal, que queda raro. Hablar de según qué cosas, de según qué formas y/o en según qué momentos te puede hacer parecer, ante tu comunidad y las redes, un insensible o un egoísta. Y si nadie en general quiere formar parte de esos tres clubes, ahora menos.Se me ocurren mil ejemplos sólo de esta semana para dar vueltas infinitas en torno a este no toca. Pero voy a quedarme con esta otra storie de la influencer Teresa Bass:

Bass, en realidad, se está haciendo la pregunta que yo estoy tratando de plantear en este texto. ¿Qué esperan de ella sus followers, su comunidad? Vive de sus likes y está confusa. No lo quiere hacer mal. El medio es el mensaje. Y comunicarse es malentenderse. Preguntadle a Rubén.

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