Estopa es la medida universal de todo lo que está bien. Hay pocas afirmaciones que generen tanto consenso. Los dos hermanos más famosos de Cornellà tienen tres canciones que podrían ser la banda sonora de este artículo: Fin de Semana, Lunes y Vacaciones.
En el artículo La invención del fin de semana1, Benjamin Y. Fong se pregunta por qué descansamos los sábados y los domingos. Y la razón no reside solo en la histórica disputa entre cristianos y judíos por la primacía del Sabbat o del Domingo de Resurrección. Sino en un día que no nos gusta, que odiamos, o, mejor dicho, que nos han obligado a odiar. El lunes. El puto lunes. Si en el fin de semana David y José Muñoz encuentran “el laberinto de tu mirada”, en el lunes solo ven nubes y un mal rollo que sube. Y nadie sabe el sueño que tienen.
Pero los lunes no fueron siempre una condena. Estos son los versos de un poema de la Inglaterra preindustrial citado por Fong:
“Gente de cualquier rango/
de vez en vez obedecía/
todas las orgías festivas
de este jocoso día»
Sí. En muchos lugares al lunes se le llamaba San Lunes. Este festivo extraoficial se ajustaba al ritmo de la sociedad preindustrial. Lo que se rechazaba no era trabajar, sino los horarios y hábitos regulares. Con esa autonomía, además, los trabajadores demostraban poseer, al menos, una parte del control sobre su trabajo. Un trabajo que concebían, grosso modo, como una “serie de tareas” que, una vez cumplidas, dejaban tiempo al juego.
San Lunes san se acabó. Pero no fue sencillo. Requirió de la concurrencia de palos, zanahorias y rosarios.
El palo nos es demasiado familiar: la amenaza con despedir el martes al que no se presentase el lunes. La clásica idea del ejército de reserva, que se condensa en el óleo sobre lienzo del dedo de tu sub encargado provincial apuntando a una pila de currículums, de candidatos dispuestos a sustituirte por menos dinero.
La zanahoria era más astuta: ofrecer algunas horas de descanso los sábados. La estafa, sin embargo, era obvia: se intercambiaron dos o tres horas de asueto sabatinas por una jornada entera de diez, once o doce horas los lunes. Y no nos ha tocado por los pelos. En los sesenta, sin ir más lejos, muchos colegios seguían impartiendo clases los sábados.
Por último, el rosario (la carta moral, la más importante), se apoyaba en los valores de su tiempo (en el caso de Inglaterra, la severidad y la templanza victorianas) para “redefinir la jocosidad como una forma de barbarismo”. Nos puede parecer arcaico, pero el adjetivo ocioso mantiene hoy connotaciones negativas. No así “trabajador” o “laborioso”. Hemos tenido que importar, y muy recientemente, el anglicismo workaholic (algo así como “adicto al trabajo”) para poder nombrar y adjetivar este exceso.
Por el camino de este juego de trileros, además, se trató de ordenar el tiempo libre de las clases obreras, estructurarlo como es debido y canalizarlo hacia actividades de provecho. Al ritmo capitalista no le gustan los san luneros, un adjetivo que aparece en el diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de La Lengua Española y que remite a las personas que “que suele ausentarse injustificadamente del trabajo o estudio después del fin de semana, especialmente por tener resaca”
Los hermanos Muñoz, los Estopa, lucen bien san luneros. Lo demostraban en su canción “Vacaciones”. Son conscientes de que el mundo está mal repartido “desde el primer mes de enero” y están dispuestos a sabotearlo:
“Y si nos quedamos con las ganas
Ponme el sello en la mano
Que vuelvo mañana
Vuelvo mañana temprano
Que cualquier día es fin de semana
igual que las vacaciones de verano”
Y sí. El tiempo es lo que nos falta. Lo que no sobra nunca siempre es el tiempo.
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1 Jacobin - La invención del fin de semana