Dicen que uno no debería volver a los lugares en los que ha sido feliz. “El tiempo habrá hecho sus destrozos” decía Sabina, pero lo cierto es que estoy disfrutando mucho revisionando Mad Men. La estética de la serie es casi más hipnótica que las frases elocuentes de Don Draper, pero en lo que no paro de caer es en lo mucho que beben esos publicistas. ¿No están quitándole el valor que tiene un buen trago en el momento correcto? No me gustaría tomar ciertas bebidas como algo rutinario. Sería como perderle el respeto a los dioses del bebercio.
Beber nos puede hacer viajar en el tiempo. Recordar los bares de las ciudades en las que estuvimos ya fuese de paso o por un tiempo. Incluso conversaciones en la cocina a ritmo de coctelera. Por eso hay tragos que uno debe tomarse con moderación para así no dejar de tenerlos en un pedestal. Hablando de cócteles, el otro día con amigos no podía parar de recordar los dos martinis que me bebí en Dante. “Nunca había salido de un bar con esas ganas de beberme una ciudad entera como aquella vez” les dije. Imaginen entrar de día en un bar y salir con la noche neoyorquina toda para ti. ¿Cómo no vas a recordar aquello toda tu vida?
Hace poco tenía ganas de vivir un momento Santory que diría Bill Murray en Lost in translation. Estaba solo en la ciudad y decidí preguntarle a François Monti vía instagram por la mejor coctelería de Sevilla, así que le hice caso y me fui a Naked and Famous. Rodeado de una estética más moderna de la que busco en un lugar en el que tomarme un cóctel, decidí dejar atrás mis prejuicios, no pensar en lo superficial y dejarme llevar por lo que me fuesen a preparar detrás de la barra. La belleza está en el interior, ¿no? Cada coctelería es una pequeña patria. Distintas materias primas, distinta forma de trabajar, pero un fin común, hacer feliz a todo el que salga de allí. Es decir, la gente se ama de diferentes formas alrededor del globo. No se quiere igual en Sevilla que en Berlín, pero en ambos sitios la gente se enamora.
Aquel martes el cuerpo me pedía un old fashioned, algo sencillo que me hiciese el invierno algo más líquido. Su elaboración es simple: azúcar, un chispazo de soda, 4 golpes de angostura, 60 ml de bourbon, una piedra de hielo y una cereza o una corteza de naranja como decoración (personalmente prefiero ambas). Dicen que fue el primer cóctel de la historia, sus orígenes se remontan a finales del siglo XVIII o primeros del siglo XIX. Así que este cóctel no es una prueba más de que lo clásico, lo bueno, es lo que permanece. Por eso nosotros heredamos los muebles de caoba de nuestros abuelos y nuestros nietos ni olerán el sofá de ikea de nuestras casas. El primer trago de un old fashioned es como un abrazo en una estación de tren. Uno encuentra en su garganta el calor, la firmeza en la bienvenida y el saber que uno siempre es poco, pero que tres pueden hacerte perder la noción del tiempo. Lo más interesante de este cóctel, pasa lo mismo con el martini y su aceituna, que una de sus partes más importantes es el final. Tras beber un trago algo contundente, comerse la cereza lo cambia todo. El old fashioned es un hola y adiós con hielo. Una despedida en condiciones, un hasta pronto con final dulce y feliz. Un último beso. La última caricia que nuestra piel recordará de aquel día.
Se tarda poco en hacer un buen old fashioned y mucho en olvidarlo. Aunque los mejores siempre serán los que se hacen en la cocina a horas a las que debería estar prohibido hacerlos.