Es lunes, mediodía, me acaba de caer encima una reunión con una productora sueca. De cine. Yo me pregunto: por qué. Qué necesidad. Es decir: por qué demonios me habré metido en este lío. Mañana, a esta hora o un poco más tarde: buscar una sala, amurallarse, encender el Zoom, saludar. Sonrisa presidencial, hello, how are you, nice to meet you… y a continuación cordialidades, vender la moto, intercambios, promesas aéreas. La ansiedad en el estómago como un carburador: no la cagues, no tropieces, no parezcas ingenuo o nuevo o falso; sobre todo no digas nada confidencial -y todo es de pronto confidencial: la dirección de la oficina, la línea del metro, el café de la mañana-; o procura cerrar algún acuerdo; sumar, aportar de un modo u otro; arrancar valor añadido. Agotador. Y todo para qué. Quieren hacer remakes. Ah. Yo me pregunto si de tales reuniones surgen de verdad acuerdos, soluciones; si florecen las películas, siquiera un tráiler; si no será en realidad Zoom o Skype o algún conglomerado de telecomunicaciones poniendo en contacto a gente que no quiere estarlo, que preferiría hacer cualquier otra cosa a ponerse en contacto. Todo es así. Por qué. Y luego al metro. Por qué una hora entera a diario -soy afortunado- en la misma línea vieja y herrumbrosa, que huele a alcantarilla, a pis y mierda, a cerrado y a sudor; por qué apretado a diario con gente que no cede su asiento, que preferiría morir pulverizada a desplazar un centímetro su culo, despegar la vista del móvil. Por qué en el súper, un día detrás de otro, haciendo cola como un idiota -¿es que nadie puede traerme la comida; cocinarme?-, comprando el mismo queso Gouda de polivinilo, el yogur de Apiretal, y masticarlo todo en casa triste, melancólico; o bien ponerse a hacer la cena: arremangarse y meterse en faena, y venga corta y pela y lava, y pon al fuego, y espera y saca el móvil y engulle un par de memes, o cuatro o cinco o veinticinco; y también dúchate que te huele el culo a tierra, el sobaco, no aguanta el desodorante la paliza, tiempo muerto, pausa, agua. Ya suena la lavadora. Son las once y treinta y dos (23:32), otro día, a dormir, la pradera de los sueños. Me duelen los ojos. Más memes. Se acabó.
Yo sólo quería leer, escribir. Irme al campo con Bego -Bego y un atardecer-. Una casa, un fuego, unos libros, ovillos de lana y un gato. Hablar de nada. De Taylor Swift; el US Open. Pasear, correr, dormir; dejar de pensar. Estar tranquilo. Pero es imposible estar tranquilo. Para estar tranquilo también hay vídeos de YouTube: ten hours | white noise | mindfulness concentration | studying work; cortinas de lluvia; magma volcánico; o mejor Music for airports de Brian Eno, de fondo y de paso escucho, interiorizo, asimilo, Brian Eno es muy bueno, es un clásico, es moderno; es nuevo y elegante; es distinto; produjo a Talking Heads, más vale ahora escucharle que tienes hueco, sí, un huequecito, diminuto, pequeño como un botón, no dejarás la mente en blanco, no podrías aunque quisieras, no, jajaja, ni un segundo que perder, ni un paso en falso, la sociedad de la abundancia, o te arrepentirás toda tu vida. Y también la actualidad; noticias. Pedro Sánchez, Trump, Gaza, Netanyahu. La Guerra de Ucrania. El Banco de España. Úrsula Von der Leyen. Xi Jinping. ChatGPT, Tesla, SpaceX y Joe Rogan. Served with Andy Roddick. Twitter; X. Substack; newsletters. Reddit. Y los libros. Qué hay de los libros. Tú que estás leyendo ahora mismo. Milena Busquets o Irene Solà o Labatut, Benjamín Labatut. Y no olvides los clásicos: Chejov y Dickens y Mann y Dostoievski. Y Kafka y Javier Marías -ya se murió; clásico automático: hay que leerlo-. ¿Y la poesía? Hay que leer más poesía. Aporta cadencia y ritmo y gracia; imágenes. Hay que leer poesía clásica y moderna. Hay que leer a Lorca y a Machado y a Juan Ramón Jiménez. Y también a los de ahora, pero los de ahora no los conozco -pues ya sabes: deberes-. Y ahora el cine. Casi se te olvida, cabronazo. El cine es lo más importante: te dedicas a ello, acuérdate. Es una obligación; hay que estar siempre pendiente, a todas horas, de lo que se hace aquí y en Francia y USA e India y Timor Oriental, nunca sabes por dónde soplará el viento, de dónde llegarán las tendencias, la moda, las nuevas estructuras fiscales o estrategias de explotación. Entonces. Jonás Trueba. Justine Triet. La Palma de Oro. La Concha de Plata. Venecia, Berlín y San Sebastián. Toronto y Sundance y Rotterdam. SEMINCI. Los Premios Goya. Albert Serra. Antón Álvarez. Toda esa información bien estrujada en tu cabeza, que no se te escape nada. No vayas luego a tener conversaciones y quedar como un idiota. La gente tiene que saber que sabes. Es la única consigna; lo más importante. La música la dejaste de lado pero has ido al Kalorama y eso te sienta fenomenal, puedes mencionarlo de vez en cuando -has escrito incluso una crónica, pero qué delicia-. Y escribir, claro. Escribir te encanta. Sustrato te adoro pero cuidado. Ahora ya no puedes parar de escribir. Tienes que hacerlo más y mejor que nadie. Esta palabra, esta frase; este adjetivo y este verbo, ¿qué tal están?, ¿te caen bien?, ¿o los condenas con tu escupitajo?, ¿merecen la pena? pues claro que sí. Muerte al adverbio. Ala, que ya son las nueve y dieciséis (09:16). Vuelta al trabajo. Qué te creías. Esto no para.
Todo es un descomunal por qué. Por qué esto y no lo otro. Por qué lo otro y no esto. Por qué te quejas: no te quejes. Debes quejarte: es comprensible. Llora un poco, un poquito sólo; no llores: es culpa tuya. Ven: un abrazo. Es el sistema; eres tú. Es el capitalismo; la salud mental. Es la ansiedad, el miedo, la guerra, la política, el consumo; es el universo, Dios, el zodíaco, las élites, el Islam, los judíos. Los masones. El papa. Son los socialistas; no, te equivocas: son los fachas. Los calvos. Es la extrema derecha, Marine Le Pen, Alvise y Vox; Elon Musk y Javier Milei. Son los zurdos; los rojos; la libertad. Es Amazon, Google, Apple y Microsoft. Es Uber. Es Venezuela. Es China. Es Rusia. Es la OTAN. El Grupo Bilderberg. Proyecto 2025. La tercera guerra mundial (IIIGM™). La simulación. Matrix. Solipsismo. Ahora te dio también con la física, eh, las matemáticas, pedazo de vicioso fuera de control: todo es culpa de Heisenberg, ese cerdo, Copenhague; de Gödel y Neumann y Grothendieck. Cormac McCarthy -también a él hay que leerlo, sí, y entenderlo-. Y tic-tac-tic-tac, suena el reloj en el baño, el baño en el reloj; huele a pis. Te va a colgar tu jefe de las orejas.
Pero no hay solución. No-hay-solución. ¿Qué hacer?, ¿volver atrás?, pero atrás es muy feo, y no se puede. ¿Adelante, entonces? adelante es peor. ¿Nos quedamos como estamos? como estamos es peor también. Todo Es Peor. No hay solución; no hay salida; no hay catarsis. Por mucho que escriba o cante o grite todo sigue igual, nunca pasa nada, no se abrirán el cielo o la tierra y nos tragarán a todos como un desagüe, ZUP, la succión final, para bailar alegremente en otro sitio o arder de dolor e impotencia y rabia. No. Nada de eso. Sólo nos esperan más metros y oficinas; más cañas los jueves. Más vapers. Todo lo mismo siempre en todas partes. Un gris blando, diáfano. ¿La revolución? Para qué. ¿La reacción? Para qué. Podríamos colgar panfletos y después no hacer nada: alerta; atención; a todas las unidades: convocada manifestación masiva-multitudinaria para gritar, eso es, GRITAR en mayúsculas; en la sede de la ONCE en Alcalá de Henares, metro línea diecisiete, color tirita, el treinta y cinco de noviembre a las cuatro de la madrugada. Sí. Puede ser. Quizá eso sirva de algo.