Dicen que pienso demasiado las cosas. Como si fuese algo que yo pudiese evitar. Lo dicen y luego siguen con sus días. Días que injustamente imagino livianos, desembarazados del lastre que a mí tanto me ralentiza. Yo quisiera ser de otra manera. No saberme de memoria mi propia vida. La vida aún no vivida. No encadenarme a lo que no existe. No temer, no adelantarme, no llegar tarde. No sufrir. No llorar. No fingir. No casarme con el fantasma. Ser, en definitiva, diferente. Pero no puedo.
Los días pasan como autobuses fuera de servicio y yo corro para no perderlos. Corro mucho. Corremos todos. Somos los hijos de la prisa. Nada puede fallar. No quedan minutos libres. Yo llevo todos mis asuntos agarrados con alfileres a la ropa, metidos en los bolsillos, remendados en la garganta. Si no llego, lo reconozco, pero el ritmo de nuestro tiempo no permite resbalones. Da igual que el suelo esté siempre mojado. Si te caes, te pasa el mundo por encima.
No siempre es por una terrible desgracia. A veces basta con una mudanza de oficina. El lunes haces las cosas sin darte cuenta y el martes ya nada sigue en su sitio. Hay que estar dispuesto a cambiar todo el rato. Siempre alerta. Hay cambios grandes y cambios pequeños, pero todos pueden desestabilizarte. Conócete a ti mismo, decían los griegos. El primer paso para hacer frente a las vicisitudes de la vida. Yo llevo toda la vida mirándome por dentro. Analizándolo todo. Y cuando creo conocerme, ya he cambiado de nuevo. Un eterno desconocer. Desconócete a ti mismo.
Gracias a Dios no dependo solo de mí para ser feliz. Para intentar de vez en cuando ser feliz. Encuentro alivio en los míos. Ella sabe cuánto pesa mi carga y él aún no sabe nada. Prácticamente nada. He corrido todo lo que he podido para llegar con tiempo para leerle el cuento. Al abrir la puerta del cuarto, los he encontrado a los dos en la cama. Ella cansada, pero contenta. Él con los ojos iluminados al verme. Con esa sonrisa suya que es mil veces más fuerte que mis penas. - ¿Hoy has visto a los Reyes Magos? - Me ha preguntado. Yo le he dado el relevo a la madre y he elegido el cuento. Un cuento nuevo que le regalaron por su cumpleaños. Lo estábamos leyendo por primera vez cuando, sin darme cuenta, hemos llegado a un pasaje en el que la protagonista hablaba de sus dos abuelas. No me ha dado tiempo a pasar la página. No sé muy bien qué he querido hacer, pero su pregunta se me ha venido encima. - Papá, ¿por qué yo solo tengo una abuela? No he sabido explicárselo. Me ha pillado a traspiés. Algo se le ha roto por dentro en ese mismo instante. He reconocido el chasquido del dolor recién estrenado. El sonido del cambio. Él se ha dormido llorando y yo he estado una hora mirando el techo. Él ya era otro niño. Yo ya era otro hombre.