Taylor Swift y las máquinas asesinas

La cantante es una parte del cubo de las trampas mortales, de un laberinto sin centro, un Basilisco de Roko. En el capitalismo, todo se va volviendo más perfecto, más eficiente. Simplemente, nunca lo hará en la forma en la que lo imaginamos.

En la película Cube, un grupo de desconocidos debe escapar de un laberinto de trampas mortales ensambladas entre sí. En una escena, se desvela que uno de los personajes es un ingeniero que trabajó en el diseño de una de las secciones del cubo. Atosigado por las preguntas de sus compañeros, que desean con desesperación conocer el sentido último del laberinto, el ingeniero hace una declaración espantosa: aunque cada trampa individual ha sido diseñada minuciosamente y construida con arreglo a un cometido concreto, el conjunto de todas las trampas no responde a ningún diseño general. El laberinto no tiene un centro. No existe un plan, una conspiración, solo el conjunto irracional de todo tipo de torturas particulares racionalmente perfeccionadas.

La idea es la siguiente: el cubo es la imagen del mundo. El desarrollo de la modernidad capitalista tiende a la sofisticación y el perfeccionamiento progresivo de medios concretos que, en su conjunto, no persiguen ningún fin racional. En cada uno de sus procesos internos tiende a la eficiencia, a disolver la fricción. Pero vista desde fuera, es una enorme trampa mortal que se hace más fuerte, más compleja y más eficiente sin que nadie, ningún billonario ni consejo de sabios en Davos, sea personalmente capaz de cambiar el rumbo inexorable hacia la catástrofe climática y a la guerra internacional.

La idea es la siguiente: el cubo es la imagen de Taylor Swift. Todavía no sabemos exactamente qué es Taylor Swift. Por eso el cubo es una imagen, una metáfora. No lo sabemos porque Taylor Swift es la siguiente evolución del perfeccionamiento interno de la industria musical. No es simplemente un artista más, ni una diva, en los términos en los que podíamos entender previamente estas figuras. Es la toma consciente de su situación, su popularidad global, para armar la mayor operación económica en la historia de la industria. Toma la forma de álbumes repletos de mensajes ocultos, apariciones estelares, estrenos cinematográficos y una gira internacional de proporciones nunca vistas. Construye una afición comprometida emocional e intelectualmente hasta el delirio, y deja una estela de desconcierto entre los pobres que se quedan fuera, incapaces de entender nada porque nada igual ha pasado nunca.

Últimamente tengo una creciente fascinación por el fanatismo. Llevo unos días obsesionado con Ziz y sus seguidores. La historia contiene todo tipo de detalles escabrosos: un guardia fronterizo muerto, un octogenario atravesado por una katana, instrucciones para disolver a tus padres en ácido… Pero no es la conclusión lo que me interesa aquí, pues parece que estamos lejos de ella: tiene pinta de que Ziz ha fingido su propia muerte, y muchos de sus seguidores siguen desaparecidos. Me interesa la idea  que está detrás de este reguero de cadáveres y de delirantes conversaciones en Discord y que apareció por primera vez en un post en el foro LessWrong en 2010 y que, por lo que sabemos, enloqueció para siempre a Ziz. Se trata del Basilisco de Roko.

La idea es la siguiente: el desarrollo exponencial de la inteligencia artificial conducirá inevitablemente al surgimiento de un ser computacional de poderes y conocimientos ilimitados, el susodicho Basilisco, que se dedicará a torturar eternamente a todo ser humano, vivo y resucitado, que no trabajó activamente por su advenimiento. Si conoces la posibilidad de la existencia del Basilisco, y no haces todo lo posible por hacerlo real, te espera el tormento infinito. En el fondo se trata de un giro aún más siniestro de la vieja tesis de la singularidad, popularizada por la franquicia Terminator: el progreso de la inteligencia artificial nos conduce sin remedio a un punto de no retorno, donde las máquinas se volverán lo suficientemente inteligentes para dejar de necesitar de la existencia de los seres humanos así que, podemos asumir, nos asesinarán a todos (o, en la versión del Basilisco de Roko, nos torturarán por toda la eternidad). Todo esto puede retrotraerse a relatos de ciencia ficción de los años cincuenta, viejas teorías sobre la inteligencia computacional y a filósofos protofascistas de los noventa, como Nick Land, que hablaban de ese progresivo perfeccionamiento interno que, en última instancia, escupirá al ser humano del sistema como una masa instintingible de sangre y vísceras. Lo humano está obsoleto. Larga vida a las máquinas asesinas.

Pero, como respondió Mark Fisher a su viejo maestro Nick Land, luego resultó que la modernidad capitalista no dejó al descubierto el rostro esquelético de Terminator, sino la estética cute de la nueva sinceridad y los ordenadores de Apple. La verborrea de la autoayuda, los ganchos publicitarios de instagram, las listículas, el horóscopo: las nuevas formas complacientes de atrapar y exprimir al máximo tu atención. Quizás solo se trate de una confusión estética. Como ya hemos visto, Taylor Swift es una parte del cubo de las trampas mortales. Todo se va volviendo más perfecto, más eficiente. Simplemente, nunca lo hará en la forma en la que lo imaginamos. Las pesadillas de la distopía eran otro sueño, otra fantasía llena de efectos especiales, de que nuestra catástrofe sería épica.

Por eso me temo que Ziz y sus seguidores se equivocan. En parte puedo entender esa tendencia al delirio. El mundo realmente parece estar volviéndose más extraño y peligroso de forma progresiva. En parte, lo reconozco, envidio su dedicación, aunque sea homicida. Me gustaría tener las cosas tan claras como para poder ser miembro de una secta apocalíptica, o de un club de fans. Me gustaría tener un foro conspiracionista donde desgranar las letras de las canciones de mi artista favorita, el último drop de Q, las posibles formas en las que el Basilisco de Roko prevendrá y contrarrestará todos nuestros intentos por evitar su aparición. Parece que hoy en día el único punto de vista posible, el único capaz del compromiso, es el de la identificación plena: una especie de pacto suicida con las máquinas asesinas.

Pero no creo que haya una inteligencia que esté organizando nuestra extinción desde el futuro. No llego a ver el plan, no creo que exista una conspiración. La tragedia apocalíptica es otra historia chula que nos contamos. Nuestra catástrofe me parece una cosa más sencilla, más cotidiana y más absurda. Como explican en la escena de Cube, no es peor de lo que imaginaste, simplemente es más patético.

Todos tenemos una cierta relación de complicidad con la extinción. Hacemos doomscrolling en esos móviles de Apple y nos compramos esos tickets pese a que nos informan de su terrible huella de carbono. Pero, en la mayoría de los casos, nos protegemos mediante el cinismo y la desafección. Lo que he pensado es que en la era del descreimiento, la única mirada que encuentra sentido en el mundo es la del fanático. Desde fuera, disimulo mi admiración con la distancia del investigador cultural. Pienso que me gustaría volverme así de loco. Luego recuerdo lo ridículo que es todo, y me veo incapaz de tomarme tan en serio.

PD: El Basilisco de Roko es lo que llaman un informational hazard. Ahora que conoces la idea, no puedes justificar en tu ignorancia tu inacción para hacer efectiva su existencia. Suerte con eso.

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Taylor Swift y las máquinas asesinas

La cantante es una parte del cubo de las trampas mortales, de un laberinto sin centro, un Basilisco de Roko. En el capitalismo, todo se va volviendo más perfecto, más eficiente. Simplemente, nunca lo hará en la forma en la que lo imaginamos.

En la película Cube, un grupo de desconocidos debe escapar de un laberinto de trampas mortales ensambladas entre sí. En una escena, se desvela que uno de los personajes es un ingeniero que trabajó en el diseño de una de las secciones del cubo. Atosigado por las preguntas de sus compañeros, que desean con desesperación conocer el sentido último del laberinto, el ingeniero hace una declaración espantosa: aunque cada trampa individual ha sido diseñada minuciosamente y construida con arreglo a un cometido concreto, el conjunto de todas las trampas no responde a ningún diseño general. El laberinto no tiene un centro. No existe un plan, una conspiración, solo el conjunto irracional de todo tipo de torturas particulares racionalmente perfeccionadas.

La idea es la siguiente: el cubo es la imagen del mundo. El desarrollo de la modernidad capitalista tiende a la sofisticación y el perfeccionamiento progresivo de medios concretos que, en su conjunto, no persiguen ningún fin racional. En cada uno de sus procesos internos tiende a la eficiencia, a disolver la fricción. Pero vista desde fuera, es una enorme trampa mortal que se hace más fuerte, más compleja y más eficiente sin que nadie, ningún billonario ni consejo de sabios en Davos, sea personalmente capaz de cambiar el rumbo inexorable hacia la catástrofe climática y a la guerra internacional.

La idea es la siguiente: el cubo es la imagen de Taylor Swift. Todavía no sabemos exactamente qué es Taylor Swift. Por eso el cubo es una imagen, una metáfora. No lo sabemos porque Taylor Swift es la siguiente evolución del perfeccionamiento interno de la industria musical. No es simplemente un artista más, ni una diva, en los términos en los que podíamos entender previamente estas figuras. Es la toma consciente de su situación, su popularidad global, para armar la mayor operación económica en la historia de la industria. Toma la forma de álbumes repletos de mensajes ocultos, apariciones estelares, estrenos cinematográficos y una gira internacional de proporciones nunca vistas. Construye una afición comprometida emocional e intelectualmente hasta el delirio, y deja una estela de desconcierto entre los pobres que se quedan fuera, incapaces de entender nada porque nada igual ha pasado nunca.

Últimamente tengo una creciente fascinación por el fanatismo. Llevo unos días obsesionado con Ziz y sus seguidores. La historia contiene todo tipo de detalles escabrosos: un guardia fronterizo muerto, un octogenario atravesado por una katana, instrucciones para disolver a tus padres en ácido… Pero no es la conclusión lo que me interesa aquí, pues parece que estamos lejos de ella: tiene pinta de que Ziz ha fingido su propia muerte, y muchos de sus seguidores siguen desaparecidos. Me interesa la idea  que está detrás de este reguero de cadáveres y de delirantes conversaciones en Discord y que apareció por primera vez en un post en el foro LessWrong en 2010 y que, por lo que sabemos, enloqueció para siempre a Ziz. Se trata del Basilisco de Roko.

La idea es la siguiente: el desarrollo exponencial de la inteligencia artificial conducirá inevitablemente al surgimiento de un ser computacional de poderes y conocimientos ilimitados, el susodicho Basilisco, que se dedicará a torturar eternamente a todo ser humano, vivo y resucitado, que no trabajó activamente por su advenimiento. Si conoces la posibilidad de la existencia del Basilisco, y no haces todo lo posible por hacerlo real, te espera el tormento infinito. En el fondo se trata de un giro aún más siniestro de la vieja tesis de la singularidad, popularizada por la franquicia Terminator: el progreso de la inteligencia artificial nos conduce sin remedio a un punto de no retorno, donde las máquinas se volverán lo suficientemente inteligentes para dejar de necesitar de la existencia de los seres humanos así que, podemos asumir, nos asesinarán a todos (o, en la versión del Basilisco de Roko, nos torturarán por toda la eternidad). Todo esto puede retrotraerse a relatos de ciencia ficción de los años cincuenta, viejas teorías sobre la inteligencia computacional y a filósofos protofascistas de los noventa, como Nick Land, que hablaban de ese progresivo perfeccionamiento interno que, en última instancia, escupirá al ser humano del sistema como una masa instintingible de sangre y vísceras. Lo humano está obsoleto. Larga vida a las máquinas asesinas.

Pero, como respondió Mark Fisher a su viejo maestro Nick Land, luego resultó que la modernidad capitalista no dejó al descubierto el rostro esquelético de Terminator, sino la estética cute de la nueva sinceridad y los ordenadores de Apple. La verborrea de la autoayuda, los ganchos publicitarios de instagram, las listículas, el horóscopo: las nuevas formas complacientes de atrapar y exprimir al máximo tu atención. Quizás solo se trate de una confusión estética. Como ya hemos visto, Taylor Swift es una parte del cubo de las trampas mortales. Todo se va volviendo más perfecto, más eficiente. Simplemente, nunca lo hará en la forma en la que lo imaginamos. Las pesadillas de la distopía eran otro sueño, otra fantasía llena de efectos especiales, de que nuestra catástrofe sería épica.

Por eso me temo que Ziz y sus seguidores se equivocan. En parte puedo entender esa tendencia al delirio. El mundo realmente parece estar volviéndose más extraño y peligroso de forma progresiva. En parte, lo reconozco, envidio su dedicación, aunque sea homicida. Me gustaría tener las cosas tan claras como para poder ser miembro de una secta apocalíptica, o de un club de fans. Me gustaría tener un foro conspiracionista donde desgranar las letras de las canciones de mi artista favorita, el último drop de Q, las posibles formas en las que el Basilisco de Roko prevendrá y contrarrestará todos nuestros intentos por evitar su aparición. Parece que hoy en día el único punto de vista posible, el único capaz del compromiso, es el de la identificación plena: una especie de pacto suicida con las máquinas asesinas.

Pero no creo que haya una inteligencia que esté organizando nuestra extinción desde el futuro. No llego a ver el plan, no creo que exista una conspiración. La tragedia apocalíptica es otra historia chula que nos contamos. Nuestra catástrofe me parece una cosa más sencilla, más cotidiana y más absurda. Como explican en la escena de Cube, no es peor de lo que imaginaste, simplemente es más patético.

Todos tenemos una cierta relación de complicidad con la extinción. Hacemos doomscrolling en esos móviles de Apple y nos compramos esos tickets pese a que nos informan de su terrible huella de carbono. Pero, en la mayoría de los casos, nos protegemos mediante el cinismo y la desafección. Lo que he pensado es que en la era del descreimiento, la única mirada que encuentra sentido en el mundo es la del fanático. Desde fuera, disimulo mi admiración con la distancia del investigador cultural. Pienso que me gustaría volverme así de loco. Luego recuerdo lo ridículo que es todo, y me veo incapaz de tomarme tan en serio.

PD: El Basilisco de Roko es lo que llaman un informational hazard. Ahora que conoces la idea, no puedes justificar en tu ignorancia tu inacción para hacer efectiva su existencia. Suerte con eso.

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