«La cuestión no es lo que se mira, sino lo que se ve». — Henry David Thoreau
A veces hay frases que pasamos por alto. Esta llegó hace mucho tiempo a mi lista de citas que colecciono ordinaria y rutinariamente, casi de forma ceremonial. Celebro las frases a diario. Las que me llaman la atención y las que me atraviesan.
De vez en cuando reviso el listado para volver a ellas, y en alguna ocasión, estas toman otra dimensión. A veces ocupan menos espacio y otras gritan fuerte, vistiéndose de neón.
Volviendo a Thoreau: he mirado montañas y he visto metas. He mirado infinitas ristras de olas aterrizando en la arena de mis calas favoritas, mientras realmente lo que veía era el paso del tiempo. He mirado a los ojos y me he sentido muy acompañada, casi fusionada. Otras veces, me he sentido más sola que nunca. Cada mañana, miro la luz del sol entrando por la misma ventana y en ella veo un presente mutando e incierto.
Nunca he dejado de mirar. De hecho, tal vez incluso demasiado. Por no querer dejar de aprender, entender, fascinarme y sorprenderme.
Detrás —o delante— de cada mirada, busco conectar con lo que tengo enfrente. Esperando que se revelen aspectos de mí misma que me hagan conectar, ser consciente y comprendida. Me basta con comprenderme a mí misma.
En muchas ocasiones, mirar te lleva a sentir el sufrimiento causado por nuestro deseo de regresar. Te conecta directamente con aquello a lo que llamamos nostalgia.
Pero entonces recuerdo a Wisława Szymborska diciendo que “Nada sucede dos veces”. Y pienso que tratamos de volver a emociones, sensaciones y lugares que nos acerquen a personas y momentos. Estar rozando mentalmente algo que físicamente es imposible de repetir. Y es maravilloso que todo sea nuevo, que tratemos de construir en base a aquello que fuimos. Que revisemos aquello en lo que no acertamos o que transmutemos en un ejercicio de aceptación y mejora. Mirar al pasado o al futuro, viendo y conectando con lo que somos aquí, hoy.
Al final, buscamos estar en casa, ese espacio que habitamos conscientemente, que nos cobija y nos salva del entorno y de nosotras mismas. Estar presentes es justamente eso: vivir conscientemente. Mirando para ver. Viendo sin la necesidad de mirar.
Y sin querer, tropiezo con una obra escrita a mano por Laia Arguelles, donde se lee: “Estar presentes es la distancia disolviéndose”. Y de nuevo, me veo.