Es miércoles, son las once de la noche. En Madrid tenemos tres grados. El campo municipal de Entrevías es abierto, parece surgir de la nada. No se ven edificios que disimulen una cierta sensación de civilización. Lo rodea, eso sí, y en forma de ele, la M-40, lo que acrecienta la sensación de frío. Del otro lado se encuentra una explanada sobre la que se levanta un aparcamiento, y, más allá, tras una portería, un parque forestal. El campo municipal de Entrevías es abierto y es feo. Entre nosotros y los rivales seremos unos 18 muertos jugando al fútbol 7 en esta noche de invierno. Hay que sumarle al árbitro, claro, cuya mala hostia todos comprendemos. A saber qué le habrá traído hasta aquí, Dios mío. Hay vidas a las que es mejor no asomarse.
Somos todos, los justos y necesarios, los de siempre, nosotros y ellos -para quienes nosotros somos sus ellos-, como cada miércoles desde que empezó la temporada en octubre. No se necesita más para sacar adelante este partido de la decimocuarta jornada del grupo MIÉRCOLES C de la Liga Diario Madrid Sur, una de tantas que vertebran en silencio las semanas, las amistades y la estabilidad emocional de miles y miles de varones españoles treintañeros, cuarentones y cincuentones a lo largo y ancho de nuestros cuatro puntos cardinales.
De repente me fijo en un banquillo destartalado del fondo. Advierto una presencia extraña. Tardo un poco en asimilar, de tan exótico, que se trata de una mujer. Mi asombro va a más al detectar que ni juega ni pertenece a la organización de la liguilla ni trabaja en el polideportivo. No. Es la novia de uno de los rivales.
Voy a repetir los elementos de la secuencia inicial a ver si así logro ordenar mis pensamientos y convencerme a mí mismo de que lo que estoy viviendo es real. Miércoles, once de la noche, Madrid, tres grados, liga de fútbol 7 de Entrevías. Y, efectivamente, la novia de uno de ellos viendo a su chico aquí. Voluntariamente aquí.
Colapso. Fallo el primer pase, llego tarde a la ayuda. Estoy en el campo pero no estoy en el campo. Mi cerebro no para de preguntarse quién, entre todos estos hijos de puta, que juegan poco y pegan mucho, será el susodicho. Cuánto tiempo llevarán juntos. Qué lleva a una persona en plenas facultades mentales a estar en un sitio como este una noche como esta. Cómo de enamorada estará, a cuántos partidos como este habrá venido. Si lo de hoy es algo puntual por alguna razón que se me escapa o se trata de un elemento clave suyo dentro de la rutina secreta y absurda de cada pareja. Pienso también si alguna vez me habrán querido así, si yo alguna vez habré estado tan loco por amor como para ir al fin del mundo del tirón, sin pensarlo demasiado, para ir a la guerra con un paraguas.
Tú me dirás. 14 cojos con medias y camisetas térmicas multicolor que apenas controlamos un balón decentemente y en la grada la parienta de uno diciéndole "vamos, gordi" y cosas así. A mí alguien me llama “gordi” delante de los amigotes y cojo el primer taxi al aeropuerto. Y sin embargo me cambiaba una y mil veces por ese chaval, que ni es el mejor ni el que presume de mejor pelo. No sé cómo acabaremos hoy, pero ese chaval ya ha ganado en la vida.
Le preguntaron a Fontanarrosa qué quería para su hijo. Que los amigos sonrían al verle llegar, respondió. Yo nunca he acabado de tener claro lo que quiero para mí. Empiezo a sospechar que no mucho más. Que sonría al verme correr, que me llame gordi en medio de un córner y me muera de vergüenza. Quien lo probó lo sabe.