El otro día, en el preciso instante en el que un diseñador gráfico del PSOE abría su ordenador para perpetrar el último vergonzante meme —provocando una también sonrojante respuesta del equipo de Isabel Díaz Ayuso—, Pablo Iglesias Turrión, otrora vicepresidente del gobierno y mirlo blanco de la nueva izquierda planetaria, realizaba un paripé1 consistente en secar tenedores ante las cámaras. Estos cubiertos serían presuntamente utilizados por los comensales en la inauguración de su bar: la Taberna Garibaldi.
Lo cierto es que montar un bar con dos amigos parece un paso natural habida cuenta de la trayectoria de Turrión. La secuencia es 1) montarse un partido con los colegas y llegar al gobierno y 2) liderar una cadena de televisión voluntariosa pero un tanto deficitaria y desde luego minoritaria. Que el tercer movimiento sea abrir un bar parece seguir una progresión muy lógica. Eso sí, de mantener dicha racha, Pablo corre el riesgo de acabar varado en la UMAC (Unidad Mínima de Asociación con los Colegas); a saber, el combo de litrona y pipas en el parque.
Pero, ¿qué tipo de motivaciones tiene Pablo? ¿Por qué estos tres negocios? La respuesta puede esconderse en su improbable conexión con Woody Allen. De la autobiografía del director, Apropos of nothing, me acuerdo de una idea en particular y que explica bien al personaje: Woody reconoce que su ambición nunca fue ser un intelectual, sino que más bien se dio cuenta de que las chicas que le gustaban —esto es, las chicas refinadas—, iban al cine y leían libros. Estratega, resolvió leer esos libros y ver esas películas, y de este modo acceder a ese mundo para él vedado. Sólo por accidente se dio cuenta de que podía escribir chistes, luego películas y al final hasta dirigirlas con gran acierto.
Desconozco si por la senda de Marx y Engels Pablo le cogió gustillo al cálculo económico planificado y a la teoría del valor-trabajo. Pero lo que es seguro es que las chicas que a él le gustaban pululaban en altas densidades por los pasillos de la facultad de políticas de la Complutense. Y como a Pablo no le falta calle — ni tiene un pelo de tonto—, convino en hacerse más Gramcista que el Gramsci y el resto, es historia.
Esta (respetable) brújula vital parece que guía las elecciones estéticas de Turrión en general, y de la Taberna Garibaldi en particular. No es sino el contexto en el que les parece buena idea montar un gastrobar de estética comunista. Y no digamos hacer juegos de palabras con nombres en la órbita más o menos izquierdista, para vender cócteles a cambio de cochinos euros (Ché daiquiri, Durruti Dry Martini); o platos de dudoso gusto ecléctico (Salmorejo partisano, Enchiladas Viva Zapata). Pero saben lo que hacen. Por un lado, este nivel de juegos de palabras eran típicos de la añorada serie de libros “El Barco de Vapor”, con lo que la Taberna se apunta un proustiano tanto. Por el otro, la idolatría, los posters, el merch con caretos de guerrilleros; todo tan típico de adolescentes aferrándose a una identidad para tratar de obtener atención femenina. Ambos factores demuestran que Iglesias y asociados conocen perfectamente a su cliente objetivo: sólo queda descubrirse ante la pericia marketiniana de los gestores Garibaldi.
En fin, Woody y Pablo, dos hombres unidos por un mismo destino: la obsesión por llamar la atención de las mujeres. Me acuerdo ahora de un glorioso momento Seinfeld, en el que Jerry hablaba de la tremenda confusión que tenemos los hombres acerca de qué demonios hacer para que las chicas se fijen en nosotros. Y cómo, desesperados por un poco de caso, construimos puentes, escalamos montañas y exploramos territorios remotos y peligrosos.
Woody dejó un puñado de obras maestras y decenas de películas buenas, casi ninguna mala. Pablo, por su parte, nos ha legado un clima de memes cutres y otras naderías políticas superficiales. Aunque, hay que reconocerlo, por el camino se ha construido un personaje muy refrescante.
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1 He dudado si decirlo, pero lo digo. La escena me parece exactamente la misma de aquella contenida en esa joya documental llamada “La Ruta del Bakalao”. Se trata de cuando Vicente, el empresario nocturno que monta una carpa, habla con unos chavales antes de la apertura de la discoteca. “¡A las 7 de la mañana! ¡A saco!”