El cuerpo de las mujeres, el cuerpo de las mujeres y el cuerpo de las mujeres

El chico que se sentaba en el pupitre de atrás me tocó la espalda y me preguntó:

— ¿Viste lo del papelito?

— ¿Qué?

— Hemos hecho una lista con las chicas de la clase y estamos puntuando culo, tetas y  personalidad —soltó.

En 2009 nadie me había enseñado que aquello era una salvajada. Acaba de entrar en la ESO, y ese ranking me hacía sentir incómoda, pero no sabía el motivo. No recuerdo ninguna charla acerca de por qué no está bien opinar sobre el cuerpo de los demás. De las demás. Me pareció que aquel juego estaba a la altura de los penes y las esvásticas que pintaban mis compañeros en las agendas. Solo una provocación. Lo prohibido. Algo muy ajeno a mí. Mi profesor confiscó el folio y jamás supe qué nota me habían puesto.

Entonces me salvó que no cayera sobre mí el peso de la opinión de los demás —para bien o mal—. Esa anécdota la revivo cada vez que comentan sobre los cuerpos de otras mujeres, cuando las extirpan de toda humanidad. Siento que también me lo hacen a mí. Lo tremendo es que exista en internet un espacio tan abiertamente violento para nosotras, donde hombres anónimos opinan, punzantes y crueles. Me quedo boquiabierta con el debate que despierta Roro, la chica que se ha hecho viral por hacerle comidas a su novio, cuando leo los comentarios en los que desgranan su físico. Perfiles con nombres falsos hablan del término “hembra”, que debe significar algo muy diferente a lo que yo siento que soy. Suben imágenes de su culo en el gimnasio, de ella en bikini, de su escote… Me da igual todo el dinero que gane esta chica con la fama manoseada, es un horror tener 22 años y que desconocidos comenten con tanto atrevimiento sobre ti. 

La periodista Alma Guillermoprieto hablaba en su libro ¿Será que soy feminista? de la fotografía de Nacho López en la que una modelo de 17 años pasea por una calle del México de los años 50. En la instantánea, los hombres la devoran con los ojos. Sobre ella, escribe lo siguiente: «Cuando salía a la calle ¿se sentiría acosada? ¿O más bien se sentiría feliz de ser tan admirada? Y ¿en qué punto se abre el abismo entre la admiración y el acoso? ¿Estoy segura de las respuestas? No. Estoy segura de las preguntas». 

Pero lo que más me impactó fueron estas líneas: «Y yo también, claro, busco el estuche de maquillaje para verme “mejor”. No sé si en el estuche también se esconde la voz de los hombres que a estas alturas todavía dicen que las mujeres que no se maquillan ni se pintan el pelo son feas, o desaseadas, y que seguramente no tienen quién se las coja. (¿O no han escuchado alguna vez esa seductora frase?). Creo que lo dicen no porque una mujer con nalgas postizas se vea más apetitosa que una mujer sin plastiaumentos, sino porque tienen miedo a que nos libremos de su mirada». Lo tengo subrayado en mi libro. Recuerdo que lo leí en el metro y me quedé mustia, más encorvada en mi asiento. Lo describe, de otra manera, Sigrid Nunez: «(...) si eres guapa, si eres una chica o una mujer guapa, te acostumbras a cierto nivel de atención. Te acostumbras a la admiración, no solo de gente que conoces sino de desconocidos, de casi todo el mundo. Te acostumbras a los piropos, te acostumbras a que la gente quiera tenerte cerca, te ofrezca cosas y haga cosas por ti. Te acostumbras a suscitar amor». 

Tengo esperanzas de que vivimos menos presionadas, pero cuando miro cuentas inspiradoras y estéticas como @mulesagain en Twitter, o la marca @Rouje en Instagram, me doy cuenta de que no caben en esas fotos mujeres con más talla que la 36. Normalmente la 34. Mi terror acecha, porque la mujer atractiva es también desgarbada, de clavícula prominente, mandíbula afilada y rizos detrás del lóbulo. ¿Dónde está mi cuerpo y el de mis amigas? No lo encuentro en esos rasgos. La periodista de moda Eugenia López-Fonta comentó en este TikTok el debate de si Victoria Beckam es un icono o solo está delgada. Palabra por palabra dice: «La gente que no está delgada también puede ser elegante, no tiene nada que ver». Deja la frase ahí, se le olvida dar algún ejemplo. «Pero si nos ponemos a pensar, sí que puede ayudar en la caída, la fluidez o el patrón de diseño… Que quedan mejor a gente más delgada», continúa. En el comentario con más me gusta está escrito: «Ser elegante es un término que tiene demasiados matices, pero estar delgado definitivo si es una de ellas!!». 63 personas están de acuerdo con Be Boho, un usuario que tiene de foto de perfil ojo dibujado con pestañas largas.

Como dice C. Tangana en Nunca estoy: «Vamos a repetir esta conversación 35 veces. 35 veces vamos a hablar de la misma mierda». Me parece un aburrimiento volver a abordar este tema, pero supongo que a eso tendré que dedicarme hasta que los feos dejen de ser insensatos y los guapos dejen de ser malos. No me puedo pasar media vida preocupada porque mi cuerpo esté a la altura de lo que yo quiero de él. De verdad que no puedo decir nada nuevo, ya todos sabemos que no debemos comentar sobre el físico de los otros. Me cansa soberanamente tener que volver a decirlo, pensarlo, defenderlo. Esos juicios externos provocan años restringiendo, castigando, controlando. Si todas mis amigas pudieran pensar más en sus aspiraciones que en su cuerpo. Si todos los hombres, atemorizados por ser menos, transformaran su verborrea en movimiento… ¿Pasearían más por la playa?

Una de las 30 preguntas antes de enamorarte que se plantea Leticia Sala en su newsletter Magical thinking es: «¿Cuál es tu imperio romano?». La duda surge a raíz de que se viralizara en internet que los hombres piensan al menos una vez al día en ese periodo de la civilización, y Sala leyó en un post un mensaje feroz: el imperio romano de las mujeres es su propio cuerpo**. Esa obsesión constante con verse los hoyuelos en las piernas, los surcos de la cara, las calvas de las cejas. Buscar algo que está mal. 

Estamos en un nuevo mundo, tan abierto a la exploración… Si tu abuela naciera hoy, tendría una vida díscola de caravana, pies descalzos y ensayos fallidos. Probemos algo diferente, dejemos espacio a lo inesperado. Entre ser bonita y hacer algo hermoso, hay que atrapar lo segundo. Por eso nos gusta Paolo Sorrentino (no Sorrentini, por dios). Una frase del director: «Tengo que elegir lo que de verdad vale la pena contar: el horror o el deseo. Y elijo el deseo».

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*La imagen del artículo pertenece al libro Girl Pictures, de la fotógrafa estadounidense Justine Kurland. “Yo soy la autora de las fotografías, pero pertenecen tanto a las chicas que aparecen en ellas como a las que ven las imágenes”, dijo en una entrevista de la revista Vanity Fair.

**La escritora reconoce que para ella ya no es así. Leticia Salas piensa constantemente en su hija, más que en cualquier otra cosa.

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