Ha sido mi árbol favorito hasta descubrir que es una flor.
Las he visto en los márgenes de la carretera. Las disfruté en el desierto de Méjico. Colgadas en los acantilados más salvajes de Cantabria. Suspendidas y vencidas por el viento. También en la pared de mi salón, en forma de postal. Algunas veces las busco. Otras ellas me encuentran a mi. Son las flores de maguey.
Tiene sentido empezar dando contexto sobre su historia. La que hizo prenderme de ellas, aún más, si cabe.
El agave sólo florece una vez, cuando la planta tiene aproximadamente 15 años de edad. Una vez que florece, comienza su muerte.
La historia de esta flor es rica y profunda en la cultura mesoamericana, especialmente en México, donde esta planta, también conocida como agave, ha sido venerada durante miles de años. Del tallo se obtiene aguamiel, un líquido dulce que fermentaban para crear el pulque (una bebida alcohólica). La planta se ha vinculado a conceptos de vida, renacimiento, fertilidad y abundancia.
La flor de maguey crece en la parte superior de la planta cuando alcanza la madurez, lo que puede tomar varios años. Cuando florece, la planta suele morir, pero antes de ello, el tallo produce una gran inflorescencia con flores comestibles que son consideradas un manjar. Estas mismas se aprovechan también por sus propiedades antiinflamatorias y antibacterianas.
La vida de esta flor inyectó algo en la mía. No encuentro una metamorfosis más bella. Ni una mejor forma de expresarse, de vivir o despedirse.
Al florecer, esta es la viva imagen de un pensamiento en alto. O de muchos juntos. Tomando una forma ordenada en el mundo. Con firmeza. Frente a nuestros ojos. Impasible. Una historia silenciada que encontramos en campos, montañas, playas, laderas, jardines y carreteras.
Se dice que hay dos vidas, y que la segunda empieza cuando te das cuenta que solo hay una. Maguey, con el primer brote, señala ese cambio de escenario, ese salto de vida.
Recuerdo a Rebecca Solnit diciendo que “Esperar es entregarse al futuro. Y ese compromiso con el futuro es lo que hace habitable el presente”. Maguey no espera, ella avanza, crece, transmuta y brota.
La diferencia entre transitar y transmutar es que el primero atraviesa y el segundo lo hace mientras algo cambia en él. El mismo proceso de impermanencia y metamorfosis es tan necesario como indispensable. La idea de que nada es fijo y que todo está en constante cambio. El Ágave lo sabe. Quién fuese él. No porque el mezcal corra por sus nervios, sino por despuntar, aparecer y emerger dando paso al “adiós” en su mejor versión.
Expresando el cambio de una forma optimista. Poniendo la mirada en el gesto, en la belleza de la evolución. Abrazando el deterioro. No temiendo la finitud.
Machado de Assis, en una de sus obras, compartía su objetivo de tratar de unir los dos extremos de la vida y recuperar la juventud en la vejez sin conseguirlo. Apremiar el paso del tiempo puede llevar al no florecimiento. A un desgaste prematuro o una ceguera eternizada.
En Japón, donde tienen un don para encontrar palabras a emociones o sensaciones muy concretas, bautizan como Kando la satisfacción y emoción que te produce encontrarte con algo de gran valor.
Eso expresa lo que yo siento cada una de las veces que me encuentro frente a un agave en flor. Y me recuerda cómo quiero vivir. Porque estoy aprendiendo que las cosas que nunca han ocurrido, ocurren todo el tiempo.