Mi huella digital no es una huella, es más bien el plano topográfico de un continente. Si miro mis contraseñas almacenadas en Google aparecen sitios web que ni siquiera recuerdo haber visitado jamás. Se podrían cartografiar mis más profundos anhelos, miedos y deseos saltando de dominio en dominio. Esto —unido a la mi neurosis basal— es lo que me llevó hace unos meses a tomar medidas drásticas y enviar a mi mejor amigo todas mis contraseñas en redes sociales y unas instrucciones muy claras: apúntalas en un papel, borra este mensaje, guarda el papel en un lugar seguro y únicamente a tu alcance, si un día desaparezco, muero, me meto en un lío legal, soy abducida por extraterrestres, me meto a una secta o tengo un brote psicótico irreversible descarga el archivo de mis redes sociales y bórralas para siempre.
Me pregunto si a Luigi Mangione le ocurrió lo contrario, si tras meses desaparecido sin ninguna explicación a sus amigos o familiares quería ser revelado. A los pocos minutos de ser encontrado por las autoridades en un McDonalds, tembloroso ante los policías y con todas las pruebas incriminatorias consigo, nos regalaba la coda que elevaba su crimen a la altura de aquellas ficciones que nos obligan a suspender la incredulidad. La publicación de su nombre dio pie a la disección milimétrica de su presencia online, en cuestión de horas pudimos leer su Twitter, ver sus fotos de Facebook, sus libros archivados en Goodreads, la gente a la que seguía, quienes eran sus amigos, sus familiares, e incluso alguien ha llegado a publicar su presunto perfil de Tinder. Vaya, lo único que podemos lamentar es que Elon Musk decidiese ocultar los likes en Twitter.
Matar está mal —a menos que lo hagas drenando al cliente económica y emocionalmente a través de un infierno burocrático que culmine con un email que rece “lamentablemente, ese procedimiento no lo cubre su seguro”—, quedan unos niños huérfanos, una familia rota, si te paras a pensarlo incluso alguien cercano a ti podría ser un vulnerable CEO. No deberíamos reírnos de un asesinato ni alegrarnos de que desaparezca una persona que se ha dedicado a sacar rédito de hacer la vida de los demás un poco peor. Sin embargo Mangione se descubrió como un héroe que a partir de ahora compartiría olimpo con otros aficionados a la ejecución DIY como el matemático Theodore Kaczinski.
La magia de estos días ha residido en que, en un mundo donde ya nothing ever happens aparece un hombre anónimo —y muy guapo, para qué vamos a engañarnos— a practicar el noble arte de tomarse la justicia por su mano, algo que conecta con la derecha, con una motivación anticorporativista, que ha interpelado a la empatía de la izquierda. Es en ese preciso instante de calma en el que uno siente un leve pinchazo, el temor natural a la verdad revelada. Todos habíamos sido tan felices.
Los perfiles en redes sociales de Luigi no aclaran su perfil ideológico, sus follows cubren el espectro comprendido entre Alexandria Ocasio-Cortez y Paul Skallas —personalidad de internet de tendencias conservadoras y adyacente a la alt right—. Se descubre que viene de un entorno adinerado y, como todo buen socialista champagne, también se ha leído el Manifiesto Unabomber. Sus tuits —en ocasiones cercanos a la manosfera y la sección más edgelord1 de la red, en otras de carácter socialista— son el reflejo de un political compass completamente quebrado, si es que alguna vez tuvo sentido una taxonomía tan reduccionista en un mundo cada vez más complejo. El asesinato del CEO de United Healthcare a manos de un individuo aparentemente desclasado nos acerca a la narrativa de una derecha aceleracionista que busca un colapso y poner nombre y cara a las élites actuales, incapaces de contener el progreso. Esta ejecución parece más la manifestación de la imposibilidad de una lucha de clases organizada que un cultural shift hacia la izquierda.
No sé si el examinar la vida de Luigi Mangione con precisión cirujana nos da derecho a escribir sus ficciones, pero es tentador. El encabezado de su perfil de Twitter muestra una radiografía, y ahí todo empieza a encajar: la de Luigi es una historia de dolor, y el dolor también es política. Brillante estudiante de la Ivy League, tuvo una lesión de espalda que le dejó, aparentemente, con un dolor crónico. El dolor crónico te desconecta por completo de tu cuerpo, se produce una desambiguación que se torna en desconfianza hacia tus propios procesos físicos. Pronto dejas de dormir, y cualquiera versado en el noble arte de dormir mal sabrá que crea un contexto que enmarca toda experiencia por buena que sea, nada se le escapa, te condena a una existencia penosa. Digamos que Luigi no consigue que su seguro le apruebe una laminectomía —o quizá tenía ya la edad en que tuvo que salir del seguro familiar—, pero sí que le acaba aprobando una operación de fusión vertebral, que no es mejor que la laminectomía, pero sí más cara. Digamos que la operación no va muy bien, que el dolor de Luigi es aún peor, su cuerpo cada vez se vuelve un ente más ajeno a él. Su realidad se va cercando, cada vez su vida es más limitada. No sabemos si entra en un océano de burocracia, si tiene apoyo económico de su familia o si tiene un seguro de salud, pero sabemos que lee tres libros sobre dolor de espalda y se interesa más sobre la relación entre cuerpo y somatización. Imaginemos que encuentra un nicho en internet, algo esquizo y tendente a ideologías de derechas, que trata temas de salud desde perspectivas más naturalistas aprovechando el abandono a la población por parte de las aseguradoras de salud. Luigi está inmerso en una cultura online que le grita “acelera”, accede a los nichos postrat que le abren las puertas al altruismo eficaz. Digamos que después, Luigi, con su vida reducida por algo que no puede controlar y desamparado, descubre al Unabomber, y publica una reseña afirmando que, efectivamente, solo la acción directa puede cambiar algo. El dolor físico de Luigi toma presencia en su actividad en redes mediante omisión, donde traza círculos alrededor de él. Luigi desaparece seis meses y la siguiente ocasión en la que sus amigos y familiares lo ven es sonriendo en una imagen tomada por una cámara de seguridad.
Acerca de estos seis meses sólo podemos especular: sobre la soledad de habitar un cuerpo que ya no sientes tuyo, sobre si hay algo que radicalice más que la perspectiva de una realidad que ya no merece la pena ser vivida, sobre si nuestro dolor es autónomo a los procesos capitalistas, sobre dónde buscamos los culpables cuando el sufrimiento parece arbitrario. Me pregunto si, al apretar el gatillo de su pistola impresa en 3D, el retroceso del arma activó una respuesta neurofisiológica en su cuerpo. Quizá Luigi tensó la mandíbula mientras este impulso nervioso descendía por su columna vertebral hasta la parte baja de su espalda. Después, un latigazo. Uno debería imaginarse que, justo en ese instante, el dolor cruzó el umbral hacia el placer.
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1Véase también contrarian. Tendencia ideológica sospechosa hacia la izquierda más liberal (woke) y en ocasiones amable respecto al conservadurismo.