Consiguieron dos buenos trabajos y ahora tienen una buena casa. Cada uno estudió una ingeniería diferente, y los ingenieros suelen estar bien remunerados. Ganan más dinero, normalmente, que los escritores o los psicólogos, por ejemplo. No es que sean más o menos importantes, sino que suelen ganar más dinero, nada más. No es algo por lo que vaya a manifestarme. El otro día publiqué una fotografía de la fachada de su casa, en la que también se ve un trozo de césped y un trozo de piscina. Recibí muchos comentarios, sobre todo de gente que nunca me había comentado nada antes. Se ve que la arquitectura resulta cautivadora. En este caso eran formas geométricas simples a gran escala. Reconozco su atractivo.
Quizá un día tenga una casa con piscina y jardín, quién sabe. Aunque yo no soy ingeniero, y me encanta tener tiempo libre (no trabajar) y vivir en el centro. Me gusta ir andando de un sitio a otro y entretenerme por el camino. Aun así, no voy a mentir, no estaría mal tener una casa grande con piscina y gimnasio. Así podría salir de casa vestido siempre de calle. Y conseguiría que se dijese de mí que jamás se me vio vestido de deporte. Cada uno tiene sus sueños. Ese es uno de los míos. Mantendría el misterio, y a mí me gustan el misterio y la intimidad, aunque ya no se lleven tanto. Sería estupendo, sí. Pero, como digo, no elegí estudiar una ingeniería. Son carreras difíciles, y cuando me tocaba elegir una no me apetecía hacer cosas difíciles.
El otro día, en la casa que fotografié, leí una novela que me sorprendió. Los libros no suelen servir para comprar chalets, pero se puede pasar un rato estupendo con ellos. Con los pies en alto, como un vaquero descansando en un porche de madera, empecé a leer. La historia comenzaba con un duelo en el que no acertaba ninguno de los contrincantes, y el que terminaba muriendo lo hacía por un golpe de calor. La cosa es que uno había llamado marica al otro. Me reí al leer «No se ven muchos homosexuales por el oeste». El narrador avanzaba como quien no quiere la cosa, con inocencia aparente. El título de la novela me pareció sencillo y arriesgado: «Bello trozo redondo de mar».
A medio día empezaron a llegar los invitados: era la fiesta de inauguración de la casa. Nunca había ido a la inauguración de ninguna casa hasta el mes pasado, que fui a dos. En esta última hablé con bastantes desconocidos. El plan, a mi juicio, era demasiado atrevido, pero salió bien. Nos preguntamos por nuestras vidas sin profundizar. Unos presentaban a otros. «Ella trabaja conmigo, y las dos somos de Alicante». «Él es mi marido, y es de Toledo». «Tú no eres de aquí, ¿no? Por tu acento, ya sabes». Antes bromeaba con que era vasco o gallego, pero ya me aburre el chiste. Las cosas cambian. Antes tampoco decía que escribía, pero ya he dejado de esconderme. Es ridículo, sobre todo si vas a publicar un libro. Las preguntas que me hacen, de todas formas, no son incómodas, y suelen repetirse: si es un thriller o si es una novela autobiográfica. Son asuntos que me dan un poco igual. Creo que hasta ahora no he dado la misma respuesta. Aun así, por mi trabajo me preguntan más. Fui ambicioso: quería uno que no me estorbara mucho, y ha cumplido las expectativas. Lo que no esperaba era que terminara interesándome. Puede uno toparse con una sorpresa en cualquier esquina. Igual un día me mudo a una casa grande con piscina y gimnasio.