Inmortal

Me obsesiona la salida de Leire de La Oreja de Van Gogh porque ahora, y solo ahora, la eterna sustituta, la farsa después de la tragedia de Amaia, va a ser reconocida.

Me obsesiona la salida de Leire de La Oreja de Van Gogh. No se si es porque primero como tragedia y luego como farsa o si es que ya soy suficientemente viejo como para haber ido gratis a un concierto de Pereza y El Canto del Loco en las fiestas del PCE. Me recuerdo, no muchos años después, cuando la Eurocopa de Senna y Xavi y el crack inmobiliario, enterándome de la salida de Amaia Montero con una cierta indiferencia. Mi despertar musical adolescente (copiado de mi hermano) se resumió en un tránsito de Los Cuarenta a Rock and Gol. Me jodía más ya la traición de Dover.

Unos diez años después fui a un concierto de Dover. Era un homenaje al Devil Came To Me. Ya en ese momento había superado el trauma y me empezaba a gustar Follow the city lights. Después, como pasó con Dime, de Beth, con las canciones de Melendi en vídeos que homenajeaban a los jugadores de la Liga BBVA de hace menos de una década, con El Canto del Loco, con Pereza, con Tuenti, Los Hombres de Paco, Pignoise, Sum 41, Resacón en las Vegas, Física o Química y hasta con Santa Justa Clan todo nos parecía mejor simplemente porque había pasado y porque, como bien señala mi amigo y admirado Pepe Tesoro, nosotros, como decía el lema de Madrid 2012, estuvimos allí.

Recuerdo una vez, que tendría 22 años y volvía borracho al nocturno, que escribí un tuit: “cuando el tiempo guarde estos momentos/ como libros con polvo/ los recordaremos como los mejores de nuestra vida”. No se por qué me sigo acordando ahora de él. Supongo que fue de estas epifanías, como les pasará a las personas que se van de erasmus, en las que sabes que estás viviendo algo que luego vas a echar de menos. Aunque, como explica de lujo Clara Ramas, cualquier objeto perdido, cualquier edad dorada, tiene más de fumada creativa que de historiografía. 

Me obsesiona la salida de Leire porque ahora, y solo ahora, la eterna sustituta, la farsa después de la tragedia de Amaia, va a ser reconocida, dibujada en nuestros mapas cognitivos orientados marcha atrás. Porque ya he vivido el acelerado tránsito de estrella a viejo verde retro de Dani Martín. Porque Estopa sigue en activo pero casi nadie se sabe ninguna canción posterior a Voces de Ultrarrumba. Porque Karol G se supone que es una estrella internacional y se ha viralizado cantando Rosas. Con Amaia. Porque estoy leyendo a Mark Fisher y es difícil no compartir sus obsesiones sobre la lenta cancelación del futuro. Porque, como me ha dicho José Mansilla, es más fácil imaginar el fin de La Oreja de Van Gogh que el fin del capitalismo. Y porque es demasiado evidente que va a ocurrir o se va a demandar una segunda venida, otro regreso, pero esta vez el de Leire, la segunda hija pródiga, que reinvidincará el apogeo tardío de sus canciones con el grupo. Lo hará ya de pleno derecho, como leyenda y no jugadora en activo. Solo te querrán cuando estés muerto, me insiste Pepe.

¿Nos acordaremos de ella? ¿Quedará en medio de la nada, en el purgatorio, en la sala del dentista de nuestra memoria sentimental? Quiero pensar que a Mark Fisher le gustaría escuchar la canción Inmortal, una especie de autoprofecía tétrica y macabara de lo que le iba pasar.

Tengo tantas cosas y ninguna está en su sitio/ Después de tí entendí/ Que el tiempo no hace amigos/ Que corto fue el amor/ Y que largo el olvido.

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Me obsesiona la salida de Leire de La Oreja de Van Gogh porque ahora, y solo ahora, la eterna sustituta, la farsa después de la tragedia de Amaia, va a ser reconocida.

Me obsesiona la salida de Leire de La Oreja de Van Gogh. No se si es porque primero como tragedia y luego como farsa o si es que ya soy suficientemente viejo como para haber ido gratis a un concierto de Pereza y El Canto del Loco en las fiestas del PCE. Me recuerdo, no muchos años después, cuando la Eurocopa de Senna y Xavi y el crack inmobiliario, enterándome de la salida de Amaia Montero con una cierta indiferencia. Mi despertar musical adolescente (copiado de mi hermano) se resumió en un tránsito de Los Cuarenta a Rock and Gol. Me jodía más ya la traición de Dover.

Unos diez años después fui a un concierto de Dover. Era un homenaje al Devil Came To Me. Ya en ese momento había superado el trauma y me empezaba a gustar Follow the city lights. Después, como pasó con Dime, de Beth, con las canciones de Melendi en vídeos que homenajeaban a los jugadores de la Liga BBVA de hace menos de una década, con El Canto del Loco, con Pereza, con Tuenti, Los Hombres de Paco, Pignoise, Sum 41, Resacón en las Vegas, Física o Química y hasta con Santa Justa Clan todo nos parecía mejor simplemente porque había pasado y porque, como bien señala mi amigo y admirado Pepe Tesoro, nosotros, como decía el lema de Madrid 2012, estuvimos allí.

Recuerdo una vez, que tendría 22 años y volvía borracho al nocturno, que escribí un tuit: “cuando el tiempo guarde estos momentos/ como libros con polvo/ los recordaremos como los mejores de nuestra vida”. No se por qué me sigo acordando ahora de él. Supongo que fue de estas epifanías, como les pasará a las personas que se van de erasmus, en las que sabes que estás viviendo algo que luego vas a echar de menos. Aunque, como explica de lujo Clara Ramas, cualquier objeto perdido, cualquier edad dorada, tiene más de fumada creativa que de historiografía. 

Me obsesiona la salida de Leire porque ahora, y solo ahora, la eterna sustituta, la farsa después de la tragedia de Amaia, va a ser reconocida, dibujada en nuestros mapas cognitivos orientados marcha atrás. Porque ya he vivido el acelerado tránsito de estrella a viejo verde retro de Dani Martín. Porque Estopa sigue en activo pero casi nadie se sabe ninguna canción posterior a Voces de Ultrarrumba. Porque Karol G se supone que es una estrella internacional y se ha viralizado cantando Rosas. Con Amaia. Porque estoy leyendo a Mark Fisher y es difícil no compartir sus obsesiones sobre la lenta cancelación del futuro. Porque, como me ha dicho José Mansilla, es más fácil imaginar el fin de La Oreja de Van Gogh que el fin del capitalismo. Y porque es demasiado evidente que va a ocurrir o se va a demandar una segunda venida, otro regreso, pero esta vez el de Leire, la segunda hija pródiga, que reinvidincará el apogeo tardío de sus canciones con el grupo. Lo hará ya de pleno derecho, como leyenda y no jugadora en activo. Solo te querrán cuando estés muerto, me insiste Pepe.

¿Nos acordaremos de ella? ¿Quedará en medio de la nada, en el purgatorio, en la sala del dentista de nuestra memoria sentimental? Quiero pensar que a Mark Fisher le gustaría escuchar la canción Inmortal, una especie de autoprofecía tétrica y macabara de lo que le iba pasar.

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