¿Recuerdan aquella escena en la que los jugadores de la selección que nos llevó a ganar el mundial en Sudáfrica narran para Canal + cómo vivieron el gol de Puyol contra Alemania? Suena Alice, de la banda sonora de la película de Tim Burton de fondo. “Yo iba a rematar, pero en ese momento me pasó un avión” relataba Piqué haciendo referencia así a la forma de llegar de Puyol en carrera para rematar el centro medido de Xavi. Uno no se cansa de ver esa acción aún sabiendo cuál es el desenlace. Pasa algo parecido cuando vemos que Modric está dispuesto a sacar ese córner en la final de Champions del Madrid contra el Atleti. Ya sabemos que Ramos va a entrar en escena sin pedir permiso.
Algo parecido sentí hace dos días en Mercadona. Yo iba hablando por teléfono mientras sujetaba todas las cosas que iba a comprar sin necesidad de usar un carrito, aunque era más bien por orgullo que por otra cosa, gracias a Dios aquel tarro de mayonesa no acabó por los suelos como sí lo hizo mi moral unos minutos después. “Cuelga tú, Luis, que estoy comprando” le dije a mi hermano cuando enfilé la sección de congelados. Todavía me dio tiempo a mirar de reojo a cuánto estaba la gamba congelada solo por el hecho de recordarme a mí mismo que hace tiempo que no voy a pescar. Y tras hacer un inventario mental de lo que llevaba en mis manos, decidí que era buena idea irme hacia la cola más pequeña del conjunto de cajas registradoras. El ser humano es ambicioso, y como parece ser que mi tiempo es oro y por eso no puedo esperar dos minutos más en una cola más grande, fui a morir de éxito en ese preciso instante.
Ya no hablaba con mi hermano, era Federico quien lo hacía con su crónica rosa debatiendo sobre cuál de las mujeres de Donald Trump tenía más estilo y por qué era Melania. Hablaban de ese sombrero que parecía sacado de una botella Tío Pepe cuando apareció ella. Como un obús. Como Puyol en Sudáfrica. Como Ramos en Lisboa. Aquella octogenaria tenía la virtud de la anticipación de Casemiro en un balón dividido. Y como si se tratara de Hakeem Olajuwon, me pegó un baile en el poste bajo para después cuerpearme y ganarme la posición. Paralizado, pálido como un vaso de leche, presencié cómo esa señora se coló con su carrito delante de mí para poder salir de aquel supermercado antes que yo. Yo pensé que estas cosas solo pasaban en los autobuses urbanos y las colas de la ventanilla del banco. Pero no. “Le habría dejado pasar igualmente, señora” me gustaría haberle dicho si no fuese porque me dejó sin palabras con su adelantamiento por la derecha. Aquella señora vino a este mundo con su reluciente cardado a darme un sopapo de realidad. A explicarme que no siempre la cola más vacía es en la que menos se tarda y a decirme con los ojos algo así como: “pues verás cuando vuelvan a subir las pensiones”.
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La foto del artículo es de Jorge Jiménez