La hora de Europa

Trump no es nuestro amigo. El momento es ahora. Somos aquellos a quienes hemos estado esperando. Es la hora de Europa.

Ya todos vimos la espeluznante discusión en el Despacho Oval. Diez minutos catastróficos, la diplomacia por el desagüe, historia pura condensada en un clip de viaje en metro. Trump es un bebé; es un megalómano peligroso obsesionado con ganar, con su imagen (oportunamente veíamos el viernes The Apprentice: si tan sólo la mitad de lo que ahí se cuenta es cierto la llevamos clara –en cualquier caso despide ese olor verosímil de la ficción). JD es quizá más maduro pero no menos venenoso: su cara hinchada de niño-anfibio no apacigua mis ánimos. Los dos se reunieron el viernes con Zelensky para emboscarle: dos matones alargando el brazo a por su almuerzo-minerales raros (alguien dijo que jugaron al poli malo, poli peor) rodeados de una órbita de periodistas alucinados. JD tuvo las narices de espetarle a su saco de boxeo que montase un número en tal despacho ante tal audiencia de medios, mientras se dedicaba a pulverizar y arrastrar por el suelo toda sombra de decencia o regla mínima de hospitalidad. Trump se deslizaba también por turnos para endiñar algún que otro puñal a las costillas. Esta mañana el Whatsapp ha saltado por los aires: estábamos todos calientes con el espectáculo y había que ventilar. Alguno comentó que Zelensky la había cagado: no debió decir tal o cual cosa, picar de esa manera al toro. Que no era inteligente o práctico, que más valía sonreír y decir que sí y estarse calladito. Mejor salir con migajas que salir con nada. Lo voy a poner claro: Trump es un matón, y Vance su sabandija guardiana. Es un matón como Putin, al que admira y teme a partes iguales por ser uno todavía más grande y peligroso. Sólo entiende el idioma del zarpazo y la trampa; como cuentan en The Apprentice: you play the man, not the ball –las reglas o la verdad no importan, importa joder cuando más y más rápido para llegar al final (¿qué final?) atiborrado de dinero y poder y mujeres y el alma podrida. Zelensky hizo muy bien: nos ha marcado la pauta en Europa. Hay que desahuciar a los americanos1. En el Whatsapp se llevaban las manos a la cabeza: pero por favor, no puede ser, hay que ir paso a paso. Estados Unidos sostiene todo el andamiaje de la OTAN y sin él somos papilla a cucharadas para Rusia. Yo no entiendo de cifras. No entiendo de gasto en defensa o público y no sé cuánto tardaríamos (o si es posible) en armarnos hasta la espalda y ser realmente independientes, plantarles cara a los dos Rottweilers apostados delante y detrás. Lo que sí sé es que ese andamiaje está roto. Contaba Chaves Nogales en La agonía de Francia que Francia estaba ya perdida antes de empezar la Segunda Guerra Mundial. La termita del fascismo había roído demasiado hondo: en el gobierno, la gente, las instituciones. En el ejército. Decían algo así: bah, la democracia es aburrida. Hitler es un tío fuerte y guay que no se anda con coñas y sabe lo que quiere. Dice lo que piensa. ¿Os suena de algo?2. Para cuando los panzers deshicieron las Ardenas y se colaron por la puerta de atrás ya era demasiado tarde. Nadie tenía ganas de pelear en serio por la democracia. Vaciaron París y la gente se fue al campo a esperar tranquilamente. El sentimiento era: los alemanes bueno, pero el fascismo ni tan mal. Un fascismo francés sería fantástico, pero oye, qué más da uno que otro. Pues en esas estamos. ¿Qué más pruebas queremos? Trump no es nuestro amigo. El siguiente quizá lo sea (si lo hay) pero no hay tiempo que perder. Cuatro años es una eternidad. El momento es ahora. Somos aquellos a quienes hemos estado esperando. Es la hora de Europa.

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1 De la OTAN y de los Airbnb.

2 Decir lo que se piensa está fenomenal, si se piensa algo en absoluto.

*La foto del artículo es de Reuters

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Trump no es nuestro amigo. El momento es ahora. Somos aquellos a quienes hemos estado esperando. Es la hora de Europa.

Ya todos vimos la espeluznante discusión en el Despacho Oval. Diez minutos catastróficos, la diplomacia por el desagüe, historia pura condensada en un clip de viaje en metro. Trump es un bebé; es un megalómano peligroso obsesionado con ganar, con su imagen (oportunamente veíamos el viernes The Apprentice: si tan sólo la mitad de lo que ahí se cuenta es cierto la llevamos clara –en cualquier caso despide ese olor verosímil de la ficción). JD es quizá más maduro pero no menos venenoso: su cara hinchada de niño-anfibio no apacigua mis ánimos. Los dos se reunieron el viernes con Zelensky para emboscarle: dos matones alargando el brazo a por su almuerzo-minerales raros (alguien dijo que jugaron al poli malo, poli peor) rodeados de una órbita de periodistas alucinados. JD tuvo las narices de espetarle a su saco de boxeo que montase un número en tal despacho ante tal audiencia de medios, mientras se dedicaba a pulverizar y arrastrar por el suelo toda sombra de decencia o regla mínima de hospitalidad. Trump se deslizaba también por turnos para endiñar algún que otro puñal a las costillas. Esta mañana el Whatsapp ha saltado por los aires: estábamos todos calientes con el espectáculo y había que ventilar. Alguno comentó que Zelensky la había cagado: no debió decir tal o cual cosa, picar de esa manera al toro. Que no era inteligente o práctico, que más valía sonreír y decir que sí y estarse calladito. Mejor salir con migajas que salir con nada. Lo voy a poner claro: Trump es un matón, y Vance su sabandija guardiana. Es un matón como Putin, al que admira y teme a partes iguales por ser uno todavía más grande y peligroso. Sólo entiende el idioma del zarpazo y la trampa; como cuentan en The Apprentice: you play the man, not the ball –las reglas o la verdad no importan, importa joder cuando más y más rápido para llegar al final (¿qué final?) atiborrado de dinero y poder y mujeres y el alma podrida. Zelensky hizo muy bien: nos ha marcado la pauta en Europa. Hay que desahuciar a los americanos1. En el Whatsapp se llevaban las manos a la cabeza: pero por favor, no puede ser, hay que ir paso a paso. Estados Unidos sostiene todo el andamiaje de la OTAN y sin él somos papilla a cucharadas para Rusia. Yo no entiendo de cifras. No entiendo de gasto en defensa o público y no sé cuánto tardaríamos (o si es posible) en armarnos hasta la espalda y ser realmente independientes, plantarles cara a los dos Rottweilers apostados delante y detrás. Lo que sí sé es que ese andamiaje está roto. Contaba Chaves Nogales en La agonía de Francia que Francia estaba ya perdida antes de empezar la Segunda Guerra Mundial. La termita del fascismo había roído demasiado hondo: en el gobierno, la gente, las instituciones. En el ejército. Decían algo así: bah, la democracia es aburrida. Hitler es un tío fuerte y guay que no se anda con coñas y sabe lo que quiere. Dice lo que piensa. ¿Os suena de algo?2. Para cuando los panzers deshicieron las Ardenas y se colaron por la puerta de atrás ya era demasiado tarde. Nadie tenía ganas de pelear en serio por la democracia. Vaciaron París y la gente se fue al campo a esperar tranquilamente. El sentimiento era: los alemanes bueno, pero el fascismo ni tan mal. Un fascismo francés sería fantástico, pero oye, qué más da uno que otro. Pues en esas estamos. ¿Qué más pruebas queremos? Trump no es nuestro amigo. El siguiente quizá lo sea (si lo hay) pero no hay tiempo que perder. Cuatro años es una eternidad. El momento es ahora. Somos aquellos a quienes hemos estado esperando. Es la hora de Europa.

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1 De la OTAN y de los Airbnb.

2 Decir lo que se piensa está fenomenal, si se piensa algo en absoluto.

*La foto del artículo es de Reuters

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