Todd Phillips es Yukio Mishima

El Joker no existe, el problema eres tú

Esta reseña está libre de spoilers.

Imagina que vas en coche por la autopista. De repente, observas que el coche de delante empieza a hacer cosas raras: aumenta la velocidad y la reduce, zigzaguea, en un momento dado se da la vuelta del todo y avanza marcha atrás. Tú te temes lo peor, pero tras dos eternas horas de conducción temeraria y sin sentido lo pierdes de vista, y al final no ha sido para tanto: sólo ha perdido una llanta al chocar con el quitamiedos y ha hecho perder el retrovisor izquierdo a un Ford Fiesta, pero nada más grave que eso. Respiras con alivio, todo está bien. Cinco años después, sin embargo, te encuentras con el mismo coche, pero esta vez son dos, uno al lado del otro, y repiten el mismo show que la última vez. Esta vez sí te esperas lo peor, es imposible que salga bien, pero si hasta están jugando a tirarse cosas por las ventanillas abiertas. Entonces pasa, y chocan y por poco no explotan. Ves el accidente frente a ti y no puedes dejar de mirarlo, si es que se veía venir, estaba claro y aun así decidiste seguir detrás de ellos todo el tiempo, no apartaste la mirada en ningún momento y ahora tampoco. Y cuando crees que ya nada más puede pasar, cuando crees que todo ha terminado, por si no habías tenido suficiente, los dos conductores salen de sus respectivos coches y se ponen a bailar juntos encima del capó. Esta es un poco la experiencia vivida desde que en 2019 salió Joker hasta ahora que lo hace su sucesora, Joker: Folie à Deux. Hay quien la llama secuela, para mí es un suicidio necesario. Y me explico.

Hablar de esta película en términos cinematográficos es una pérdida de tiempo: nada en ella importa ni mucho menos interesa. Ni la trama (una suerte de courtroom movie aburrida y simplona, si el protagonista no fuese el payaso más famoso del mundo podría ser El Peliculón de Antena3 de mañana por la tarde) ni los personajes (la coprotagonista, una Harley Quinn personificada en la Lady Gaga más desaprovechada, podría no estar y no importaría) ni la fotografía (hay planos interesantes, pero solidificados todos en una misma idea que se repite una y otra vez; el odio al orange & teal es personal, pero pido que aboguemos por hacerlo desaparecer) ni tampoco las interpretaciones (Joaquin Phoenix, el clavo ardiendo al que se agarraban los que creían que hablar negativamente de un proyecto protagonizado por él era una blasfemia, encarna un Joker muy limitado y también repetitivo) están por encima de lo pasable, del cinco raspado, más allá de algún destello de lucidez que apenas dura y tampoco permite quedarse en la mente de quien la ve como algo que recordará cuando salga de la sala. La mayor parte de los números musicales –si alguien no lo sabía, esta película es un musical. Sí, un musical. Pero musical, musical. Con sus canciones y coreografías y todo eso– podrían ser sketches del Saturday Night Live si se presentasen como parodias; no funcionan, no aportan nada, dan vergüenza ajena y pides que acaben lo antes posible.

Lo interesante de Folie à Deux es que, si en 2019 había algo de retórica que, de forma muy tímida y con un pincel finísimo, esbozaba lo que Joker quería ser, esta segunda parte (porque lo es, cronológicamente) dinamita cualquier intención de continuar en esta línea. Al contrario, esta película es una peineta a todo aquel que hace cinco años vio su antecesora y adoptó como propia la doble personalidad de Arthur Fleck, una forma de redención, de decirles «eh, que esto lo entendisteis mal». Porque la película dice eso, el mismo Joker lo hace y quienes están de su lado también: el Joker no existe, el problema eres tú. Tampoco caigamos en simplismos, Todd Phillips no es responsable del aumento del número de incels que dicen abiertamente que lo son y utilizan la incomprensión social, marginación, maltrato y burla continuas a Arthur Fleck como excusa para hacer, bueno, de incels, pero es muy fácil provocar un incendio si enciendes un mechero en mitad de un bosque, por mucho que tú sólo quisieras fumarte un piti. 

Joker: Folie à Deux parece un intento por destruir todo aquello que devino tras su aparición, su uso como arma política y su atracción de ideología reaccionaria, en detrimento de un discurso que versa sobre el tratar a quienes padecen enfermedades mentales como sujetos alienados obligados a formar parte del mismo sistema que quiere deshacerse de ellos1. No hay otra explicación para el cambio de rumbo que adopta esta película para con la anterior, nada había en su primera entrega que nos lleve a relacionar conceptos entre ambas y comprender este giro, esta necesidad por desacreditar lo ya dicho y mostrado. Todo lo contrario, la película de 2019 exaltaba la figura del Joker, esa doble personalidad como la salida a los problemas de Arthur, la única forma de ser «él mismo» que encontró y que le permitió salir adelante como buenamente pudo. Nada hay salvo el sentido común, por supuesto, que nos dice que ir por ahí pegando tiros y matando a gente sólo porque a tu yo verdadero nadie lo comprende no está bien. Pero, entonces, ¿para qué sería necesaria esta segunda parte sino para corregir lo que en su momento no supo (o quiso) decirse o mostrarse? ¿De qué sirve cargarte un proyecto imponiendo otro? Tampoco el matar la propia obra es algo digno de alabanza, por muy bienintencionado que sea este viraje de ciento ochenta grados; uno es incapaz de controlar la recepción de su obra y la lectura que de ella se haga, pero hubo tiempo para llegar a la conclusión de que quizás, quizás, aquella no fue la mejor forma de desarrollar esa idea. Otra conclusión, la de que esto haya sido un ejercicio premeditado que tenga como resultado dos películas que se anulen mutuamente –estrenada una años antes que la otra y obligando a quien las ve a una reflexión incompleta– tiene todavía menos sentido. Y la taquilla –el único medidor del éxito en Hollywood para el cine comercial– parecería demostrarlo: de los 70 millones de dólares que se esperaba que recaudase en su primer fin de semana, se queda en los 37,8, por debajo de los 39 que sólo el viernes de su estreno recaudó la Joker original (hasta hoy, esta ha recaudado, en total, más de mil millones de dólares).

Y es que Folie à Deux niega en todo momento a su antecesora y necesita tanto de su refutación constante que incluso recupera fragmentos de esta, sobre todo de forma indirecta, a través de sacar a colación estas mismas escenas y darles una segunda lectura. Son los propios personajes quienes las juzgan y vuelven a decir de ellas lo mismo: «Esto está mal. El Joker no existe, el Joker es Arthur Fleck. El problema sigues siendo tú». Y lo hace de forma tan evidente que convierte en un espectáculo ridículo cualquier intento por decir algo serio –no es fácil ni digno hacer el trabajo de desincelizar al Joker–. Hay una escena en la que Arthur le dice a un tipo: «Maté a tu amigo pero a ti no, tú me caes bien, ¿no ves que a ti no te he hecho nada nunca?», a lo que el tipo –claramente sufriendo un trastorno de estrés postraumático– le responde: «Llevo sin poder dormir desde entonces porque cuando lo mataste yo estaba literalmente a su lado». Imagina tener que explicarle a alguien que la frase «para mí una locomotora es una motora normal» es una broma que leíste en Twitter y no la máxima irreductible de una personalidad «perturbada»2. Toda Folie à Deux es una especie de fanservice pero al revés, porque pretende alejar en vez de seguir acercando; está hecha para que la odien todos, quienes odiaron la primera parte, que verán como es el propio director quien les da la razón, y también quienes la consideraron una obra maestra, porque el mismo que les dio el caramelo ahora les dice que comérselo estaba mal. Y puede que hasta sea justo que quienes admiraron a ese Joker de 2019 rechacen ahora esta película y solamente consideren válida la que a ellos les gustó, porque no se puede estar en misa y repicando. 

Yukio Mishima ya había planeado su muerte en 1961, nueve años antes de hacerse el harakiri tras el fracaso del golpe de Estado que planeó, y lo explicó en su cuento Patriotismo. Todd Phillips llevaba preparando el suyo (o más bien, el de este Joker que es él mismo y busca autorredimirse) desde que empezó a desarrollar esta película, pues él mismo confirmó hace pocos días que su paso por DC ha terminado. Finalmente ha decidido morir con la dignidad que le quedaba. Joker: Folie à Deux no pasará a la historia por ser una buena película, sino por su esfuerzo desesperado por acabar con el monstruo que creó en su momento. Ese sí será recordado. Resulta imposible separar al Joker de la figura que se ha creado en torno a él, pero queda el consuelo de que al menos quien parió a su última versión ha decidido que es hora de buscar otro icono, que ya está bien de ver a la peor mugre que conoces bebiendo de un abrevadero con la forma de la cara del malo de Batman.

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1 Esto es un poco un triple, es algo que puedes deducir de Joker (2019) si tienes muchas ganas de sacarle un poco de miga, pero vamos, que tienes que hilar a escala de Planck.

2 Si necesitáis algún ejemplo de esto, hay una película de 2021 dirigida por Dani de la Orden, Loco por ella, sobre un tío que se hace pasar por enfermo mental para ingresar en la clínica psiquiátrica en la que está la mujer de la que se ha enamorado –vedla, no tiene desperdicio–, en la que el personaje de ella cita, tal cual, la mítica frase: «Lo peor de tener una enfermedad mental es que la gente espera que actúes como si no la tuvieras», sin cambiarle ni una sola coma.

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Esta reseña está libre de spoilers.

Imagina que vas en coche por la autopista. De repente, observas que el coche de delante empieza a hacer cosas raras: aumenta la velocidad y la reduce, zigzaguea, en un momento dado se da la vuelta del todo y avanza marcha atrás. Tú te temes lo peor, pero tras dos eternas horas de conducción temeraria y sin sentido lo pierdes de vista, y al final no ha sido para tanto: sólo ha perdido una llanta al chocar con el quitamiedos y ha hecho perder el retrovisor izquierdo a un Ford Fiesta, pero nada más grave que eso. Respiras con alivio, todo está bien. Cinco años después, sin embargo, te encuentras con el mismo coche, pero esta vez son dos, uno al lado del otro, y repiten el mismo show que la última vez. Esta vez sí te esperas lo peor, es imposible que salga bien, pero si hasta están jugando a tirarse cosas por las ventanillas abiertas. Entonces pasa, y chocan y por poco no explotan. Ves el accidente frente a ti y no puedes dejar de mirarlo, si es que se veía venir, estaba claro y aun así decidiste seguir detrás de ellos todo el tiempo, no apartaste la mirada en ningún momento y ahora tampoco. Y cuando crees que ya nada más puede pasar, cuando crees que todo ha terminado, por si no habías tenido suficiente, los dos conductores salen de sus respectivos coches y se ponen a bailar juntos encima del capó. Esta es un poco la experiencia vivida desde que en 2019 salió Joker hasta ahora que lo hace su sucesora, Joker: Folie à Deux. Hay quien la llama secuela, para mí es un suicidio necesario. Y me explico.

Hablar de esta película en términos cinematográficos es una pérdida de tiempo: nada en ella importa ni mucho menos interesa. Ni la trama (una suerte de courtroom movie aburrida y simplona, si el protagonista no fuese el payaso más famoso del mundo podría ser El Peliculón de Antena3 de mañana por la tarde) ni los personajes (la coprotagonista, una Harley Quinn personificada en la Lady Gaga más desaprovechada, podría no estar y no importaría) ni la fotografía (hay planos interesantes, pero solidificados todos en una misma idea que se repite una y otra vez; el odio al orange & teal es personal, pero pido que aboguemos por hacerlo desaparecer) ni tampoco las interpretaciones (Joaquin Phoenix, el clavo ardiendo al que se agarraban los que creían que hablar negativamente de un proyecto protagonizado por él era una blasfemia, encarna un Joker muy limitado y también repetitivo) están por encima de lo pasable, del cinco raspado, más allá de algún destello de lucidez que apenas dura y tampoco permite quedarse en la mente de quien la ve como algo que recordará cuando salga de la sala. La mayor parte de los números musicales –si alguien no lo sabía, esta película es un musical. Sí, un musical. Pero musical, musical. Con sus canciones y coreografías y todo eso– podrían ser sketches del Saturday Night Live si se presentasen como parodias; no funcionan, no aportan nada, dan vergüenza ajena y pides que acaben lo antes posible.

Lo interesante de Folie à Deux es que, si en 2019 había algo de retórica que, de forma muy tímida y con un pincel finísimo, esbozaba lo que Joker quería ser, esta segunda parte (porque lo es, cronológicamente) dinamita cualquier intención de continuar en esta línea. Al contrario, esta película es una peineta a todo aquel que hace cinco años vio su antecesora y adoptó como propia la doble personalidad de Arthur Fleck, una forma de redención, de decirles «eh, que esto lo entendisteis mal». Porque la película dice eso, el mismo Joker lo hace y quienes están de su lado también: el Joker no existe, el problema eres tú. Tampoco caigamos en simplismos, Todd Phillips no es responsable del aumento del número de incels que dicen abiertamente que lo son y utilizan la incomprensión social, marginación, maltrato y burla continuas a Arthur Fleck como excusa para hacer, bueno, de incels, pero es muy fácil provocar un incendio si enciendes un mechero en mitad de un bosque, por mucho que tú sólo quisieras fumarte un piti. 

Joker: Folie à Deux parece un intento por destruir todo aquello que devino tras su aparición, su uso como arma política y su atracción de ideología reaccionaria, en detrimento de un discurso que versa sobre el tratar a quienes padecen enfermedades mentales como sujetos alienados obligados a formar parte del mismo sistema que quiere deshacerse de ellos1. No hay otra explicación para el cambio de rumbo que adopta esta película para con la anterior, nada había en su primera entrega que nos lleve a relacionar conceptos entre ambas y comprender este giro, esta necesidad por desacreditar lo ya dicho y mostrado. Todo lo contrario, la película de 2019 exaltaba la figura del Joker, esa doble personalidad como la salida a los problemas de Arthur, la única forma de ser «él mismo» que encontró y que le permitió salir adelante como buenamente pudo. Nada hay salvo el sentido común, por supuesto, que nos dice que ir por ahí pegando tiros y matando a gente sólo porque a tu yo verdadero nadie lo comprende no está bien. Pero, entonces, ¿para qué sería necesaria esta segunda parte sino para corregir lo que en su momento no supo (o quiso) decirse o mostrarse? ¿De qué sirve cargarte un proyecto imponiendo otro? Tampoco el matar la propia obra es algo digno de alabanza, por muy bienintencionado que sea este viraje de ciento ochenta grados; uno es incapaz de controlar la recepción de su obra y la lectura que de ella se haga, pero hubo tiempo para llegar a la conclusión de que quizás, quizás, aquella no fue la mejor forma de desarrollar esa idea. Otra conclusión, la de que esto haya sido un ejercicio premeditado que tenga como resultado dos películas que se anulen mutuamente –estrenada una años antes que la otra y obligando a quien las ve a una reflexión incompleta– tiene todavía menos sentido. Y la taquilla –el único medidor del éxito en Hollywood para el cine comercial– parecería demostrarlo: de los 70 millones de dólares que se esperaba que recaudase en su primer fin de semana, se queda en los 37,8, por debajo de los 39 que sólo el viernes de su estreno recaudó la Joker original (hasta hoy, esta ha recaudado, en total, más de mil millones de dólares).

Y es que Folie à Deux niega en todo momento a su antecesora y necesita tanto de su refutación constante que incluso recupera fragmentos de esta, sobre todo de forma indirecta, a través de sacar a colación estas mismas escenas y darles una segunda lectura. Son los propios personajes quienes las juzgan y vuelven a decir de ellas lo mismo: «Esto está mal. El Joker no existe, el Joker es Arthur Fleck. El problema sigues siendo tú». Y lo hace de forma tan evidente que convierte en un espectáculo ridículo cualquier intento por decir algo serio –no es fácil ni digno hacer el trabajo de desincelizar al Joker–. Hay una escena en la que Arthur le dice a un tipo: «Maté a tu amigo pero a ti no, tú me caes bien, ¿no ves que a ti no te he hecho nada nunca?», a lo que el tipo –claramente sufriendo un trastorno de estrés postraumático– le responde: «Llevo sin poder dormir desde entonces porque cuando lo mataste yo estaba literalmente a su lado». Imagina tener que explicarle a alguien que la frase «para mí una locomotora es una motora normal» es una broma que leíste en Twitter y no la máxima irreductible de una personalidad «perturbada»2. Toda Folie à Deux es una especie de fanservice pero al revés, porque pretende alejar en vez de seguir acercando; está hecha para que la odien todos, quienes odiaron la primera parte, que verán como es el propio director quien les da la razón, y también quienes la consideraron una obra maestra, porque el mismo que les dio el caramelo ahora les dice que comérselo estaba mal. Y puede que hasta sea justo que quienes admiraron a ese Joker de 2019 rechacen ahora esta película y solamente consideren válida la que a ellos les gustó, porque no se puede estar en misa y repicando. 

Yukio Mishima ya había planeado su muerte en 1961, nueve años antes de hacerse el harakiri tras el fracaso del golpe de Estado que planeó, y lo explicó en su cuento Patriotismo. Todd Phillips llevaba preparando el suyo (o más bien, el de este Joker que es él mismo y busca autorredimirse) desde que empezó a desarrollar esta película, pues él mismo confirmó hace pocos días que su paso por DC ha terminado. Finalmente ha decidido morir con la dignidad que le quedaba. Joker: Folie à Deux no pasará a la historia por ser una buena película, sino por su esfuerzo desesperado por acabar con el monstruo que creó en su momento. Ese sí será recordado. Resulta imposible separar al Joker de la figura que se ha creado en torno a él, pero queda el consuelo de que al menos quien parió a su última versión ha decidido que es hora de buscar otro icono, que ya está bien de ver a la peor mugre que conoces bebiendo de un abrevadero con la forma de la cara del malo de Batman.

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1 Esto es un poco un triple, es algo que puedes deducir de Joker (2019) si tienes muchas ganas de sacarle un poco de miga, pero vamos, que tienes que hilar a escala de Planck.

2 Si necesitáis algún ejemplo de esto, hay una película de 2021 dirigida por Dani de la Orden, Loco por ella, sobre un tío que se hace pasar por enfermo mental para ingresar en la clínica psiquiátrica en la que está la mujer de la que se ha enamorado –vedla, no tiene desperdicio–, en la que el personaje de ella cita, tal cual, la mítica frase: «Lo peor de tener una enfermedad mental es que la gente espera que actúes como si no la tuvieras», sin cambiarle ni una sola coma.

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