¿Son fascistas los saludos fascistas? A estas alturas seguro que ya sabes que Elon Musk, el hombre más rico del mundo y ahora también el segundo más poderoso, decidió, eufórico y chapoteando en un baño de masas, devolver el cariño de la multitud trumpista con un gesto que se ha leído como un saludo fascista.
Hay quien pensará que este es un debate de interpretaciones. ¿Son fascistas los saludos fascistas? ¿Te parece normal un coño en tu nuca?
Yo, no obstante, creo que fue una performance deliberada. Para nosotros es de sobra conocido, ya que es el abc de Díaz Ayuso: sacar deliberadamente los pies del tiesto para obligar a posicionarse al resto en términos de amigos y enemigos. O conmigo o contra mí. Y sobre tus temas. Y en tus tiempos. Así, como bien sabemos los madrileños, la energía que empleamos en calibrar el ángulo del brazo extendido de Musk no le dedicamos a entrar en cólera por el hecho de que su riqueza haya pasado en dos meses de valorarse en 237.000 millones a 362.000 millones de dólares. Ni, por supuesto, a cuestionarnos el hecho qué ninguno de los más de 120000 trabajadores de Tesla esté sindicado.
Habrá, con todo, quien quiera recrearse en el saludo romano y no en la luna. La verdad ya es privada, como dice Jorge Dioni. Da lo mismo que sea tan cierto que Musk tiene Asperger y consume ketamina cómo que es nieto de un simpatizante del apartheid y de Hitler. Da igual, porque siempre habrá personas dispuestas a justificarlo o a negarlo. Las juventudes del PP, por ejemplo, que votarían a Trump aunque ametrallara a un afiliado en Génova 13. Con más ganas, seguramente. A Javi Poves no le han preguntado.
En todo caso, es indiscutible la sintonía del magnate sudafricano con cualquier ente que huela a ultraderecha. Muchos señalan como desencadenante de este “giro” el momento en el que uno de sus doce hijos (tiene doce) transicionó a mujer. De ahí procedería su cruzada anti woke. Lo irrebatible es que a Elon le interesa (personal, política y económicamente) aliarse con la internacional reaccionaria. Y no solo a él. Amazon y Apple han tardado poco en posicionarse simbólicamente a favor del mandatario. Microsoft también lo ha hecho, con la boca más pequeña y con perfil más bajo. Otros, como Zuckerberg, el dueño de Meta, han decidido dejar de disimular. Y unos pocos, como Peter Thiel, creador de Paypal junto a Musk y clave en la fundación de Facebook, llevan siendo, directamente, teóricos neoconservadores antidemocráticos desde hace treinta años.
Pero… ¿qué ha pasado con Silicon Valley? ¿No eran los CEOS skaters y surferos superguays, frikis inofensivos, ingenuos pihippies con mesas de pin pon en la oficina que buscaban un mundo mejor programando en Java la revolución en un garaje? La verdad es que no. Lo mejor para entender este espejismo es retroceder a cuando intentaban parecerlo.
En el año 1995, cuando Musk llega a California y Google ni existía, Richard Barbrook y Andy Cameron publicaron un artículo que luego ha servido para nombrar a un artefacto más frankenstein que el donut de cocido. Se llamaba la ideología californiana:
“En momentos de un cambio social tan profundo, cualquiera que pueda ofrecer una explicación sencilla de lo que está sucediendo será escuchado con gran interés. En esta crucial coyuntura, una alianza espontánea de escritores, hackers, capitalistas y artistas de la Costa Oeste de los Estados Unidos ha conseguido definir una ortodoxia heterogénea para la naciente era de la información: la Ideología Californiana. Esta nueva fe ha emergido de una extraña fusión entre la bohemia cultural de San Francisco y la industria de tecnología punta del Valle del Silicio.
La Ideología Californiana combina, de forma promiscua, el espíritu despreocupado de los hippies y el ardor empresarial de los yuppies. Esta amalgama de realidades opuestas ha sido posible gracias a una profunda fe en el potencial emancipatorio de las nuevas tecnologías de la información. En la utopía digital, todos seremos alegres y ricos. No es extraño, pues, que esta visión optimista del futuro haya sido abrazada de forma entusiasta por informáticos tecnófilos (nerds), estudiantes holgazanes, capitalistas innovadores, activistas sociales, académicos modernos, burócratas futuristas y políticos oportunistas a lo largo y ancho de los Estados Unidos”
Este párrafo se puede traducir en imágenes. Por ejemplo, en ese capítulo de 2002 de Los Simpson (el mítico de Papá Rabioso) en el que satirizaban la ruina de una empresa de animación online al calor del por entonces reciente estallido de la burbuja.com (que estuvo, por cierto, cerca de cargarse Amazon). Seis años antes, en otro episodio superlativo, se habían burlado con Hank Scorpio de una de las fantasías más húmedas de esta ideología: crear sociedades privadas, anti políticas, dirigidas como empresas por ceos-tecnócratas simpáticos y en plena forma que le pueden declarar la guerra a los Estados y transformar a los mendigos en buzones.
Nicholas Carr, veinte años después, daba la razón a Barbrook y Cameron:
“Cuando examinamos más de cerca el credo de Silicon Valley, descubrimos su incoherencia básica. Es una filosofía quimérica que engloba una torpe amalgama de creencias, entre ellas la fe neoliberal en el libre mercado, la confianza maoísta en el colectivismo, la desconfianza libertaria en la sociedad y la creencia evangélica en un paraíso venidero. Ahora bien, lo que de verdad motiva a Silicon Valley tiene muy poco que ver con la ideología y casi todo con la forma de pensar de un adolescente. La veneración del sector tecnológico por la disrupción se asemeja a la afición de un adolescente por romper cosas1, sin reparos incluso si ello tiene las peores consecuencias posibles”
Y aquí está la clave. Esta pubertad mental les ha permitido transitar desde de un cierto idealismo nerd al malotismo despótico sin que les quite el sueño. Reagan no tenía razón: el Goliath del “totalitarismo” no ha sido derribado por “el David del microchip”.
Como motivos de este viaje podríamos reiterar el poco original miedo de los hombres blancos ricos a perder cuotas de poder. O la fascinación que sienten estos notables por los estados iliberales y las dictaduras fuertes, esas que pisotearían a su madre por mejorar sus balances y defender sus castillos. O la propia evolución de las ideas libertarias de taza y acné, que vendían la narrativa de que estos personajes eran soñadores que aspiraban a algún tipo de bien común y a cambiar el mundo, y que, por contra, han acabado acelerando, en pro de la desregulación, el libre mercado y los unicornios, discursos que celebran sin tapujos que las multinacionales imperiales sean gobernadas como monarquías absolutas.
“Todo caos crea orden”, dice Curtis Jarvin, que bien podría citar directamente a Mao en su célebre sentencia “todo es caos bajo las estrellas, la situación es excelente”. Jarvin es, junto a Nick Land, uno de los intelectuales promotores de la llamada “ilustración oscura”, una de las corrientes filosóficas que ampara a los tecno-oligarcas. Sin embargo, ese caos tiene nombres y apellidos. Cuando enciendes la luz, ilustración ves poca. El propio Silicon Valley es un ejemplo, como relata Sergio Fanjul:
“Uno de los fenómenos más característicos del valle, y que describe y metaforiza la totalidad del capitalismo contemporáneo, es su enorme capacidad para atraer riqueza unida a su enorme incapacidad para redistribuirla. En Silicon Valley y la cercana San Francisco los precios de la vida son altísimos, fruto de violentos procesos de gentrificación, particularmente el de la vivienda, de modo que se ensaya allí una sociedad a dos velocidades que probablemente se acabará instaurando en muchos otros lugares (ya se empieza a ver en el centro de las grandes ciudades españolas). Al tiempo que crecen las enormes fortunas que emergen del bit y del chip, crece también una gran masa de personas sin hogar y sin futuro, desechos del sistema, población superflua, que forman verdaderos campamentos apocalípticos por las calles, como si volviese la caza-recolección. A nadie parece importarle allí donde el último objetivo es la competición y una improbable llegada del éxito”
Quizá es de esto de lo que deberíamos discutir. Otra opción, igual de válida e importante, es que nos sigamos cuestionando si son fascistas los saludos fascistas.
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1 Muévete rápido y rompe cosas ha sido, literalmente, un lema de Facebook.