No pienso en ti a menudo. Aunque puede que eso ya lo sepas porque los de allí arriba sabéis todo de nosotros. Pero cuando lo hago, que es al sentarme en la silla de tu despacho y quedarme mirando a tu biblioteca, me enfado. Todavía no he averiguado muy bien con quién. Supongo que con Dios, que es el que decidió que tenías que ocupar tu sitio en el cielo. No suele durarme mucho el cabreo, en eso he salido a mi padre. Cinco minutos de rabia que arrasan con todo lo que tienen delante para después hacer como si nada hubiera pasado. Por suerte, cada vez me sucede menos. Los daños, aunque fueran colaterales y nunca me hayan importado, no estaban justificados. Se trata de evolucionar, o eso dicen los que llaman a su profesión entrenador en inglés para darle importancia a un trabajo que sólo sirve para sacarle dinero a la gente. Porque lo que necesitamos no es un coach. Lo que necesitamos es silencio y tener la valentía de mirarnos al espejo. Mirarnos hasta que conseguimos ver dentro de nuestras pupilas y saludamos a nuestros miedos.
Hace unas horas que he vuelto a enfadarme, espero que Dios no se lo tome muy a pecho. Aunque esta vez no ha sido en tu despacho. Estaba pensando qué libro podía pedir por Reyes y, mirando en las estanterías, encontré Diario de un Jubilado. No me acordaba de haberlo tomado prestado de tu biblioteca. Lo último que saqué de ella había sido Señora de Rojo sobre fondo gris. Y fue entonces cuando me alegré de que a los dos nos gustara tanto Delibes mientras empezaba a maldecir todo el tiempo que no pasamos juntos, porque en aquel momento era un niño que se pasaba las horas rodeado de perros en lugar de libros. Cada uno hacíamos lo que teníamos que hacer. Tú, como abuelo, morirte. Yo, como nieto, vivir.
Pienso en la cantidad de columnas que hubiéramos recortado juntos del periódico, sé que lo hacías y las usabas como marcapáginas porque las he encontrado dentro de tus libros. En la cantidad de recomendaciones que me hubieras hecho y las charlas que hubiéramos tenido. Me consuelo leyendo tus libros, tus recortes y pensando que de alguna manera nuestro vínculo sigue intacto porque una parte de ti descansa dentro de obras como las de Delibes. Tus horas de lectura y recortes, sin quererlo ni pensarlo, porque como bien sabes siempre he sido un poco rebelde, ahora son las mías. Puede que la única forma de quererte sea a través de tus libros y que solamente sepa expresarlo cuando me enfado con el de arriba. Hace mucho tiempo que te has ido, pero para mí estás más vivo que nunca. Nos vemos en los libros, que son el único lugar donde las historias no caducan.