Siempre nos quedará Eutimio

Hace poco le dije a un amigo que no contara conmigo para ningún plan este viernes, también rechacé un partido de pádel al que mi hermana me había invitado. Déjenme tranquilo, por favor. No más invitaciones. No más planes suculentos con los que empezar el fin de semana. Este viernes no es un día cualquiera, este viernes veré por primera vez Casablanca. Hay una botella de bourbon en casa con el brebaje suficiente como para poder disfrutar de un old fashioned mientras veo la película de las películas. No he visto Titanic en mi vida, tampoco Casablanca ¿Soy la peor persona de este mundo? Mátenme, merezco el castigo. 

No he visto Casablanca todavía y, aún así, pienso usar la poca dignidad que me queda después de escribir el párrafo anterior para nombrar así esta columna. Nada de lo que voy a contar tiene que ver con la película, pero esa icónica frase me viene al pelo.

Finalmente, en vez de quedarme en casa, salí con unos amigos cerca de casa. Se estaban tomando algo en la calle Zorrilla, famosa en la ciudad por estar repleta de bares en los que se tapea muy bien. Desde mi casa hay dos formas de entrar a esta calle, por la Plaza de Mina o por la Alameda, opté por la segunda. Llegando al bar en el que estaban mis amigos me topé con una fachada algo extraña pero familiar a la vez. Joder, era el mítico burguer La Teja, y digo era porque ya no. Ahora es una especie de gastrobar en vez de ser la hamburguesería del barrio. La Teja es una hamburguesería típica gaditana que ha dado de comer durante años a todo el vecindario para salir de cualquier apuro culinario. Y digo es porque sigue teniendo un local abierto en la otra punta de la ciudad. 

En la mayoría de los barrios de Cádiz hay dos cosas que no pueden faltar, un jartible que te cuenta una historieta de cuando conoció a Mágico González y un burguer de barrio. No he vivido en otra ciudad, pero de todas en las que he estado por el país en ninguna he encontrado la amplia oferta de hamburgueserías de barrio que hay en Cádiz. El Brighton, la Huella, el Menocdonald, el Yiyi 's, el Mellis o La Teja son lugares míticos a los que cualquier persona de la ciudad, si bien no ha ido, ha pasado por delante alguna vez en la vida. Estos negocios han subsistido toda la vida a base de dos platos icónicos: el sandwich de pollo y el ponty. Dos delicatessen que, por la friolera de unos 4,80 la unidad, te hacen el avío para cenar. Otro día hablaremos de estos dos platos de alta gastronomía que bien merecen un documental en Netflix, pero hoy no. 

Cada vez es más común ver locales comerciales de calles típicas gaditanas con el cartel de “Se alquila” colgado en el escaparate. La calle Columela o la Calle Ancha van cediendo cada vez más. El precio por alquiler de un local en Cádiz es cada vez mayor, el desembolso en las tiendas de barrio, menor. Se siguen manteniendo las fruterías o los ultramarinos. La globalización se apodera de nosotros, Amazon también. Alguna vez he leído que hacerse mayor es que tu futbolista preferido sea más joven que tú. Hacerse mayor aquí es ver cómo las tiendas de toda la vida van cerrando a tu alrededor ya sea por jubilación o porque son comercios insostenibles en la actualidad.

Aún quedan bastiones como Multiópticas Iglesias, con más de ciento quince años de vida o Confecciones Eutimio, un comercio con más de cincuenta años de historia que sigue surtiendo a los jóvenes de la ciudad con trajes de chaqueta de gusto dudoso para estrenarlos en los actos de graduación de la ESO a precios populares.

Pues eso, no he visto Casablanca todavía, pero no puedo parar de imaginarme a Humphrey Bogart vestido con uno de esos trajes diciéndole a Ingrid Bergman “Siempre nos quedará Eutimio”

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