Desde que tengo uso de razón he querido ser artista. No he tenido éxito, y fíjate que he probado en la música, la actuación o la escritura. Todos esos intentos me han terminado llevando a pasar casi una hora en el vagón de un metro lleno en hora punta, sudando mi cuerpo recién duchado y subiendo una escalera junto a una masa de trabajadores de oficina al más puro estilo de quien va al matadero (en nuestro caso, a trabajar comiendo una ensalada de 15 euros del Faborit).
Me fascina Montoya, lamento llegar tarde. El día que pensé este párrafo (5 de febrero) la cerveza aún era todo espuma. Hoy que lo escribo (27 de febrero) el suflé ya pasó y nuestro CEO, Fernando López-Pita, ya ha descrito magistralmente el fenómeno. En cualquier caso, nadie negaría que si existe un arquetipo sobre qué es un artista, Montoya perfectamente podría ser un molde sobre el que trabajar.
Hay algo hipnótico en él. El tipo lleva años intentándolo, apareciendo desde Tele Utrera hasta ¡Qué tiempo tan feliz!, seduciendo (?) a una provecta María Teresa Campos (✟) con el único objetivo de que alguien se fijara en él. Es un artista, no hay más que verlo, pero cuántos años llamando a la puerta, dando la lata. Y dándola en una lata hermética, cerrada a cal y canto sin que nadie sepa que eres Montoya, el simpático utrerano que se corrió media playa de República Dominicana gritando y que ha llegado hasta al Zapeando de EEUU.
Siempre he pensado que Concha Velasco [la de “Mamá, quiero ser artista”] estaba equivocada. Igual que nadie elige ser el popular de la clase, uno no se postula para engordar las filas de la cultura. Las musas sabrán quien, por arte de magia. El otro día aprendí que Aristóteles era heterocromático (tenía un ojo de cada color), el chiste se cuenta solo.
He dicho que lo he intentado en la música, la actuación y la escritura, pero todo es mentira. Aprendí a tocar la guitarra para ligar y, como no lo hice, progresivamente la dejé. Interpreté a un poeta local del siglo XIX en una actuación de mi colegio y mi experiencia con la escritura se circunscribe a estas líneas que estás leyendo. Sin embargo, sueño despierto, aún hoy, con tocar en un estadio, interpretar a un personaje de Scorsese o publicar un best-seller. A ver si me tocan las musas.
Sueño, en definitiva, con ser un artista y hacer cosas de artista. Como dar un paseo siendo un artista, ir al supermercado siendo un artista o levantarme por las mañanas siendo un artista. Al no serlo, me tengo que conformar con dar un paseo sin ser un artista, ir al supermercado sin ser un artista o levantarme por las mañanas sin ser un artista.
Y no me arrepiento. Gracias a que dejé de lado mi meteórica carrera como intérprete de Wonderwall, ahora tengo dinero como para poder pagar algo más que mi alquiler. Hoy, de hecho, fui al DÍA y tomé conciencia de mis ingresos cuando me lancé a comprar el paquete de papel higiénico más vistoso que había: 5 capas y textura acolchada. Luego pasé por caja con los rollos, un paquete de champiñones y un bote de tomate frito. 9,68, por favor. Joder, qué caro.
Puede que lo contrario a ser un artista sea el metro en hora punta, pero desde luego un polisíndeton, el metalenguaje o el compromiso que tengo con Fer de darle carnaza para Sustrato cada mes tampoco me convertirán en uno. Trabajando en cosas que no son mi sueño he conseguido cosas que nunca soñé y ahora, plácidamente, disfruto las mieles de una vida anodina, espero que llegue el fin de semana con ansias y, si puedo, en verano me escapo a alguna playa abarrotada.
Hay que tener espíritu de superación, pundonor y una buena genética para ser un artista, pero hay que reunir lo mismo para ser un buen pringado. Si consigues serlo, aún podrás soñar con llenar estadios o, quizá, pasar de ser solo un primo a Montoya.