Un día de cruising en la feria del libro

Se repite desde hace años en el Retiro una liturgia sagrada, un encuentro, un pacto social que casi nunca necesita de palabras, sino que parte de la base del mutuo entendimiento entre seres iguales: el cruising que se celebra todas las noches en la parte más oscura del oeste del parque madrileño. Al este del estanque, en una zona perfectamente paralela, como un espejo, se celebra una vez al año la Feria del libro, que, aunque tiene más pedigrí que su hermana fea del oeste, es bastante menos natural.

Yo, que aspiro a proyectar cultura (como un tuitero del Mediterráneo moral, pero leyéndome de verdad los libros a los que hago fotos), no fallo a mi cita anual con la Feria. Allí nos reunimos todas las tribus urbanas: los guiris que no se pueden resistir al encanto de una cola, las tote bags, los impolutos y siempre con chaqueta ilustrados señores del barrio Salamanca, los fans del youtuber firmante de turno y, por supuesto, Revilla. Si el fútbol es un deporte en el que juegan 11 contra 11 y al final acaba ganando el Madrid, la Feria del libro es un lugar de encuentro cultural en el que, al final, siempre está firmando Miguel Ángel Revilla. 

Luego estamos los tibios, claro, un grupo literario aún por definir, que desprecia al profesional de la cultura —porque qué me va a recomendar a mí este bigotudo, si me he leído En busca del tiempo perdido— pero que mataría por ser uno de ellos, y además, no se ha leído En busca del tiempo perdido. Y escribe, con mucha pompa y subordinadas (sobre todo, subordinadas), en un blog. Ahora en Sustrato, algunos, porque vamos para arriba y, como bien dice Fer: “Dirás que nos conocías”. Quizá algún día lo digas en esta feria.

El caso es que este año me planté en el Retiro con una amiga y antes de entrar me compré un Calippo de lima limón. Dos decisiones de partida nefastas, porque encontrar el amor en la feria si vas con una amiga es difícil, pero si te estás comiendo un Calippo de lima olvídate, porque pareces un paseante, y no hay nada que desprecie más la librera que un paseante. Acabado el Calippo y para compensar, me dediqué a fruncir el ceño. Es importante fruncir todo lo posible el ceño porque es un gesto que transmite interés y seriedad. Hay que acompañarlo de comentarios que estén a la altura: “Siguen poniendo mucho Poeta chileno, por lo que veo, qué maravilla de final”. “¿Has leído Maniac? Me cambió la vida. Ahora juego al go online”.

En la feria, como en las elecciones francesas, hay que dar dos vueltas: una de baja participación, para ojear, y otra para frenar a la ultraderecha. En ambas me vi acechado este año por dos grandes pretendientes: uno antiguo, el escritor que no tiene a quién firmar (a cierto novelista colombiano le habría gustado como título) y, otro nuevo, una banda de voluntarios de Amnistía Internacional. Son especies hermanas, porque con ambos quieres evitar a toda costa el contacto visual, pero los dos te dan cierta pena. Por lo que sea, ni uno ni otro me interpelaron.

Como es en la segunda vuelta donde se hacen las compras, eso tocó. Este año, a diferencia de otros, tenía claro que no quería caer en un error que me ha penalizado mucho en otras ocasiones: acabar comprando en la caseta del Fnac o del Corte Inglés. Me tiré de cabeza al puesto de una editorial. Aunque en la entrada me había tentado una bonita edición de “Sesenta años de expedición del documento nacional de identidad”, que me iba a dar un aura rompedora inigualable (lo vendía un policía nacional con pistola en ristre) me decidí por dos ejemplares de Libros del Asteroide. Cortita y al pie.

Frenada la ultraderecha (estaba en la puerta, con mascarilla y un enorme cartel que relacionaba a Francia, el PSOE y Marruecos con el 11-M), me iba ya satisfecho con mi cruising y mi planta de cultureta, hasta que recibí una de las mayores curas de humildad de mi vida. Mi amiga, muy seria, me arrastró hasta la biblioteca pública del Retiro para ojear guías de viaje (os juro que siguen existiendo) porque no sabe adónde irse de vacaciones en verano. Guías de viaje en biblioteca pública. Ni Libros del Asteroide, ni mediterráneo moral, ni tote bag, ni Benjamin Labatut. Nada puede con esa exhibición de mundo interior.

Y así me fui, devastado por no ser, un año más, el tío más alternativo de la Feria. Pero no me rindo. El que viene me planto en la puerta con una máquina de escribir y me pongo a competir con los de “te escribo un poema”. La idea es pillar sitio a la sombra y sacar un cartel aún más grande que el del 11-M donde ponga: “Te escribo un post de blog lleno de indirectas por 5 euros”. Con la lírica de momento no me atrevo, pero os dejo por aquí el verso libre e involuntario que me quedó con las notas que fui tomando en mi móvil: 

Policía nacional

Misoginia neoliberal, joder

La arquitectura esotérica me llama mucho

Pero estoy toda sudada

Chapas al sol

Te escribo un poema

Esas posiciones impiden que entren conceptos nuevos

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La foto del artículo es de ©ReviveMadrid

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