Bodas y tópicos

Llevaba más de diez años sin visitar Bilbao, y la vida lo ha remediado plantándome dos bodas allí en cuestión de un mes. No me quejo. Me gustan la ciudad y las bodas. Además, cualquier plan que implique temperaturas soportables siempre se agradece. Córdoba es una ciudad maravillosa, pero en verano discutimos bastante.

El aeropuerto de Bilbao no se parece mucho a un aeropuerto: es cómodo, poco invasivo. Me contaron que a veces, debido a los fuertes vientos, los pilotos tiene problemas para aterrizar. Afortunadamente, el avión se posó sobre el asfalto como un pajarillo. Todo salió bien. Hasta el taxista puso buena música. Bob Dylan, Pink Floyd, Dire Straits: un hombre de unos sesenta años con buenas intenciones.

Nos alojamos en el hotel Puente Colgante, en Portugalete, que lo mandó construir Manuel Calvo y Aguirre después de hacer fortuna en La Habana (a veces me entretengo con los papeles que hay sobre los escritorios de las habitaciones de los hoteles). No era el único edificio de estilo colonial de la zona. Había unos cuantos alineados a lo largo de la ría. Y lo agradecimos. Alegraban un poco el paseo, que es fundamentalmente de acero y niebla.

La boda se celebraba en Güeñes, un municipio que estaba a una media hora en autobús. Ya es normal tener que coger un autobús para ir a las boda. Ya son normales demasiadas cosas en el ámbito nupcial, qué le vamos a hacer. Esta vez, la ceremonia era civil, así que algunos invitados tenían tareas. Lo bueno de casarse por la iglesia es que no hay que ser creativo, no hay que llenar ningún vacío; un templo y un cura se encargan de dotar de contexto y solemnidad a lo que acontece. Esta vez, una amiga de la novia se encargó de oficiar la ceremonia. No la conocía ni la conocí, pero supe que era guionista. He conocido a dos guionistas en mi vida y a los dos les preocupaba no dejar constancia de su profesión. No sé si es una cosa del gremio o de ellos en concreto. En cualquier caso, tuvo mérito lo que hizo. Agradezco no haber tenido que echarme nunca a las espaldas una gala nupcial. Vertebró el guión con referencias al cine, desde Casablanca hasta Notting Hill, y terminó con la comedia española; se casaban una vasca y un andaluz, así que era inevitable. Aclaró que no iba a caer en los tópicos más facilones, y después lo hizo. Los lugares comunes no están mal, facilitan la vida entre desconocidos; además, ser sublime sin interrupción es una falta de decoro tremenda. En definitiva, hizo bien su trabajo. Le dedicó tiempo y acertó. A veces las personas son encantadoras.

También intervinieron amigos y familiares de los novios. Recordaban anécdotas, se emocionaban y le deseaban lo mejor a los novios. Otra diferencia con respecto a las bodas católicas: se cae en lo lacrimógeno. Aun así, destacó la oratoria al estilo humorista. Hablaron vascos, madrileños y andaluces, y el único que no intentó ser gracioso y fue breve y directo fue un sevillano, el hermano del novio. Me acordé de una boda gallega a la que fui hace años. A la gente le gusta mucho ser graciosa. Veo los estereotipos cada vez más alejados de la realidad. Pero están bien. No viene mal salpimentar un poco la manifiesta uniformidad imperante.

Oficialmente casados, continuó la boda. Cóctel, comida con algo fresco de primero y carne de segundo, y barra libre: lo de siempre, una zona de confort que encuentro muy agradable, sobre todo si la compañía es buena, que suele serlo. En general, sin profundizar, las personas no están mal, y en ese tipo de fiestas se tiende a la broma, a ponerlo fácil. Negar esto es de poetas malos. En mi caso, hablé mucho y reí mucho con mis hermanas, así que estaba pletórico. Además, no llovió hasta el momento en que ya no importaba que lloviese, durante el baile. De fondo, al otro lado de la carpa, las gotas caían sobre la piscina.

Por la mañana no tenía demasiada resaca. Me organicé muy bien en la boda, alternando agua y alcohol, así que pude disfrutar del desayuno: café con leche y pincho de tortilla. La tortilla estaba buenísima, tierna sin ambición betanciana. Lo único que chirriaba en la cafetería, al igual que en la otra a la que fuimos la mañana anterior, era que sonaban canciones de Serrat. No sé si tienen especial predilección por él en Portugalete. El caso es que hubiese preferido otra música para empezar el día, algo más ligerito. Pero tampoco voy a quejarme. El punto de melancolía es inherente a la resaca, no te lo quita ni un son cubano.

A partir de cierta edad (suspiro), siempre pasa lo mismo: en un parpadeo, todo se ha terminado. Sin darnos cuenta ya estábamos en el aeropuerto de Bilbao, tan acogedor, tan poco aeropuerto. Y antes de comer ya estábamos en casa. Al día todavía le quedaba una final de Roland Garros y unas elecciones europeas. Y al mes todavía le queda otra visita a Bilbao.

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