La primera Eurocopa de la que tengo pleno recuerdo fue la de Portugal. La que ganó Grecia. Y eso que me perdí la segunda parte de la final. Lo confieso, no vi el gol de Charisteas. A mi abuelo, que era agricultor, y viendo que el primer tiempo había sido un pestiño infumable y que aquello no había Dios que se lo tragase a no ser que el Dios en cuestión fuese griego o portugués, y dado que en mi familia hemos tenido muy variopintas y excéntricas manías pero nunca hemos sido ni griegos ni portugueses, a mi abuelo, decía, le debió parecer muy buena idea afianzar el vínculo con su nieto mayor, meternos en la furgoneta rumbo a una tierra de esas que le había costado media vida adquirir y ponerse con la tarea del momento, que debía ser cortar el riego de unos aspersores o cambiar tubos. Las cosas en la meseta castellana funcionan así.
Con lo de cambiar tubos me refiero a tubos de regadío. Los que proveen de agua esos aspersores gracias a los cuales las tierras están tan verdes y tan hermosas. Con lo de cambiar tubos hay una extraña obsesión en mi familia. Mi abuela Carmina me dijo hace no mucho, en una de esas comidas familiares en restaurante de cierto copete a la que acuden tíos y primos de cuyo parentesco te enteras allí mismo, me dijo que cómo me presentaba de aquella guisa, que para algo soy el nieto mayor y el que se supone que tiene que dar ejemplo.
Pero hijo, ¿Dónde vas con esa camiseta de cambiar tubos?
Vale que no fuese la camiseta más bonita del armario y que no reparase en su elección, pero desde luego no era merecedora de la condición con la que mi santa abuela acababa de bautizarla. La típica camiseta feílla, sosa, una de esas que no te importaría ponerte para dormir, siendo esto ya suficiente menoscabo para la prenda, pero en ningún caso respondía al concepto que habitaba en mi abuela de “camiseta de cambiar tubos”, que para ella debía ser el máximo agravio que podía recibir una camiseta antes de ser convertida en trapo.
Si la elegí fue porque le di mayor importancia a la camisa que habría de llevar por encima, que, perfectamente combinada con mis Ray Ban Wayfarer, era la prenda a la que yo había confiado mi éxito en la tarea de aterrizar en aquella capital de provincia con aire de canallita madrileño dispuesto a levantarles a los locales las mujeres, y si se descuidaban también el trabajo. Es decir, me había convertido en la perfecta representación del gilipollas de manual. Que en los viajes de amigos uno se puede permitir el lujo de serlo, pero delante de la familia no hay justificación posible, por muy guapas que sean las paisanas de la ciudad en cuestión.
¿Qué falló, pues, en mi pronóstico de los acontecimientos? Pues lo de siempre, las expectativas. El mapa mental de los hechos que yo mismo diseñé no acabó de coincidir con la realidad, como de costumbre. Y todo porque no sospechó mi esquema mental que en aquella capital de provincia pudiese hacer una temperatura, aunque fuese durante un ratito, como para estar en mangas de camisa. Tampoco vamos a prohibir el calor, ¿no?
Ya digo, el imprevisto bochorno me llevó inconscientemente -sin reparar en el horror de camiseta que debía de llevar, y empleo el verbo deber porque mi memoria se ha encargado de eliminar el recuerdo de la prenda- a descamisarme, para envidia de unos que se sentaban unas mesas más allá y lascivia de otras un poco más acá. Y sobre todo para terror de mi abuela, que la pobre mujer no acababa de entender cómo su nieto mayor, el que debía dar ejemplo al resto de la descendencia, se presentaba en el sarao faltando el respeto a medio árbol genealógico, como diciendo esto no va conmigo, me dais tan igual que vengo directamente con el pijama, con esta puta camiseta de los cojones.
Parece mentira que no lo supiese. A este tipo de reuniones familiares siempre hay que acudir un poco pijín, que es algo que no cuesta nada y que a tu abuela le va a poner muy contenta. Hazlo por ella, coño, qué te cuesta. Deja de hacerte el moderno y de simular que tocas la guitarra en un grupo y piensa un poco en los demás, ególatra incorregible. A tu abuela le va a poner muy contenta.