Se ha muerto Paul Auster, qué pena. Muere el hombre, el padre, el marido, el amigo y el gran escritor: un referente de generaciones. Muere a una edad en la que debería estar vivo, perdemos unos cuantos años de plenitud literaria y se nos amputa la posibilidad de disfrutar de todos los libros que no va a escribir.
Qué pena que se muera gente como él, hay quienes no deberían hacerlo nunca. Un cáncer se lo llevó a los 77 años, cuanto aún por decir. Entre un escritor y sus lectores llega a gestarse una relación tan profunda e íntima que hace que muchos lloremos la muerte de Auster. Sin tratarle personalmente, pero habiéndole conocido tanto a través de sus libros, sentimos la pérdida de alguien importante en nuestras vidas.
Qué pena. De un cáncer se puede salir vivo o muerto, pero jamás se sale indemne. Una sensación de miedo, de que puede volver a golpear, permanece para siempre como una sombra que se arma y acrecienta al menor resquicio. Espero que el estadounidense nunca haya sentido este temor, él que fue tan valiente en su escritura, él que escribió de la soledad, él que consiguió mezclar lo mejor de la literatura para moldear la suya.
Qué pena. Volveré a ‘Trilogía de Nueva York’, a ‘El libro de las ilusiones’ y a tantos de sus libros que leí con devoción y forman parte de mi escritura: hecha de cientos de lecturas que ya no recuerdo, pero permanecen. Empecé a leer a Paul Auster allá por el 2006, tras su Premio Príncipe de Asturias. Descubrí a un novelista maravilloso, qué manera de juntar letras y contar historias. Un tipo que escribía de Nueva York, pero hablaba de aquí. Lo dice mejor Leticia Sánchez Ruíz: “Aunque escribía incansablemente de NY, a mí siempre me dio la absurda impresión de sus historias transcurrían en Oviedo, por lo cercanas que me resultaban, por lo similares que eran nuestros laberintos interiores o la forma en la que veíamos las ciudades”. Esa impresión, Leticia, no es tan absurda, para nada, no para mí, porque todo lo suyo lo sentía muy mío.
Qué pena. Puedo equivocarme, no lo creo, pero me parecía un buen tipo. No sé la razón, pero le veía alguna vez en el Instagram de su hija, en sus entrevistas, en sus textos. En cómo hablaban y hablan sus conocidos y amigos. Una forma de estar, andar, enfrentarse y contar la vida que era toda una declaración de intenciones. Estoy seguro, era un buen tipo.
Qué pena. Nos quedan sus libros, a los que uno siempre puede volver y PA sigue vivo, a esos que uno mira desde el escritorio cuando está perdido y necesita apagar la luz del folio en blanco. ‘Baumgartner’ espera en la pila de libros pendientes, un libro escrito con la lucidez y el desparpajo del que lucha contra la enfermedad y sabe que la batalla está perdida.
Qué pena, qué pena tan grande, se ha muerto Paul Auster.