Una historia en cada esquina

Hace poco, leí en una entrevista que le hicieron a mi abuelo Pepe en el Diario de Cádiz. En ella, decía que tenía un par de cameos en algunas películas españolas de la época de los sesenta, como La viudita naviera o Despedida de soltero. Automáticamente, me puse a buscar en Youtube y Flixolé las dos cintas para ver si era capaz de encontrar esos cameos. En Despedida de soltero le pude reconocer de inmediato, pero La viudita naviera me la tragué entera y no le vi en ningún momento. Aun así me fascinó esta película porque se desarrolla en el Cádiz de 1895,  en pleno Carnaval. El filme muestra esta fiesta muy parecida a la actual, calles inundadas de papelillos y serpentinas, carruseles de coros y agrupaciones disfrazadas cantando coplas con un vaso de vino en la mano. La fiesta es la misma, al menos la idea que tiene de ella el gaditano.

Desde hace unos días, se ha viralizado un video del año pasado durante el Carnaval de Cádiz en el que aparece la Plaza de Mina, uno de los emplazamientos principales del centro de la ciudad, lleno hasta la bandera de jóvenes haciendo botellón y disfrazados para pasar un sábado de carnaval. Vivo al lado de esta plaza y he salido muchos sábados de carnaval a beber con mis amigos, pero nunca había visto ese sitio tan lleno como aparece en este video. No puedo juzgar a un chaval de dieciocho años por hacer botellón, y mucho menos decirle qué puede hacer y qué no. Todos hemos sido ese chico con ganas de fiesta y disfrazado de cualquier cosa barata que vendían en el chino más cercano. Pero más allá de este primer fin de semana de carnaval, en el que gente de todo el país viene a Cádiz cogerse una tajá un sábado de carnaval y se vuelve a casa el domingo, existe una fiesta maravillosa a partir de ese día. 

El carnaval no es sólo ese sábado de borrachera, de hecho ese día está más que denostado por el gaditano. Más allá de las florituras que puedas escuchar de cualquier agrupación que canta en el Gran Teatro Falla, para mí el carnaval está en la calle, con su risa y su gente. De hecho, si vienes a Cádiz en carnavales, debes saber que hay una historia en cada esquina. Es algo parecido a aquellos trovadores medievales que con su música profana tenían como objetivo principal la diversión y el entretenimiento para el público. Tienes que perderte por las calles del centro de la ciudad para buscar agrupaciones callejeras que te hagan reír hasta llorar, porque el gaditano goza de un arte intrínseco que le dota de una agilidad mental que hace de cualquier copla escrita una mezcla de finura, alegría y carga acompasada por un ritmo de 3x4. En cada rincón encontrarás una agrupación contándote una historia -su historia- y queriéndote hacer reír desde el primer minuto con sus pamplinas. 

El año pasado tuve la suerte de cantar con mi amigo Alejandro por primera vez en la calle con nuestra chirigota ilegal, y desde entonces no concibo el carnaval de otra forma que no sea cantando cualquier copla añeja con amigos, usando un vaso como instrumento para hacer un compás. Porque hay ciertas letras que son inmunes al tiempo, y cualquier gaditano tiene la potestad de hacerla suya anclado en un poyete. Algo muy parecido cuenta David Palomar en su canción El Desmadre: “Y escribiré canciones de mi puño y alma / que cantarán borracho cuando yo me vaya”. Así que, si vienes en febrero, debes saber que al entrar en el barrio de La Viña durante este mes serás recibido con los brazos abiertos, porque la naturaleza del gaditano desde hace miles de años es la de acoger al de fuera y hacerlo sentirse como en casa, pero aún más en su carnaval.

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