Un millón de partidos

El caso es que en el ritual paseo de mi casa a la de mis padres conté 33 camisetas madridistas por una celeste.

De todos los partidos que caben en un partido, a mí el que más me interesó fue el que jugaron Bernardo Silva y Lunin en la tanda de penaltis. Fue ahí, en ese segundo antes del fin del mundo, cuando portugués y ucraniano pensaron del respectivo eso tan futbolero de tú a cojones a mí no me vas a ganar, con uno ruminado a que no tienes cojones de tirarlo por el centro, y el otro a que no tienes cojones a quedarte esperando media vida sin vencerte a ningún lado. A mí la imagen me recordó a la escena final de Heat, con un Robert de Niro moribundo diciéndole a Al Pacino, "I told you I'm never going back", dándole la mano a su verdugo, reconociéndose ambos en los vicios y virtudes del otro. Sólo que en Mánchester el duelo se dio en un área y no en la pista de aterrizaje de un aeropuerto, aunque por momentos juraría que era esa la distancia que separaba el área blanca de la portería de Ederson.

De todos los partidos que caben en una tanda de penaltis, yo me quedo con la secuencia fallo de Bernardo - gol de Jude - fallo de Kovacic - gol de Lucas, malabarismos de éste incluidos, pasando de un casi definitivo 2-0 a un 1-2 que dejó flotando en el Etihad esa sensación unánime de estos cabrones lo van a volver a hacer. Fue lo único que faltaba en el martirologio blanco, una remontada en la tanda de penaltis, que debe ser el epítome del sufrimiento balompédico. Sospecho que la victoria contó con la dedicatoria especial a Gerard Piqué y resto de renovadores del deporte, que sostienen con total rotundidad que 90 minutos a los chavales se les hacen inasumibles (no digamos ya 120), que es una generación que prefiere consumir el deporte a través tiktoks y highlights. Pues toma, la esencia del club (noche europea, sufrir, sobrevivir, remontar, ganar) condensadita en cinco minutos. La historia del fútbol explicada en un reel.

 

Realmente el partido se había ganado mucho antes, concretamente esa misma tarde. Tengo por costumbre ver todos los partidos de mi equipo en casa de mis padres, que aunque haya quien todavía lo cuestione incluso pueda llegar a parecerle ridículo, el fútbol sigue vertebrando familias y en muchos casos es la muestra de afecto más eficaz entre padres e hijos poco dados al alarde sentimental. El caso es que en el ritual paseo de mi casa a la de mis padres conté 33 camisetas madridistas por una celeste. No es que se me hubiese acabado la batería de los cascos, qué va, es que yo salí por la puerta con ese propósito entre ceja y ceja. Ese era mi partido, como el de Rüdiger era secar a Haaland o el de Carvajal demostrar una vez más que es el jugador más competitivo de la historia. Carletto me había encomendado secretamente contar camisetas y a mí ese numerín y ese entusiasmo contenido en el ambiente me dieron buena espina desde el principio.

Fue uno más del millón de partidos que todo aficionado disputa en su cabeza antes del irremediable duelo, el que ya lo dejamos de jugar nosotros para darles el gusto y la responsabilidad a los jugadores. Porque antes del pitido inicial yo también juego ese partido, y lo juego una y mil veces en la rutina del día a día. Si cruzo la calle antes de que el semáforo deje de parpadear ganamos. Si ahora suena tal canción en el modo aleatorio del Spotify perdemos. Y así con cada acontecimiento inesperado desde el día del sorteo. Jugando un millón de partidos antes de que se juegue el de verdad, que a estas alturas ya no importa tanto porque en tu cabeza ya se han dado todos los escenarios y resultados posibles.

Un millón de partidos. Y sin embargo ninguno como este.

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Un millón de partidos

El caso es que en el ritual paseo de mi casa a la de mis padres conté 33 camisetas madridistas por una celeste.

De todos los partidos que caben en un partido, a mí el que más me interesó fue el que jugaron Bernardo Silva y Lunin en la tanda de penaltis. Fue ahí, en ese segundo antes del fin del mundo, cuando portugués y ucraniano pensaron del respectivo eso tan futbolero de tú a cojones a mí no me vas a ganar, con uno ruminado a que no tienes cojones de tirarlo por el centro, y el otro a que no tienes cojones a quedarte esperando media vida sin vencerte a ningún lado. A mí la imagen me recordó a la escena final de Heat, con un Robert de Niro moribundo diciéndole a Al Pacino, "I told you I'm never going back", dándole la mano a su verdugo, reconociéndose ambos en los vicios y virtudes del otro. Sólo que en Mánchester el duelo se dio en un área y no en la pista de aterrizaje de un aeropuerto, aunque por momentos juraría que era esa la distancia que separaba el área blanca de la portería de Ederson.

De todos los partidos que caben en una tanda de penaltis, yo me quedo con la secuencia fallo de Bernardo - gol de Jude - fallo de Kovacic - gol de Lucas, malabarismos de éste incluidos, pasando de un casi definitivo 2-0 a un 1-2 que dejó flotando en el Etihad esa sensación unánime de estos cabrones lo van a volver a hacer. Fue lo único que faltaba en el martirologio blanco, una remontada en la tanda de penaltis, que debe ser el epítome del sufrimiento balompédico. Sospecho que la victoria contó con la dedicatoria especial a Gerard Piqué y resto de renovadores del deporte, que sostienen con total rotundidad que 90 minutos a los chavales se les hacen inasumibles (no digamos ya 120), que es una generación que prefiere consumir el deporte a través tiktoks y highlights. Pues toma, la esencia del club (noche europea, sufrir, sobrevivir, remontar, ganar) condensadita en cinco minutos. La historia del fútbol explicada en un reel.

 

Realmente el partido se había ganado mucho antes, concretamente esa misma tarde. Tengo por costumbre ver todos los partidos de mi equipo en casa de mis padres, que aunque haya quien todavía lo cuestione incluso pueda llegar a parecerle ridículo, el fútbol sigue vertebrando familias y en muchos casos es la muestra de afecto más eficaz entre padres e hijos poco dados al alarde sentimental. El caso es que en el ritual paseo de mi casa a la de mis padres conté 33 camisetas madridistas por una celeste. No es que se me hubiese acabado la batería de los cascos, qué va, es que yo salí por la puerta con ese propósito entre ceja y ceja. Ese era mi partido, como el de Rüdiger era secar a Haaland o el de Carvajal demostrar una vez más que es el jugador más competitivo de la historia. Carletto me había encomendado secretamente contar camisetas y a mí ese numerín y ese entusiasmo contenido en el ambiente me dieron buena espina desde el principio.

Fue uno más del millón de partidos que todo aficionado disputa en su cabeza antes del irremediable duelo, el que ya lo dejamos de jugar nosotros para darles el gusto y la responsabilidad a los jugadores. Porque antes del pitido inicial yo también juego ese partido, y lo juego una y mil veces en la rutina del día a día. Si cruzo la calle antes de que el semáforo deje de parpadear ganamos. Si ahora suena tal canción en el modo aleatorio del Spotify perdemos. Y así con cada acontecimiento inesperado desde el día del sorteo. Jugando un millón de partidos antes de que se juegue el de verdad, que a estas alturas ya no importa tanto porque en tu cabeza ya se han dado todos los escenarios y resultados posibles.

Un millón de partidos. Y sin embargo ninguno como este.

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