Cuántica relacional para pringados

Pero a veces algo me salva.

Las relaciones humanas son complicadas1. Especialmente si eres una persona introvertida. Muy especialmente si además eres una persona meta-compulsiva en lo que al baile social respecta y tienes tus metafóricos tobillos atados entre sí. El ciclo conoces a alguien charla cordial y os caéis bien te invita a jugar juegos de mesa le preguntas cuál es su mayor miedo te pregunta si en el hipotetiquísimo caso de necesitar tu ayuda para esconder un cadáver estarías dispuesto os tatuáis las iniciales del otro no volvéis a hablar; es un complejo proceso que, ante todo, requiere tiempo.

Este tiempo es causa de agobios, titubeos y balbuceos para un cojo introvertido con tres letras negras en nalga derecha. Cuando conozco a alguien me pongo a pensar sobre cómo me estoy relacionando, mis expectativas, la imagen que doy y cuánto creo estar alejándola involuntariamente de la persona que realmente/pienso que soy. Freud no vio venir la pulsión de la Torpeza2. Y esta torpeza no es sólo en clave romántica. Hay personas que me han visto empezar la misma frase seis veces porque estaba pensando en si aún recordaba sus nombres o si mi lenguaje corporal era demasiado frío. Me mata ese tiempo, los pequeños pasos de incomodidad.

Pero a veces algo me salva. Nieva en verano, topas con alguien e inmediatamente sabes que podrías hablarle de cualquier cosa, que se reirá de los chistes que te da vergüenza soltar en otros entornos, que llevarías una pala en el maletero por ella o que dejarías que arruinase tu vida. Alguien que matchea tu freak3. El tiempo colapsa, no hay baile. Los carentes de autocontrol nos fumamos este cigarrillo de deseo como una aspiradora Dyson.

How Fleabag Reimagines Fourth Wall Breaks | Film Studies Certificate Program

El objeto de este texto es la gente que vive precisamente para este desenfreno relacional. Se conocen en la Teoría del Desquicie4 como partículas tipo D. Destructoras-Destruidas. Ambivalentes. Se trata de seres pirofóricos, deseosos de combustionar. Buscan chocar con extrema violencia contra otros tipos D en aras de salir de su letargo. O del simple aburrimiento. Crear o destruir, da lo mismo. Son un ciervo clavado en mitad de la carretera mirando impertérrito al coche que se acerca. O tú o yo, verdaderamente da lo mismo. Es por ello que tienden a dejar un rastro de cadáveres - emocionales. 

Las personas-partícula tipo D sufren intensamente. Abrazan su dolor, montan una hoguera con los palos que les da la vida y se cobijan en ella. Se acurrucan junto al fuego por las noches. Una compañía que, aunque a veces queme, es mejor que el frío. No abandona. Van echando al montón todo el dolor que encuentran, puñaladitas vitales, no sea cosa que se apague. Y claro, siempre necesitan más. Se quedan atrapadas mirando fijamente las llamas hasta que les duele la vista. Así es como se identifican. Sus ojos delatan esa pena, que su boca esconde hablando en direcciones contrarias. 

Es conocido entre mis amigos que siempre que salgo llevo mechero. No fumo. Admitiré que es una excusa barata para ligar, mi paso de baile. Pero también es un recordatorio de que no necesito fuego. Ciertas personas sienten – sentimos – predisposición por las tipo Destrucción: los Pringados. A veces nos pasa. Al conocernos, nos medimos con la mirada y aquella-rota y hechizante- se clava en la nuestra, haciendo de nuestros ojos sus esclavos. No marchará. Allá dónde miremos aparecerá de fondo como un garabato en la retina. Un entrelazamiento perpetuo. ¿Fumas?

Les pido fuego. Tienen de sobra. Es inevitable, pero me culpo. La atracción se debe a que permite atajar aquel tiempo de incomodidad. Sabemos dónde nos metemos desde un principio: en mitad de la calzada. Enciendo el cigarro y echamos el humo a la vez, a punta de mirada. El silencio siempre nos dice que pensamos lo mismo, conocemos este juego. Prisa por vivir. Prisa por morir. Una entrega desmedida que esquiva lo incómodo refugiándose en otro tipo de tensión. Destrucción mutua asegurada. El instinto de autoconservación salta por la ventanilla mientras pongo quinta con los ojos cerrados.

Lo intento. Vivir la vida suave, aunque sea más aburrida. Es lo mejor. Lo sé. No es fácil, las paredes de lo racional me van sofocando. La naturaleza de pringado no me dejará escapar. Lo noto. Aguanto la sartén por el mango, pero empieza a quemar. Pasa el tiempo que no quiero que pase y me pesa el tiempo que no quiero que me pese. Quiero portarme bien. Quiero ser bueno. Poco a poco. Sin prisa. Despacio. Lento. Lento. Me digo de abrazar el proceso, dejar que vaya pasando la incomodidad. No puedo ser el único que se sienta así. ¿Por qué nadie dice nada? El oleaje de lo cotidiano me saca de la serenidad y tonteo con estos comportamientos destructivos. Es tentador. Me seduce. Lo escucho. A veces el abismo me llama, me pone ojitos y ahí estoy: con un side-eye y sudores fríos. Preguntando en el Leroy Merlín si venden palas. Haciendo equilibrios en el equilibrio.

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 1 R. López et al. “Unos años de mi vida”. 2014-2024.

 2 S. Freud. “Más allá del principio del placer”. 1920

 3 Tinashe. “Nasty”. 2024

4 R. López. “Teoría del Desquicie”. Pendiente de publicar pero narrada por fascículos en decenas de bares.

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Pero a veces algo me salva.

Las relaciones humanas son complicadas1. Especialmente si eres una persona introvertida. Muy especialmente si además eres una persona meta-compulsiva en lo que al baile social respecta y tienes tus metafóricos tobillos atados entre sí. El ciclo conoces a alguien charla cordial y os caéis bien te invita a jugar juegos de mesa le preguntas cuál es su mayor miedo te pregunta si en el hipotetiquísimo caso de necesitar tu ayuda para esconder un cadáver estarías dispuesto os tatuáis las iniciales del otro no volvéis a hablar; es un complejo proceso que, ante todo, requiere tiempo.

Este tiempo es causa de agobios, titubeos y balbuceos para un cojo introvertido con tres letras negras en nalga derecha. Cuando conozco a alguien me pongo a pensar sobre cómo me estoy relacionando, mis expectativas, la imagen que doy y cuánto creo estar alejándola involuntariamente de la persona que realmente/pienso que soy. Freud no vio venir la pulsión de la Torpeza2. Y esta torpeza no es sólo en clave romántica. Hay personas que me han visto empezar la misma frase seis veces porque estaba pensando en si aún recordaba sus nombres o si mi lenguaje corporal era demasiado frío. Me mata ese tiempo, los pequeños pasos de incomodidad.

Pero a veces algo me salva. Nieva en verano, topas con alguien e inmediatamente sabes que podrías hablarle de cualquier cosa, que se reirá de los chistes que te da vergüenza soltar en otros entornos, que llevarías una pala en el maletero por ella o que dejarías que arruinase tu vida. Alguien que matchea tu freak3. El tiempo colapsa, no hay baile. Los carentes de autocontrol nos fumamos este cigarrillo de deseo como una aspiradora Dyson.

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El objeto de este texto es la gente que vive precisamente para este desenfreno relacional. Se conocen en la Teoría del Desquicie4 como partículas tipo D. Destructoras-Destruidas. Ambivalentes. Se trata de seres pirofóricos, deseosos de combustionar. Buscan chocar con extrema violencia contra otros tipos D en aras de salir de su letargo. O del simple aburrimiento. Crear o destruir, da lo mismo. Son un ciervo clavado en mitad de la carretera mirando impertérrito al coche que se acerca. O tú o yo, verdaderamente da lo mismo. Es por ello que tienden a dejar un rastro de cadáveres - emocionales. 

Las personas-partícula tipo D sufren intensamente. Abrazan su dolor, montan una hoguera con los palos que les da la vida y se cobijan en ella. Se acurrucan junto al fuego por las noches. Una compañía que, aunque a veces queme, es mejor que el frío. No abandona. Van echando al montón todo el dolor que encuentran, puñaladitas vitales, no sea cosa que se apague. Y claro, siempre necesitan más. Se quedan atrapadas mirando fijamente las llamas hasta que les duele la vista. Así es como se identifican. Sus ojos delatan esa pena, que su boca esconde hablando en direcciones contrarias. 

Es conocido entre mis amigos que siempre que salgo llevo mechero. No fumo. Admitiré que es una excusa barata para ligar, mi paso de baile. Pero también es un recordatorio de que no necesito fuego. Ciertas personas sienten – sentimos – predisposición por las tipo Destrucción: los Pringados. A veces nos pasa. Al conocernos, nos medimos con la mirada y aquella-rota y hechizante- se clava en la nuestra, haciendo de nuestros ojos sus esclavos. No marchará. Allá dónde miremos aparecerá de fondo como un garabato en la retina. Un entrelazamiento perpetuo. ¿Fumas?

Les pido fuego. Tienen de sobra. Es inevitable, pero me culpo. La atracción se debe a que permite atajar aquel tiempo de incomodidad. Sabemos dónde nos metemos desde un principio: en mitad de la calzada. Enciendo el cigarro y echamos el humo a la vez, a punta de mirada. El silencio siempre nos dice que pensamos lo mismo, conocemos este juego. Prisa por vivir. Prisa por morir. Una entrega desmedida que esquiva lo incómodo refugiándose en otro tipo de tensión. Destrucción mutua asegurada. El instinto de autoconservación salta por la ventanilla mientras pongo quinta con los ojos cerrados.

Lo intento. Vivir la vida suave, aunque sea más aburrida. Es lo mejor. Lo sé. No es fácil, las paredes de lo racional me van sofocando. La naturaleza de pringado no me dejará escapar. Lo noto. Aguanto la sartén por el mango, pero empieza a quemar. Pasa el tiempo que no quiero que pase y me pesa el tiempo que no quiero que me pese. Quiero portarme bien. Quiero ser bueno. Poco a poco. Sin prisa. Despacio. Lento. Lento. Me digo de abrazar el proceso, dejar que vaya pasando la incomodidad. No puedo ser el único que se sienta así. ¿Por qué nadie dice nada? El oleaje de lo cotidiano me saca de la serenidad y tonteo con estos comportamientos destructivos. Es tentador. Me seduce. Lo escucho. A veces el abismo me llama, me pone ojitos y ahí estoy: con un side-eye y sudores fríos. Preguntando en el Leroy Merlín si venden palas. Haciendo equilibrios en el equilibrio.

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 1 R. López et al. “Unos años de mi vida”. 2014-2024.

 2 S. Freud. “Más allá del principio del placer”. 1920

 3 Tinashe. “Nasty”. 2024

4 R. López. “Teoría del Desquicie”. Pendiente de publicar pero narrada por fascículos en decenas de bares.

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