Volver

Desde donde yo estoy, puedo verla perfectamente. Entre la orilla y las primeras hamacas hay una señora sentada frente al mar. Junto a ella dos sillas vacías, una sombrilla y una neverita. Lleva un bañador rosa y una gorra de Covirán. El olor de los espetos no parece distraerla. Ni tampoco el trasiego de los bañistas que empiezan a subir al chiringuito. Todo eso no va con ella. Son las dos de la tarde. Acaba de sacar un filete empanado y se lo está comiendo a bocados.

He vuelto a Málaga, a casa de mi madre, como cada verano. Uno se pasa la vida volviendo a los lugares de los que nunca se fue del todo. Y he vuelto a escribir, por eso miro a la gente. Para tener algo que llevarme a la libreta. Cualquier cosa. La semilla de un relato. Nunca se sabe.

Mientras subo el caminito de tablas que lleva al paseo marítimo, me fijo en que unos vecinos han bajado un televisor viejo al puesto de Frigo para ver el fútbol. El quiosquero agradece la compañía con unas latas de cervezas y unas patatas. Allí veo también al camarero. Está de espaldas, fumando tres caladas rápidas para no volverse loco. Quiero asegurarme de que tenemos la mesa reservada, pero prefiero no joderle el momento. Lo miro de lejos. Lo veo tirar el cigarrillo casi entero, intercambiar unas palabras y volver a perderse en el jaleo de las comandas.

Cuando me doy la vuelta para ver por dónde andan Marta y el niño, me los encuentro ya sentados. Ellos prefieren el disfrute al protocolo. Ya han pedido incluso las bebidas y el camarero viene con ellas. —Qué tal, señor, le he dado la mesa buena, ¿eh?—Ya veo, muchas gracias. Le doy un sorbo al tinto con limón mientras la brisa me seca el bañador. Desde allí puedo ver el faro y la frontera entre la playa y el puerto, el cielo sin nubes y todos los azules que admite el mar. Empiezan a venir los platos, estamos tranquilos, la charla es animada. Todo funciona. Por eso volvemos. Incluso en los años de juventud en los que creíamos que volver era retroceder. Incluso en esos años volvimos. Para nosotros el verano es un lugar. Este lugar.

¿Qué será el verano para la señora del bañador rosa? Me vuelvo a fijar en ella. Sigue sola. Casi en la misma posición. Muy recta en su silla y con las manos sobre los muslos. Mira de vez en cuando para uno y otro lado, como si no supiera por donde van a aparecer sus acompañantes. «Vivir es esperar» anoto en mi libreta —¿De postre les ponemos algo?— pregunta el camarero. —Café mejor. Un cortado y uno con leche.— Estupendo, ¿y el niño? —El niño quiere ir a mirar los helados.— Pues venga. Lo cojo de la mano y lo llevo hasta el frigorífico. Todos los sabores, todos los colores y el niño elige un Twister. Me encantaba el Twister, pero me juré a mí mismo que escribiría sobre el verano sin caer en la nostalgia.

El cuponero, aleccionado, apenas canta sus números, pero le compro dos. Más por costumbre que por anhelo. Pido la cuenta, pero nos traen dos chupitos primero. El Twister pasa de sólido a líquido a una velocidad que ningún niño sabría gestionar. Prefiero no mirar. Entonces la veo otra vez. La señora está recogiendo. Con parsimonia. Primero sus cosas. Se quita la gorra, se pone un caftán, pliega su silla y guarda la neverita. Luego se acerca a las otras dos sillas y las recoge también. Puede con todo. Es cuestión de poner cada cosa en su sitio. Pasa al lado de nuestra mesa justo cuando el camarero aparece con el datáfono. - ¿Qué pasa, Paquita, hija, hoy tampoco ha habido suerte? - Nada, hijo, mañana será otro día. Meto el pin y espero la señal, pero el camarero que me ha visto anotarlo todo en mi libreta, pone tono de confidencia y me cuenta el resto. - Es Paquita. Viene todos los días, saca su silla y pone dos sillas más. Pero viene sola y se va sola. Hay quien dice que perdió a su marido y a su hijo en la mar y los sigue esperando. Hay quien dice que simplemente está loca. Yo la verdad es que la veo tan contenta. Podría usted escribir un artículo sobre ella. ¿Es usted periodista? Yo lo leería.

Una semana después, ya de vuelta en casa, y en la tranquilidad de la noche, me acordaré de Paquita y revisaré mis notas. La imaginaré allí sentada en su orilla de siempre. Junto a los dos fantasmas. Terriblemente cuerda. Sabiendo que ellos no van a volver. Sabiendo que vivir es esperar. Sabiendo que alguien inventará su historia.

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