Yo también te he puesto los cuernos

Observo cómo incluso en parejas asentadísimas la verdadera anomalía es la fidelidad.

Dice la protagonista de Cien Noches (Luisgé Martín, Anagrama, 2020) que el amor erótico en una pareja dura cien coitos. Cien noches. “A partir de eso, todo es previsible y ordinario. No desaparece el deseo, pero sí la perturbación. No desaparece el placer, pero sí el asombro”, reconoce. 

Bueno y si tiene razón qué pasaría. Quizá ocurra por eso. Lo teníamos delante de las narices y ni nos habíamos enterado. Yo no sé en qué momento de la adultez sucede. Si es al acercarse a los treinta o nada más cumplirlos, o si simplemente ha estado siempre ahí pero mis tenues luces no han sido capaces de saber percibirlo antes. Lo cierto es que, basándome en experiencias cercanas y escuchando leyendas urbanas próximas, observo cómo incluso en parejas asentadísimas la verdadera anomalía es la fidelidad. “Las personas monógamas, como las personas sedentarias o las personas ignorantes, mueren sin conocer la verdad del mundo”, se puede leer en el libro de Martín.

Ya sé que no podemos cometer el error de vincular monogamia con fidelidad y que cada noviazgo es un mundo, con sus códigos y sus idiomas internos, únicos e intransferibles. Por ello me emplearé la acepción tradicional y genérica del concepto. Este texto contempla la infidelidad desde el momento en el que un miembro de una relación tiene más de una pareja sexual. También está lo de la columna de Jabois, que qué más dará que no haya sexo de por medio si hay sentimiento, que eso, a ojos de cualquiera, ya son cuernos. Pero yo voy al acto físico, no a la intención, que desde luego nadie se libra de ella y ahí no hay pecado alguno. Se puede pedir perdón por lo que uno hace o dice, pero nunca por lo que siente. En fin, como el lector de sustrato es adulto no será necesario insistir en dirimir qué es fidelidad y qué no.

Tampoco es intención de este texto ahondar en las diferentes motivaciones que hay detrás de unos cuernos, ni en si está bien o está mal, ni en cómo queda el futuro de la pareja en cuestión, ni en si la infidelidad debe ser comunicada o no. Flaubert decía que toda mujer debería poner los cuernos a su marido al menos una vez en la vida. Lo decía así, con esa expresión. No ser infiel o tener un amante. No. Poner los cuernos.

Lo que me interesa de este tema es lo relativo al concepto de responsabilidad. Tendemos a pensar que el único responsable dentro de un affaire es el que lo comete, incluso, buscando más culpables, la pareja de éste, por no saber mantener viva la llama o lo que sea que les mantenía unidos, justo en ese momento en el que uno de los dos deja de ver al otro como el único con el que no necesita mostrarse ni valiente ni reservado.

A mí lo que verdaderamente me llama la atención es como se exime de toda responsabilidad al amante, aquel que, a pesar de conocer la condición del emparejado, decide seguir adelante con todas sus consecuencias, sopesadísimo ya el cargamento de ventajas e inconvenientes que ello conlleva.

Y ello me lleva a plantearme una cuestión. ¿No pone un poquito los cuernos también la figura del amante? Joder, yo creo que, en tanto que ahí hay una intención, también tiene que haber una responsabilidad, un remordimiento, un sentimiento de culpa compartida. Quizá esta pulsión inquisitorial que nace en mis entrañas lo hace con intención de justificar cómo me he sentido en las ocasiones en las que me he acostado con alguien en esta situación. Porque nunca he sido capaz de desprenderme de la idea de que la infidelidad era un poquito cosa de dos. De que en el fondo yo también le estaba poniendo los cuernos a ese chaval.

¿Soy yo culpable?, es más, ¿soy egoísta por sentirme culpable? ¿Y si fuese una relación abierta y no me lo hubiera dicho? ¿No hay mucha vanidad en el hecho de creerse determinante en el futuro de una relación ajena? ¿Cómo se puede ser tan poco humano para participar de una infidelidad y pensar eso tan frío de esto no es mi problema? ¿Y no será que los cuernos que yo mismo estoy construyendo no son causa sino consecuencia y, por tanto, mi responsabilidad es inexistente? ¿No es el propio acto de taladrarse la conciencia con esta clase de preguntas un rasgo propio de personalidades narcisistas insoportables? 

Me pierdo en un laberinto mental sin salida y no llego a ninguna conclusión. Bueno, a una sí. Vivir sin amar debe ser aburridísimo. Aunque sea mera ilusión.

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Yo también te he puesto los cuernos

Observo cómo incluso en parejas asentadísimas la verdadera anomalía es la fidelidad.

Dice la protagonista de Cien Noches (Luisgé Martín, Anagrama, 2020) que el amor erótico en una pareja dura cien coitos. Cien noches. “A partir de eso, todo es previsible y ordinario. No desaparece el deseo, pero sí la perturbación. No desaparece el placer, pero sí el asombro”, reconoce. 

Bueno y si tiene razón qué pasaría. Quizá ocurra por eso. Lo teníamos delante de las narices y ni nos habíamos enterado. Yo no sé en qué momento de la adultez sucede. Si es al acercarse a los treinta o nada más cumplirlos, o si simplemente ha estado siempre ahí pero mis tenues luces no han sido capaces de saber percibirlo antes. Lo cierto es que, basándome en experiencias cercanas y escuchando leyendas urbanas próximas, observo cómo incluso en parejas asentadísimas la verdadera anomalía es la fidelidad. “Las personas monógamas, como las personas sedentarias o las personas ignorantes, mueren sin conocer la verdad del mundo”, se puede leer en el libro de Martín.

Ya sé que no podemos cometer el error de vincular monogamia con fidelidad y que cada noviazgo es un mundo, con sus códigos y sus idiomas internos, únicos e intransferibles. Por ello me emplearé la acepción tradicional y genérica del concepto. Este texto contempla la infidelidad desde el momento en el que un miembro de una relación tiene más de una pareja sexual. También está lo de la columna de Jabois, que qué más dará que no haya sexo de por medio si hay sentimiento, que eso, a ojos de cualquiera, ya son cuernos. Pero yo voy al acto físico, no a la intención, que desde luego nadie se libra de ella y ahí no hay pecado alguno. Se puede pedir perdón por lo que uno hace o dice, pero nunca por lo que siente. En fin, como el lector de sustrato es adulto no será necesario insistir en dirimir qué es fidelidad y qué no.

Tampoco es intención de este texto ahondar en las diferentes motivaciones que hay detrás de unos cuernos, ni en si está bien o está mal, ni en cómo queda el futuro de la pareja en cuestión, ni en si la infidelidad debe ser comunicada o no. Flaubert decía que toda mujer debería poner los cuernos a su marido al menos una vez en la vida. Lo decía así, con esa expresión. No ser infiel o tener un amante. No. Poner los cuernos.

Lo que me interesa de este tema es lo relativo al concepto de responsabilidad. Tendemos a pensar que el único responsable dentro de un affaire es el que lo comete, incluso, buscando más culpables, la pareja de éste, por no saber mantener viva la llama o lo que sea que les mantenía unidos, justo en ese momento en el que uno de los dos deja de ver al otro como el único con el que no necesita mostrarse ni valiente ni reservado.

A mí lo que verdaderamente me llama la atención es como se exime de toda responsabilidad al amante, aquel que, a pesar de conocer la condición del emparejado, decide seguir adelante con todas sus consecuencias, sopesadísimo ya el cargamento de ventajas e inconvenientes que ello conlleva.

Y ello me lleva a plantearme una cuestión. ¿No pone un poquito los cuernos también la figura del amante? Joder, yo creo que, en tanto que ahí hay una intención, también tiene que haber una responsabilidad, un remordimiento, un sentimiento de culpa compartida. Quizá esta pulsión inquisitorial que nace en mis entrañas lo hace con intención de justificar cómo me he sentido en las ocasiones en las que me he acostado con alguien en esta situación. Porque nunca he sido capaz de desprenderme de la idea de que la infidelidad era un poquito cosa de dos. De que en el fondo yo también le estaba poniendo los cuernos a ese chaval.

¿Soy yo culpable?, es más, ¿soy egoísta por sentirme culpable? ¿Y si fuese una relación abierta y no me lo hubiera dicho? ¿No hay mucha vanidad en el hecho de creerse determinante en el futuro de una relación ajena? ¿Cómo se puede ser tan poco humano para participar de una infidelidad y pensar eso tan frío de esto no es mi problema? ¿Y no será que los cuernos que yo mismo estoy construyendo no son causa sino consecuencia y, por tanto, mi responsabilidad es inexistente? ¿No es el propio acto de taladrarse la conciencia con esta clase de preguntas un rasgo propio de personalidades narcisistas insoportables? 

Me pierdo en un laberinto mental sin salida y no llego a ninguna conclusión. Bueno, a una sí. Vivir sin amar debe ser aburridísimo. Aunque sea mera ilusión.

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