Los hombres que nunca se acarician

He sentido que hay chicos que solo lo hacen con nosotras; su intimidad suave queda relegada a la amante, a la novia, a la amiga. Tocarse entre ellos les desbarra, vuelven a ser críos sudorosos.

Noto su concentración, sus dedos delicados y llenos de anillos pequeños que ha comprado en una joyería de barrio. Está a un palmo de mi cara, me respira en las pestañas y me acaricia con la brocha en el párpado. María, a las diez de la noche, elige una sombra de ojos rosa perlado a juego con mi top vaquero. Me regala una quietud y me la pongo toda la noche hasta que llego a casa y me froto la cara con un algodón. 

He sentido que hay hombres que solo lo hacen con nosotras; su intimidad suave queda relegada a la amante, a la novia, a la amiga. Tocarse entre ellos les desbarra, vuelven a ser críos sudorosos. Palparse parece adherido a su deseo. Mis amigos me confiesan que tiene más profundidad, que al hombre ideal la emoción no le afecta.

En el colegio había un par de compañeros que se liaban a manotazos en el patio. Entraba por el pasillo y ya les veía en una esquina, trastabillando. Se abrazaban a hostias. Me gustaba ver a los niños agarrados de los hombros. Como unos borrachos pequeñitos, amarrados por la calle. Uno tirado encima del otro. Me alegra cuando se celebran. Uno marca un gol y el otro se le lanza, más que un arrullo es un trombón. Se golpean las espaldas y ahí está su beso. 

Me encantó verlo en Close (2022), cómo la amistad entre dos niños puede pasar de ser un cultivo de algodones a una separación exasperante. Cuenta la historia de dos chavales de 13 años con sus propios ritos de cariño, y de la guillotina de la adolescencia; ya no querer estar más con el otro o ya no querer ser más quien eras con el otro. Notar esa punzada. Cómo uno ansía, el otro repudia; mudos. Nunca lo hablan.

dibujito de Georg Hallensleben

Cuando crecen, te acercas a ellos como a animales asustados. Les agarras la carita y les propones que se la laven y se coloquen la mascarilla Hydra Bomb de té verde. Piensas: «Por qué nadie le metió la mano dentro de la camiseta y le palpó la espalda hasta que durmiera, tranquilo. Por qué me lo encuentro siempre en guardia». 

Renunciaron a sostenerse con blandura. Esa brutalidad la aprendieron y la propagan. Coges a ese niño que ya creció y le preguntas: «¿Por qué te extraña demostrar tu afecto? ¿Qué palabra te taladra tanto? Ser homosexual es simplemente serlo, ¿de qué manera te hicieron pensar que es malo o algo en lo que te puedes transformar a pulso de cuidados? ¿Cuánto pierdes por el estigma?». A lo mejor no les dejaron y ahora les cuesta, pero están a tiempo. Escuché en la radio que el filósofo Xavier Zubiri defiende que «el hombre es un animal de realidades», en un constante cambio que yo anhelo como Raúl Zurita: «Sueño con unos ojos nuevos, con una nueva/ vida, con el aire humano silbando».

Como con casi todo, no se puede sentenciar, pero muchas veces les noto atrapados en ellos mismos, torpísimos, distraídos. 

El amor para mí es también esta cosa palpada, es esta ansia del otro, de la otra. Me quiero acercar un poquito más, sin imponer. Me sorprende que puedas quererme desde la otra punta de la sala, que rechaces las manos, los brazos, el cuerpo. Lo encuentro crudo. 

Pensarás que exagero, pero yo me entrego también así; introduciendo mis dedos entre tus mechones y presionándote la cabeza, haciéndote cosquillas por la barriga, estirando mi pierna encima de ti para estar más pegados. Vamos a tocarnos, que la vida es frágil. «¿Quieres que te lo diga?: hay un montón de brasas en mi sangre; estoy ardiendo, ¡ardiendo! Me está quemando el tiempo; me tiene encendido la vida», escribe Jaime Sabines, y a mí me gusta sentir, y también me gusta contarte secretos en la cama. Puedes quedarte dormido, yo velaré tu sueño. 

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La foto de la portada es de jack davison / john morgan studio

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Los hombres que nunca se acarician

He sentido que hay chicos que solo lo hacen con nosotras; su intimidad suave queda relegada a la amante, a la novia, a la amiga. Tocarse entre ellos les desbarra, vuelven a ser críos sudorosos.

Noto su concentración, sus dedos delicados y llenos de anillos pequeños que ha comprado en una joyería de barrio. Está a un palmo de mi cara, me respira en las pestañas y me acaricia con la brocha en el párpado. María, a las diez de la noche, elige una sombra de ojos rosa perlado a juego con mi top vaquero. Me regala una quietud y me la pongo toda la noche hasta que llego a casa y me froto la cara con un algodón. 

He sentido que hay hombres que solo lo hacen con nosotras; su intimidad suave queda relegada a la amante, a la novia, a la amiga. Tocarse entre ellos les desbarra, vuelven a ser críos sudorosos. Palparse parece adherido a su deseo. Mis amigos me confiesan que tiene más profundidad, que al hombre ideal la emoción no le afecta.

En el colegio había un par de compañeros que se liaban a manotazos en el patio. Entraba por el pasillo y ya les veía en una esquina, trastabillando. Se abrazaban a hostias. Me gustaba ver a los niños agarrados de los hombros. Como unos borrachos pequeñitos, amarrados por la calle. Uno tirado encima del otro. Me alegra cuando se celebran. Uno marca un gol y el otro se le lanza, más que un arrullo es un trombón. Se golpean las espaldas y ahí está su beso. 

Me encantó verlo en Close (2022), cómo la amistad entre dos niños puede pasar de ser un cultivo de algodones a una separación exasperante. Cuenta la historia de dos chavales de 13 años con sus propios ritos de cariño, y de la guillotina de la adolescencia; ya no querer estar más con el otro o ya no querer ser más quien eras con el otro. Notar esa punzada. Cómo uno ansía, el otro repudia; mudos. Nunca lo hablan.

dibujito de Georg Hallensleben

Cuando crecen, te acercas a ellos como a animales asustados. Les agarras la carita y les propones que se la laven y se coloquen la mascarilla Hydra Bomb de té verde. Piensas: «Por qué nadie le metió la mano dentro de la camiseta y le palpó la espalda hasta que durmiera, tranquilo. Por qué me lo encuentro siempre en guardia». 

Renunciaron a sostenerse con blandura. Esa brutalidad la aprendieron y la propagan. Coges a ese niño que ya creció y le preguntas: «¿Por qué te extraña demostrar tu afecto? ¿Qué palabra te taladra tanto? Ser homosexual es simplemente serlo, ¿de qué manera te hicieron pensar que es malo o algo en lo que te puedes transformar a pulso de cuidados? ¿Cuánto pierdes por el estigma?». A lo mejor no les dejaron y ahora les cuesta, pero están a tiempo. Escuché en la radio que el filósofo Xavier Zubiri defiende que «el hombre es un animal de realidades», en un constante cambio que yo anhelo como Raúl Zurita: «Sueño con unos ojos nuevos, con una nueva/ vida, con el aire humano silbando».

Como con casi todo, no se puede sentenciar, pero muchas veces les noto atrapados en ellos mismos, torpísimos, distraídos. 

El amor para mí es también esta cosa palpada, es esta ansia del otro, de la otra. Me quiero acercar un poquito más, sin imponer. Me sorprende que puedas quererme desde la otra punta de la sala, que rechaces las manos, los brazos, el cuerpo. Lo encuentro crudo. 

Pensarás que exagero, pero yo me entrego también así; introduciendo mis dedos entre tus mechones y presionándote la cabeza, haciéndote cosquillas por la barriga, estirando mi pierna encima de ti para estar más pegados. Vamos a tocarnos, que la vida es frágil. «¿Quieres que te lo diga?: hay un montón de brasas en mi sangre; estoy ardiendo, ¡ardiendo! Me está quemando el tiempo; me tiene encendido la vida», escribe Jaime Sabines, y a mí me gusta sentir, y también me gusta contarte secretos en la cama. Puedes quedarte dormido, yo velaré tu sueño. 

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La foto de la portada es de jack davison / john morgan studio

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