(Nota del editor: este artículo fue publicado horas antes de que Scarlett Johansson revelase que Sam Altman, CEO de OpenAI, le pidió permiso para utilizar su voz en la nueva versión de Chat GPT. Ella declinó, pero ahora estudia medidas legales, dado usaron su voz igualmente.)
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Hace unos meses escribíamos sobre la explosión de Chat GPT y cómo su estilo turbopublicitario, surgido de aplastar y homogeneizar todos los contenidos SEO de internet, terminaba por parecerse al de Michel Houellebecq -esto es-, a un autor empeñado en denunciar la muerte del deseo, mutilado y zarandeado por el marketing de masas.
La semana pasada, Open AI, esa maligna corporación de suaves maneras e intrigantes bambalinas, tipo villanos de James Bond, presentaba Chat GPT-4o, la nueva versión del bicho adivinatorio. Las novedades son dos: una, que es más rápido y tiene más fuerza bruta (es decir, que calcula más rápido cuál es la siguiente letra más probable en su respuesta) y, dos, que ahora incluye un módulo en el que pasarle instrucciones por voz e imágenes.
La funcionalidad de chat por voz era exactamente lo que esperábamos: un puntito blanco sobre oneroso fondo negro que recuerda a Hal 3000; un diseño de producto que es una carcajada en la cara de cientos de miles de sofisticados diseñadores digitales. Un punto blanco.
Pero la falta de imaginación de Open AI no se conforma con fusilar 2001, odisea en el espacio, sino que la voz y el comportamiento del modelo es calcado al de la película Her, de Spike Jonze. Un timbre que te recuerda, vía escalofrío, a Scarlett Johansson. Tal es la ausencia de originalidad. Voz de chica sexy que ríe coquetamente tus bromas, afortunadas o no. Un caso de uso que solo podía salir de la cabeza de ingenieros de software con problemas para socializar en fiestas, como contaba en aquel mítico artículo de Frederic Beigbeder. Qué decir. Otra mala noticia para los índices de natalidad occidentales:
Además de ligar con un algoritmo que, por diseño, no te lleva la contraria, Open AI nos propone otros jugosos casos de uso para su modelo. Entre ellos, vemos a IAs parloteando o cantando entre ellas (anticipo de lo que será el 99% de internet en pocos años), traduciendo simultáneamente italiano (con acento inverosímil, según transalpinos twitteros) o enseñando geometría al aplicado hijo de un empleado de la empresa:
Esta escena me hace especial gracia porque el padre sigue allí, es decir, Chat GPT-4o no sustituye a nadie. Si el padre se ausentara, es raro imaginarse al chaval estudiando de esa manera. Salvo que sea idiota y prefiera la aritmética a hacer el ganso con sus amigos. Porque para eso sirven los tutores, es decir, los humanos, para ejercer a la vez de vehículos de conocimiento y de consejeros morales, capaces de entender si merece la pena que el chaval esté acertando con la hipotenusa o, teniendo en cuenta día que hace, es mejor que salga a jugar al fútbol o al criquet o a robar gominolas en alguna tienda. O, caso contrario, a enchufarle la preceptiva colleja para que se siente a estudiar aunque no quiera.
Lo mismo sucede con el ejemplo de los cánticos gregorianos versión iPhone (qué me importa si afinan si no tienen cara y emociones y son imperfectos), los traductores simultáneos (qué sabrá un modelo estadístico de aproximar y responsabilizarse de la expresión adecuada al contexto unívoco del momento) y por supuesto con el tutor matemático (quién decide el currículum y quién insufla curiosidad y asombro e incluso a veces castigue).
Una vez más, ante la falta de imaginación de los secuenciales avances tecnológicos, se nos intenta vender el bloque de piedra como si fuera la pirámide de Giza, ya enterita y erecta y con revestimiento de mármol. Los desarrolladores de software, actuales reyes del mambo terráqueo, son buenísimos optimizando, pero atroces creando nada esencialmente original1. En cuanto al ejercicio del periodismo y la divulgación, estamos asistiendo al alumbramiento de piezas tan desternillantes como este manual -copiado y pegado del GPT- sobre cómo defenderse de unos ataques de oca (en Betanzos, A Coruña, o en cualquier otro sitio).
Lo que nos han regalado, como en aquella peli de Fernando León de Aranoa, es una tremenda moto de agua, y la tenemos aparcada en una acera de barrio de Madrid. La moto necesita navegar sobre asombro y con rumbo a algún continente del buen gusto. Y, sin embargo, cuanto más conocimiento ponen a nuestra alcance, parece que más nos estresa la configuración de la realidad. Padecemos una especie de agorafobia de la información.
Buzz Aldrin le dijo a un periodista del MIT Review en 2012 “You promised me Mars colonies, and instead, I got Facebook”. De la misma manera que ni la imprenta, ni las bibliotecas públicas ni por supuesto internet nos desasnaron como especie, Open AI tampoco lo va hacer. Sólo espero que, entre cariños y confidencias con Scarlett, se nos ocurra alguna idea bonita y ajena a nuestro ombligo.
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1Quizá lo último rompedor fue Microsoft Excel, pero eso es un tema completo y para otro día