Sueños de arcilla

Podríamos decir que Alcaraz es nuestro David, ¿pero quién sería su Goliat?

Se pueden hacer muchas cosas con arcilla, desde ladrillos hasta vasijas pasando por cemento y papel. Gracias a este material también se han erigido ciudades como San Pedro de Atacama en Chile o Chan Chan en Perú. Pero más allá de todo esto, en la superficie de tierra batida, también conocida como polvo de ladrillo, más que ciudades y vasijas se han forjado sueños y pesadillas.

Para muchos jugadores históricos esta superficie era un suplicio. Inestable y resbaladiza, la tierra batida siempre ha parecido una superficie diseñada para bailarines y patinadores del hielo que, además, saben envolver la bola con una raqueta de tenis. 

El domingo Carlos Alcaraz, @Charly_tenista03 para los amigos, cumplió uno de sus sueños en esta superficie y también nos hizo a todos sentirnos muy orgullosos de él. Porque Alcaraz es un caso extraño en el mundo del tenis. Entre una inmensa cantidad de rostros serios, de tipos queriendo aparentar ser robots para no darles ni una pista a sus rivales, habita la figura de Carlitos, un niño grande. Un tipo que sale a divertirse a una pista de tenis, y que a base de palos y dejadas, nos hace saber que se ha hecho mayor, pero que sigue siendo aquel niño que juega para pasarlo bien y que no se amedrenta ante nadie.

Podríamos decir que Alcaraz es nuestro David, ¿pero quién sería su Goliat? Ese es el mayor hito de Carlos, seguir siendo él mismo sabiendo que el gigante está de su lado. ¿Cómo se vive a la sombra de Nadal? ¿Cómo puede alguien ser él mismo sabiendo que siempre van a compararle con un gigante? Tenemos la suerte de que todas estas preguntas serán respondidas en los Juegos Olímpicos de París. Los espectadores viviremos algo insólito y por fin todos podremos decir con el codo apoyado en la barra aquello de “no los compares, disfrútalos”.

Si algo ha quedado claro en Roland Garros es que Alcaraz cogió el autobús por primera vez él solito para ir a la escuela. Ya en el calentamiento daba la sensación de que Zverev había mutado en Iván Drago tras aquella lesión que le hizo retirarse en esa misma pista hace un par de años. Ya no es aquel chavalito con pintas de hippie alemán que se las lleva a todas de calle en cualquier chiringuito de Tarifa. Sasha lucía un rostro serio y una mentalidad de hielo, pero eso parecía que a Carlitos no le importaba mucho. Ha ganado en la casa de quien nos hizo -y nos hace- inmensamente felices durante mucho tiempo, y no sabemos si tenía presión o no, pero si en algún momento la tuvo, le hizo una dejada para quitársela de encima. Se ha hecho mayor, sufre y hace sufrir, y encima lo logra todo con una sonrisa. 

Para darle un toque más épico si cabe a la victoria de Alcaraz, se han hecho virales unas imágenes de Carlitos viendo un partido de Roland Garros en una pantalla situada en la Torre Eiffel cuando era un chavalito. Y es que si le preguntas a cualquier niño español que juega al tenis qué Grand Slam le gustaría ganar, la mayoría dirá Roland Garros. La Philippe Chatrier tiene esa parte de Coliseo Romano, de llenarte de tierra todo el cuerpo, de sentir que vives en rojizo y que lo que habita en tus calcetines no es una mezcla de sudor y arcilla sino sangre. Es un poco ese “polvo eres y en polvo te convertirás". Porque ganar Wimbledon te hace ser una especie Lord, ganar en Nueva York te eleva a superstar, pero en París se cumplen los sueños de los niños que se manchan de arcilla.

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Para muchos jugadores históricos esta superficie era un suplicio. Inestable y resbaladiza, la tierra batida siempre ha parecido una superficie diseñada para bailarines y patinadores del hielo que, además, saben envolver la bola con una raqueta de tenis. 

El domingo Carlos Alcaraz, @Charly_tenista03 para los amigos, cumplió uno de sus sueños en esta superficie y también nos hizo a todos sentirnos muy orgullosos de él. Porque Alcaraz es un caso extraño en el mundo del tenis. Entre una inmensa cantidad de rostros serios, de tipos queriendo aparentar ser robots para no darles ni una pista a sus rivales, habita la figura de Carlitos, un niño grande. Un tipo que sale a divertirse a una pista de tenis, y que a base de palos y dejadas, nos hace saber que se ha hecho mayor, pero que sigue siendo aquel niño que juega para pasarlo bien y que no se amedrenta ante nadie.

Podríamos decir que Alcaraz es nuestro David, ¿pero quién sería su Goliat? Ese es el mayor hito de Carlos, seguir siendo él mismo sabiendo que el gigante está de su lado. ¿Cómo se vive a la sombra de Nadal? ¿Cómo puede alguien ser él mismo sabiendo que siempre van a compararle con un gigante? Tenemos la suerte de que todas estas preguntas serán respondidas en los Juegos Olímpicos de París. Los espectadores viviremos algo insólito y por fin todos podremos decir con el codo apoyado en la barra aquello de “no los compares, disfrútalos”.

Si algo ha quedado claro en Roland Garros es que Alcaraz cogió el autobús por primera vez él solito para ir a la escuela. Ya en el calentamiento daba la sensación de que Zverev había mutado en Iván Drago tras aquella lesión que le hizo retirarse en esa misma pista hace un par de años. Ya no es aquel chavalito con pintas de hippie alemán que se las lleva a todas de calle en cualquier chiringuito de Tarifa. Sasha lucía un rostro serio y una mentalidad de hielo, pero eso parecía que a Carlitos no le importaba mucho. Ha ganado en la casa de quien nos hizo -y nos hace- inmensamente felices durante mucho tiempo, y no sabemos si tenía presión o no, pero si en algún momento la tuvo, le hizo una dejada para quitársela de encima. Se ha hecho mayor, sufre y hace sufrir, y encima lo logra todo con una sonrisa. 

Para darle un toque más épico si cabe a la victoria de Alcaraz, se han hecho virales unas imágenes de Carlitos viendo un partido de Roland Garros en una pantalla situada en la Torre Eiffel cuando era un chavalito. Y es que si le preguntas a cualquier niño español que juega al tenis qué Grand Slam le gustaría ganar, la mayoría dirá Roland Garros. La Philippe Chatrier tiene esa parte de Coliseo Romano, de llenarte de tierra todo el cuerpo, de sentir que vives en rojizo y que lo que habita en tus calcetines no es una mezcla de sudor y arcilla sino sangre. Es un poco ese “polvo eres y en polvo te convertirás". Porque ganar Wimbledon te hace ser una especie Lord, ganar en Nueva York te eleva a superstar, pero en París se cumplen los sueños de los niños que se manchan de arcilla.

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